Abel Azcona y la piedra filosofal

Causar un efecto en el que la contempla es uno de los principios básicos de la obra de arte, pero digno de mencionar es que dicha reacción sea tan desmesurada como para que esta se convierta en un genuino e involuntario producto artístico, pues esto solo lo consiguen los grandes.

El mismo Abel Azcona (Pamplona, 1988) sigue sin dar crédito al polvo que los “Desenterrados” levantaron tras su inauguración el pasado mes de noviembre en la capital navarra −Plaza Serapio Esparza−. Lo que se inició como un largo proceso de investigación sobre la latente Memoria Histórica que concluiría con una muestra de fotografías y objetos en relación a lo vivido y experimentado por el artista, ha provocado que la serie de actings programados por Azcona para este proyecto no sean los definitivos.

Conocido internacionalmente como performer y marcado por la sordidez de una infancia complicada, no es la primera vez que su nombre aparece en los medios de comunicación como agente perturbador del orden, pues su cuerpo, carente de atavíos y utilizado cual herramienta de expresión, le ha servido como pase VIP para conocer las cómodas dependencias policiales, pero hasta entonces todo había quedado en eso, en un simple revuelo que la falsa moral había decapitado con limpieza.

Abel Azcona, My Body My Rules (Innocent Way), 2013. Performance Art en Calle Curia (Pamplona). Foto: Blas Campos

Abel Azcona, My Body My Rules (Innocent Way), 2013. Performance Art en Calle Curia (Pamplona). Foto: Blas Campos

Abel Azcona marca un hito con “Desenterrados”, exposición que funciona como secuela de “Enterrados”: una indagación en el dolor que sufren los familiares de aquellos que fueron fusilados por cuestiones ideológicas durante la Guerra Civil española, mientras que en la consecuente presentación –un segundo y supuesto último capítulo− el artífice se inclinó por enseñar todo el material que el trabajo anterior había generado, incluyendo documentos y testimonios de las víctimas de la masacre llevada a cabo en dicho conflicto bélico. Asimismo, lanzó guiños a otros procesos artístico-activistas de su carrera como The Shadow a través de la obra de la discordia: Amén.

Amén tiene su comienzo con la grabación en vídeo de las múltiples intervenciones de Azcona en misas celebradas tanto en Madrid como en Pamplona, en las cuales el infiltrado guardaba la hostia que el párroco tradicionalmente reparte de forma individual entre los fieles durante este tipo de actos religiosos, llegando a acumular un total de 242. Con posterioridad, tuvo cabida la performance en la que participaron algunas de las formas consagradas, escribiendo con ellas en el suelo de varias galerías implicadas palabras como “fundamentalismo” y “pederastia”, en alusión, respectivamente, a la radicalización de los dogmas y los casos de abusos a menores, perpetrados estos presuntamente por la sotana en un porcentaje considerable. Amén se culminó con la exhibición de las fotografías tomadas durante las actividades performativas, protegidas las instantáneas seleccionadas para el evento por un cuenco sobre podio en el que descansaban las hostias sobrantes.

 

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Amén (Abel Azcona, 2015)

 

La puesta en escena de asociaciones ultraconservadoras no se hizo esperar, denunciando al artífice ante la Justicia por profanación de la carne de Cristo y ofensa a los sentimientos religiosos. Esto da el pistoletazo de salida a la inesperada tercera fase del proyecto, protagonizada por los que se manifiestan en repulsa del humillante uso que se da a la Eucaristía, los mismos que a cuenta gotas fueron arribando a las puertas del centro expositivo para rezar juntos el rosario y pedir a Dios que disculpe al pecador, pues no sabe lo que hace. Cuando se abrió el pórtico del local, se apresuraron a repetir la acción frente a la pieza endemoniada.

 

 

Por empatía, Abel entendió el daño ocasionado a los feligreses, recibiéndolos uno a uno con el objetivo de limar asperezas entre ambas posturas a través del diálogo. No obstante, llegar a buen puerto fue imposible, ya que para él no es sino harina y agua lo que ha sido hipotéticamente mancillado, amparándose en que vivimos en un Estado aconfesional y no tiene por qué haber sido instruido en materias místicas.

