Espiral hacia la izquierda o si yo viviera en Chile

Metí la mano en el fregadero para acompañar el movimiento del agua. Unos giros en el sentido de las agujas del reloj, y esa boca se lo tragaría. El leve movimiento del agua paró. Nada. Estaba atascado. Me puse a hacer otras cosas a ver si con los minutos disminuía el volumen. Cuando quedaba un par de centímetros de líquido introduje el dedo índice de nuevo. Reloj. Toda aquella mierda flotante se paró, y al instante siguiente giró en el otro sentido, con mi dedo sumergido, desapareciendo por el desagüe. Fue apenas un segundo. ¿Había visto bien? Retiré los restos de comida mojada con una servilleta de papel. Volví a abrir el grifo, y el agua giró en su sentido natural en el hemisferio sur. No podía ser. Seguí con lo mío. ¿Cómo era posible? Fui presa de la duda. ¿Había alucinado? ¿Existía una explicación científica en aquel desagüe que hiciese girar el agua hacía la izquierda a veces? ¿O más concretamente, sólo aquella vez? Repetí la operación varias veces, y la naturalidad del curso del agua me contrariaba, me horrorizaba. Pero yo lo había visto, lo había sentido en la piel de la yema de mi dedo. ¿O acaso no? La realidad me tomaba el pelo.

Nunca son los hechos externos los que nos impiden dormir, sino los pensamientos y conductas propios e internos que adoptamos al presenciarlos. Esa noche no había manera. ¿Qué hice yo? Observé y dejé girar, incapaz de invertir la imposibilidad que aún así era, fue. La perturbación provocaba que el hecho, por improbable que volviese a repetirse, sucediese en mi incomprensión. Imperdonable. El universo me había estafado. La certeza de que, lejos de negarme y buscar estrategias de rotación inversa, las había visto venir sin saber pararlas.

Estaba muy claro. Dos tipos de personas posibles en aquel instante. Las que tomaban el pelo a la vida, y a las que la vida les tomaba el pelo. ¿Sería capaz yo de pertenecer al segundo grupo?

De repente, sin posibilidad de réplica, las ganas de producir. Unas ganas como hacía años no sentía. Las dos de la mañana y ni un papel, en una ciudad que no es la mía. Sólo mi cabeza en arcada infinita que precede al vómito que nunca llega, como único acto de rebeldía posible. Enredada en las sábanas giro hacia la izquierda en mi insomnio.

Existe algo incómodo en las espirales hacia la izquierda. Cierto asco que siente el paseante que sube y baja la escalera de caracol. Durante el ascenso, la espiral de Fibonacci se nos aparece como algo placentero, lleno de verdades que no necesitamos cuestionar. Cuando bajamos, la direccionalidad de la misma materia que antes hemos ascendido nos contraria, nos marea. El vértigo aparece como consecuencia de las dos experiencias solapadas.

Sólo eran ganas de orden. Una cabeza en busca de orden, analizando y desmigajando esas espirales imposiblemente posibles, en la que se había abierto una brecha, una posibilidad jamás imaginada, y paradójicamente había cerrado otras muchas opciones, la ingenuidad de que el mundo conspiraba en círculo y a mis espaldas. El único consuelo del que se reconoce a sí mismo como timado es la intencionalidad de establecer un orden propio pero con aspiraciones a universal en el pensamiento íntimo. A veces, este orden es en forma de cuadro, dibujo o escultura: materia. Todo es una farsa que conocemos desde el principio, pues del pensamiento no se aleja ni un ápice esa realidad subjetiva revelada. Y aun así, esperamos un golpe de suerte, algo que nos reconcilie con el mundo: una pincelada imprevista que salió de nuestra mano, el desconche de la piedra por una veta que no preveíamos. Sabemos que será mentira, y que nos lo creeremos hasta volver a ver girar el agua hacia el otro lado.

Me acordé de los cuadros de Mikko Paakkola, el padre de una amiga semanal en la adolescencia, que yo interpreto siempre como atardeceres. Mikko de espaldas a rotación y traslación. Mikko viéndolas venir por detrás. Mikko produciendo irritación y belleza a los que ven lo mismo pero intentan salirse con la suya, a los que intentan timarle a la vida. Obsesionada por comprender el giro doble del mundo no me siento ni mejor ni peor. Al mundo le da lo mismo girar, porque el mundo no es consciente de su movimiento, como tampoco lo puede ser de su justicia, porque ésta no es atribuible a él. Y el timado observa las cosas, y deja, no rehúye ni niega ni se queja apenas, y todo gira y gira, gira en la otra dirección, hacia la incorrecta verdad, aunque casi nunca gira. La Via Láctea suspendida.

Irremediablemente, el desagüe me absorbe con efecto Coriolis y desaparezco. Si me despierto oigo algo muy fuerte:

“Que yo siento en el aire, siempre sintiendo que no soy yo”. [1]

 

Acrílico, óleo y pigmentos al aluminio. 330 x 250 cm. Mikko Paakkola. 2014.

Acrílico, óleo y pigmentos al aluminio. 330 x 250 cm. Mikko Paakkola. 2014.

 

[1] Fragmento de la carta n. 482F de Vincent Van Gogh dirigida a su hermano Theo fechada en el día 5 de Mayo de 1888.  En la traducción que leí hace un par de años la frase se traducía de este modo, y me quedó grabada a fuego. La traducción que he encontrado estos días (después de escribir el texto anterior), y que hace la editorial Akal en 2007 de este fragmento, difiere:

“Pero me sentiría muy contento de si ese Bel -Ami del Midien que Monticelli no era pero sí preparaba – que yo siento en el aire, aun siempre que no soy yo– estaría, decía, muy contento si encontráramos en pintura un hombre del estilo de Guy Maupassant, que pintara alegremente las hermosas gentes y cosas de aquí”.

Igual de revelador me parece el fragmento de una carta fechada el 20 de Mayo del mismo año y dirigida de nuevo a Theo:

La nostalgia de la verdadera vida ideal e irrealizable está ahí, y ahí retorna siempre, por momentos, en plena vida artística.

Y, a veces, nos falta el deseo de lanzarnos de lleno al arte y recuperarnos para él. Uno se sabe caballo de tiro, y sabe que volverán a engancharle al mismo carruaje. Y entonces no tenemos ganas de eso, y preferiríamos vivir en una pradera con sol y un río, en compañía de otros caballos igualmente libres y dedicarnos a procrear.

Y quizá, en el fondo de los fondos, la enfermedad del corazón viene, un poco, de eso, no me extrañaría demasiado. Ya no nos rebelamos contra las cosas, tampoco estamos resignados, estamos enfermos y eso no pasará, y no podemos remediarlo con exactitud. 

No sé quién ha sido el que a llamado a ese estado: estar tocado de muerte e inmortalidad. […] 

Y nosotros, que no estamos, según creo, en absoluto cerca de la muerte, sentimos, sin embargo, que el asunto es más grande que nosotros, y que durará más que nuestra vida. 

Marina Rodríguez Serrano
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