Breve historia de la ciencia ficción II. Trabajos forzados, androides y misoginia

La electricidad sirvió para alumbrar unos nuevos aunque ancestrales miedos, a la muerte, al dolor e incluso a una penosa no-vida, despojándonos del motor humano del alma y reduciéndonos a una mera consecución de procesos corporales no controlables. Pero otro de los reflejos, en cierto modo más amable, de este uso de la corriente enfocado hacia una mejor calidad de vida de la población es el nacimiento de uno de los mitos modernos por antonomasia: el androide. Seres mecánicos y de apariencia humana destinados a servir a la humanidad con el fin de hacernos la ida más fácil, aunque, no pudiendo suceder de otra manera, en ocasiones resultan unos sirvientes ciertamente díscolos.

 

Los orígenes del Robot

Con la desaparición del decadentismo y el inherente pesimismo que había imperado en las primeras décadas del siglo, el mundo moderno asistía de pronto a una nueva y brillante juventud, proporcionada por los progresos tecnológicos. Una sola vida humana no era suficiente tiempo para viajar a altas velocidades en los nuevos medios de transporte, para asistir a todas las fiestas y bailes nocturnos en los cafés, los circos o los teatros, con sus refulgentes candilejas. Se hacía necesario delegar las responsabilidades del día a día, que irremediablemente debían ser hechas por alguien. Las novedades tecnológicas que en un primer momento parecieron una promesa de progreso universal terminaron generando una mayor desigualdad y brecha social, puesto que, además de empeorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras, provocó un aumento de la servidumbre doméstica. La ciencia ficción dinamitó los límites que en la vida real estaban marcados y condicionados por la propia humanidad de los sirvientes. Así nace el robot, que gracias a su naturaleza mecánica no necesita descansar, estando únicamente limitado por su necesidad de energía, cuya producción en las primeras décadas del siglo XX ya estaba asegurada. No es extraño entonces que la palabra robot derive del vocablo checo robota, un término que significa “trabajo forzado” o “servidumbre” y cuyo origen medieval hace referencia al periodo de tiempo en que los campesinos se veían obligados a trabajar las tierras del señor feudal sin recibir retribución alguna por ello. En el sentido moderno fue empleado por primera vez por Karel Čapek en su obra de teatro “R.U.R: Rossum’s Universal Robots” en 1921.

 

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Cartel de la película soviética de 1935

 

Una de las premisas del androide, o del robot es su forma más o menos antropomórfica y en este sentido, no es una invención particular del siglo XX; la tradición de ingenios mecánicos como los autómatas se remonta a épocas muy anteriores y ya desde el XVII encontramos líneas de pensamiento que tratan de establecer un funcionamiento mecánico del universo y del hombre, y que encontrarán su catalizador en la obra de René DescartesEl hombre máquina“. A finales del siglo XVIII, las analogías del ser humano como una máquina perfecta eran habituales en los planteamientos teóricos.

La literatura del momento nos ha dejado múltiples muestras de célebres androides/robots, y el gusto por ellos se ha prolongado en el tiempo hasta nuestros días. En un sentido metafórico, encontramos al Phileas Fogg de Verne, que si bien es una persona humana, su excesivo automatismo lo acerca mucho hacia la idea de hombre mecánico, alguien que es capaz de hacer todo lo que se proponga sin estar sujeto a las limitaciones habituales del género humano y que prefigura una de las líneas argumentales modernas: la mecanización del hombre en contraposición a la humanización de la máquina.

 

Ilustración de Phileas Fogg por Alphonse de Neuville & Léon Benett 1873

Ilustración de Phileas Fogg por Alphonse de Neuville & Léon Benett 1873

 

La Andreida, misoginia en las representaciones femeninas

Una obra que explora de manera particular las atribuciones del androide es “La Eva Futura” de Villiers de l’Isle-Adam (uno de aquellos poetas malditos a quienes escribió Paul Verlaine), publicada en 1886. Fue, además, la primera obra en popularizar el término “androide” o “andreida”, ya que la protagonista mecánica de este cuento es una mujer, Hadalay. En él, el inventor Edison, presentado como un mago, creará para Lord Ewald -su amigo atormentado por el amor que siente hacia Alicia, una cantante que se nos presenta con todos los rasgos más mezquinos que era posible atribuir mediante las ideas pseudocientíficas a la mujer- una mujer mecánica que encarne todos los ideales que le faltan a la otra. Es decir, una mujer mecánica con espíritu masculino y creada por un hombre para otro hombre. Todo el texto de Villiers de l’Isle-Adam es profundamente misógino, tanto al describir a Alicia (y por extensión a todas las mujeres biológicas) como al hablar de Hadaly, la mujer mecánica, ya que una de las condiciones que pone Edison a su amigo es que se deshaga de la creación antes de su muerte: “La Naturaleza cambia, pero no la Andreida. Nosotros vivimos, morimos, y, ¿quién sabe…? La Andreida no conoce la vida, ni la enfermedad, ni la muerte. Está por encima de todas las imperfecciones y conserva la belleza del ensueño (…). Su corazón no puede cambiar porque carece de él. Vuestro deber será destruirlo antes de morir. Un cartucho de nitroglicerina o de panclastita bastará para reducirla a polvo y deshacer su forma en el viento del caduco espacio”. Al margen del alegato misógino que plantea la totalidad de la obra, hay puntos que resultan novedosos en cuanto a la construcción de la máquina-mujer; en lugar de emplear combustible, hay que alimentarla con aceite de rosas y ámbar, un dispendio económico si tenemos en cuenta que la naturaleza del androide consiste en facilitar la vida de los hombres al menor coste posible, tal y como las máquinas industriales habían mejorado la producción en las factorías.

 

Ilustración para "L'eve Future"

Ilustración para “L’eve Future” mostrando a Hadalay y su embalaje.

 

Otro androide femenino igualmente célebre es Futura, la robot de la novela de Thea von Harbou, más conocida quizá por la adaptación cinematográfica que Fritz Lang realizó en 1927. Futura es, al igual que Hadalay, una réplica mecánica de una mujer biológica, María. También en “Metrópolis” se presenta al creador del androide como un mago-ingeniero y también aquí es de factura preciosista -de vidrio y metal- pese a que en la película se presentase como completamente metálica. En este caso, la androide es la antagonista de aquella a quien está replicando, y es la malvada instigadora de la revuelta que originará la destrucción de Metrópolis.

Sería muy difícil realizar aquí una relación de androides más o menos célebres desde los expuestos anteriormente hasta la actualidad, pues ha sido uno de los temas primordiales sobre los que ha orbitado la ciencia ficción a lo largo de su historia. Basta recordar la formulación de las leyes de la robótica de Isaac Asimov (quien, por cierto, fue el auténtico popularizador del término Robot, tomado de la obra de Čapek), la distopía de Huxley Un mundo feliz, en el que la sociedad humana se comporta de manera mecánica debido a los procesos de condicionamiento a los que son sometidos -sociedad que ha llegado incluso a sustituir el coito como método reproductivo por una reproducción mecánica- o los replicantes de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, popularizados mediante la adaptación libre de la novela en la película Blade Runner de Ridley Scott. Pero ellos nos sirven de muestra para ponderar cómo la literatura ha sido una de las artes en las que la influencia de la electricidad ha sido especialmente fecunda, pese a que en un primer momento pudiese parecer lo contrario.

 

Lorea Rubio

1 comentario
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