Desnudez.

Cuando el arte se quita la ropa y se viste de desnudez

El artista ha tenido, desde siempre, una fascinación latente por pintar aquello que se escondía bajo la ropa. Es increíble ver cómo todos los artistas se han dejado llevar, en algún momento, por las curvas de un cuerpo desnudo, de un cuerpo que al posar nos invita a la perversión más dulce. Cada línea suele tener un propósito que ayuda a conformar un resultado perfecto, a veces increíblemente simple.

 

Desnudez.

La genialidad de las líneas de Pablo Picasso puestas en movimiento.

 

Las mujeres han sido un elemento clave de inspiración artística y la forma en que han sido dibujadas es una prueba de ello. Sobre lo que me gustaría reflexionar a continuación es, precisamente, sobre la concepción de desnudez que caracteriza a ciertas imágenes. Cuando miramos un cuadro y nos sonrojamos por lo que vemos, ¿está esa sensación en nosotros o en los retratos?

Yo tengo una respuesta clara que, además, considero el logro más grande de la pintura, y es su capacidad para observar lo natural de la desnudez sin caer en la objetivización de un cuerpo. Cuando el pintor retrata a una mujer que no lleva nada, tan solo está pintando la belleza en uno de los estados más puros. Es una espalda, unas piernas, un pezón, las líneas de una barriga y unos ojos azules, verdes o terriblemente negros. Pero no se ha pintado jamás un elemento obsceno en toda la historia del arte, porque la obscenidad no existe. Lo prohibido, lo que creemos que podrá herir la sensibilidad del público, está únicamente en la mirada con la que nos acercamos al cuerpo desnudo. Un ejemplo lo encontramos en Egon Schiele y sus figuras, que nos enseñan otra cara del cuerpo femenino dominado absolutamente por la percepción del propio artista. Cuadros como este nos demuestran que para el arte no existe lo estéticamente feo o lo estéticamente bello, solo la fascinación de una mirada unida a un cuerpo desnudo.

 

Desnudez.

Las curvas transformadoras de Egon Schiele.

 

Pero continuamos censurando imágenes solo porque hay unos pocos que no se atreven a mirarlas directamente. El mundo del cine ha intentado luchar contra esta visión reprimida como ha podido y en ocasiones ha logrado ganar la batalla a la censura; no podemos olvidar las películas del destape español que alegraron la sensibilidad de muchos en lugar de pervertirla. Estas películas copiaron a la pintura y dibujaron unas situaciones donde lo normal era desnudarse frente a la cámara, no había necesidad de justificar en el guión el porqué del desnudo. Ellas, simplemente felices, se quitaban la ropa porque los cuerpos que mostraba esa cámara estaban naturalizados y no sexualizados. Ese es el problema del cine en la actualidad, que en su carrera por imitar los desnudos del arte acabó perdiendo su objetivo final y dando una imagen de la mujer desnuda completamente objetivizada.

Es muy necesario recuperarla, traer de vuelta a la mujer desnuda para dejar de temer al cuerpo que la acompaña. Alguien que creo que lo ha conseguido es Paolo Sorrentino en su última película, La juventud (2016). En una determinada escena, los protagonistas, Michel Caine y Harvey Keitel, se están bañando en un balneario de lujo a los pies de los Alpes cuando de repente se introduce en su piscina Miss Universo, que disfruta allí de su regalo por haber ganado el concurso de belleza. El plano que la acompaña es impresionante y te deja sin aliento porque quien camina desnuda delante de esos dos hombres es una mujer increíblemente preciosa. Pero Paolo Sorrentino te obliga a verla de otra forma, te obliga a que contemples su cuerpo de forma natural, sin maquillaje, sin encerrarla en un prototipo y simplemente te invita a disfrutar de las líneas de su cuerpo; es una mirada totalmente limpia y totalmente libre. Con razón pregunta Michel Caine “¿quién es ella?”, y con razón responde Harvey Keitel “Dios”Aquí os dejo la escena.

 

Es verdad que la mirada obscena seguirá estando ahí, pero hay que seguir el trabajo de todos los pintores que han intentando liberar el cuerpo desnudo y el de todos los cineastas que, como Sorrentino, han jugado a ser más listos y han transformado la mirada en algo puro. Además, debemos mirarnos a nosotros mismos y comprobar que estamos dibujados por las mimas líneas rectas que acabarán conformando un resultado perfecto, a veces brillantemente simple.

 

Desnudez.

Meret Oppenheim fotografiada por Man Ray, 1933.

 

Mamen García García
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