Pero el particular viacrucis del pamplonés no quedó aquí, traspasando la presión popular los límites del acoso con la aparición de graffitis mesiánicos pintados en los muros de su ciudad, además de insultos y amenazas filtradas mediante programas de televisión y redes sociales, aunque se presume que la satisfacción del autor al levantar, pisotear y desangrar tantas ampollas cristianas supera con creces a la congoja soportada en el transcurso del intenso cuatrimestre.

Graffiti en repulsa a la exposición "Desenterrados". Enero 2015, Pamplona

Graffiti en repulsa a la exposición “Desenterrados”. Enero 2015, Pamplona

Los portales digitales que tratan el escándalo comparan la persecución padecida por el artista con el macarthismo, aquella obsesión que tuvo el Gobierno estadounidense en plena Guerra Fría de señalar con el dedo a todo comunista traidor, caso en el que se vieron involucrados una cantidad ingente de personalidades de la industria cinematográfica hollywoodiense, tanto las grandes estrellas que aparecían en pantalla como los profesionales del guión o la dirección.

Este intento que tiene la prensa de entablar una conexión entre la polémica de Abel y la historia de antiguos hostigamientos a miembros del sector artístico no afines a las autoridades está un tanto desvirtuado pues, más que carácter político −que también lo tiene al entrar en juego la Ley Mordaza−, el asedio al navarro posee su embrión en la discordancia de mentalidades a la hora de entender el arte, y en si este debe regirse o no por barreras.

El miedo a lo desconocido, inherente a los sistemas autoritarios, propició que el nazismo demoliera toda creatividad moderna y libre de encorsetamientos impuestos. Los expresionistas alemanes de las décadas de los 30 y los 40 fueron tildados por el régimen como “degenerados”, ya que estos producían obras propias de enfermos mentales o con alguna deficiencia psicológica, por lo que fueron considerados como inservibles para el futuro de la raza. Para esto, los seguidores de la esvástica se basaron en el modo de representación empleado, el cual se alejaba de las formas clásicas que se adoptaron como correctas por los miembros del partido, quienes se apoyaron en la necesidad de que el mensaje propagandístico (verdadera función del arte nazi) tuviera la mayor facilidad de comprensión posible.

Y es así como precisamente se concibe en la actualidad la figura de Azcona por parte de los dolientes, como un degenerado que secuestra el símbolo carnal de Jesucristo en la Tierra para arrastrarlo y vilipendiarlo en una especie de rito pagano. Solo el que ignora el Apocalipsis bíblico es capaz de recurrir a la hostia como un trozo de pan al servicio de la insurrección. De aquí proviene el germen que lleva a los fanáticos a postrarse de rodillas en la Plaza Serapio Esparza, suplicando a Dios que se apiade del alma del pobre borrego descarriado para que este no arda en el infierno justo en el momento en que suenen las famosas trompetas.

Abel Azcona, Eating a Koran, 2012. Performance Art, Aufstrebende junge Kunst (Berlín)

Abel Azcona, Eating a Koran, 2012. Performance Art, Aufstrebende junge Kunst (Berlín)

Todo este circo fervoroso e indirecto a las pretensiones de Azcona conforma una performance comunal sin planteamiento previo ni guión que los afectados originan en defensa de sus creencias e intereses, impidiendo que “Desenterrados” se afiance como el cierre de un ciclo. Es obvio que, para sorpresa de su autor, el vórtice sigue abierto, ya que Abel está citado a declarar ante el juez el próximo 25 de febrero para responder por su blasfemia, y se vaticina que la trama no llegará a su fin hasta que el imputado lea públicamente la sentencia definitiva como broche.

Fue Harry Potter y la piedra filosofal el libro en el que J. K. Rowling (Reino Unido, 1965) describía cómo la varita mágica que empuñan brujas y magos es la que elige a su dueño, y ciertamente de esta forma actúa el arte en contadas ocasiones. La sustancia alquímica más conocida, citada por la británica en el primer tomo de la saga, tenía el poder de otorgar la inmortalidad al que la poseyera, y parece ser que Abel Azcona ha topado con ella. Pese a que las intenciones de los practicantes de la fe cristiana fuera justo lo contrario, Amén ocupará para siempre un lugar en las enciclopedias de Arte español, propiciando la eternidad del artista.

 

David Febo
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