El íncubo

Lo que sueña el arte

En 1781, el artista sueco Johann Heinrich Füssli siembra un precedente con su obra La pesadilla. Quizás sin darse cuenta estaba dando pistas a posteriores reflexiones acerca de lo que pasa en el interior de la mente humana. Tan sólo un siglo después aparecerían las ideas freudianas sobre el inconsciente, a raíz de las cuales al mundo del arte se le abriría un campo de posibilidades en el que experimentar. Los artistas de finales del siglo XIX hasta llegar a hoy se han dedicado a reflexionar sobre la mente y lo que ésta esconde. El formato contemporáneo ha permitido que afloraran infinitas ideas acerca de lo que hay en lo más recóndito del inconsciente. Cierto es que Freud da sentido a algo brevemente reflexionado hasta su momento pero que el arte haya permitido la entrada del supuesto mundo irracional del sujeto no es cuestión del último par de siglos. Hagamos una breve incursión en el mundo de los sueños en el arte.

Por acercarnos a un ejemplo ampliamente conocido, podemos ir hasta el siglo XV de El Bosco. ¿Quién, al contemplar El jardín de las delicias, no encuentra en él un mundo de irracionalidades? Camuflado bajo el ideario cristiano, el tríptico nos descubre personajes imposibles, escenas surrealistas y paisajes que sólo pueden partir de la imaginación. Pero si uno se detiene a fijarse en los detalles de la composición, encontrará que el sueño es mucho más cercano a la realidad de lo que parece. La obra está cargada de ironía y burla, caricaturizando algunas actitudes del ser humano para esclarecer el comportamiento de éste. Quinientos años antes de Freud ya se nos está advirtiendo de algo: en lo irracional es donde acontece el verdadero yo. Desligado de cualquier imposición, el sujeto es capaz de darse a conocer tal y como es realmente, puesto que en el inconsciente es donde se guarda lo reprimido en la vida diaria.

 

Tríptico

 

Aunque podría parecer lo contrario, es complejo encontrar expresiones oníricas que no sean cercanas al padre del psicoanálisis si uno no se dirige directamente al arte sacro y, por supuesto, bajo unas formas mucho más realistas y determinadas. Cualquier Inmaculada de Murillo o una Anunciación de El Greco contienen un grado sublime en lo que a onirismo se refiere. Pero el carácter de verdad de estas obras no respondía a un intento de indagar en el yo. Esto nos obliga a volver a finales del siglo XIX, hasta unos pintores que toman las palabras de Freud y consideran el sueño como expresión de realidad. E incluso aquí podemos hallar un vínculo entre el arte sacro y el psicoanálisis. Nos referimos a los simbolistas, concretamente a Félicien Rops y su particular visión de La tentación de San Antonio. El artista nos presenta el sufrimiento del santo por culpa de la imagen creada por el diablo: una exuberante mujer que llega a desbancar al Cristo de la cruz. Rops toma la narración apócrifa y la dota de doble sentido. Lo que hasta ese momento se había entendido como una tentación del maligno se lee ahora en clave psicoanalítica y se considera que es un tormento interno del propio San Antonio, que él mismo y nadie más se impulsaba al deseo de la carne. A medida que se abre el campo del inconsciente, salen a la luz la mayor cantidad de perversiones vetadas precisamente por la tradición y la sacralidad.

 

La tentación de San Antonio

 

Si avanzamos algo más en el tiempo, nos encontramos con los surrealistas, herederos directos de Freud que consideraban su propio arte como el único verdadero. Al igual que los simbolistas, ellos también creerían en los sueños como lugar en el que la realidad acontece sin privaciones. El propio Dalí retomaría el mismo tema de Rops; pero evitemos redundar sobre alguien del que se han dicho tantas cosas y acerquémonos a quien aunó el mundo de los sueños con la abstracción y el expresionismo: el sueco Paul Klee. También él tocaría en gran medida la religión. Se basaría en la tradición hebrea acerca de los ángeles que nacen para renovar el canto celestial para pintar su Angelus Novus. Si uno se para a contemplar detenidamente el cuadro, puede ir sintiendo algo terriblemente siniestro, concepto que Freud entendía como aquello que nos es familiar y que un día, sin motivo, resulta espantoso. Eso le pasa al ángel de Klee. A medida que nos vamos familiarizando con él nos resulta más terrible, al igual que en los ángeles de El Greco, anteriormente nombrado. El personaje está a medio camino entre la imaginación, el sueño, la fantasía y la visión mística. Haciendo un ejercicio de psicoanálisis, encontramos un personaje tremendamente ambiguo, con una sonrisa siniestra, una mirada desorbitada y lo que parece ser una falda que no consigue tapar un miembro genital alargado y puntiagudo. El grado de perversión con el que se mire el cuadro ya es cuestión de cada uno.

 

Angelus Novus

 

Llegando hasta nosotros, la cantidad de representaciones oníricas en el arte se ha multiplicado incesantemente. Los nuevos medios y, especialmente, los avances en fotografía y edición, han permitido llevar a lo artístico unas concepciones de ensueño. Mágicas son las pinturas de Mark Ryden, en las que sus niñas de ojos grandes conviven con seres monstruosos, sanguinarios y adorables a partes iguales. Nos fijamos en él porque también permite la entrada de la figura del Cristo y otros elementos religiosos en su mundo inconsciente, como hemos visto con los artistas anteriores, todo ello pasado por el tamiz del pop. Lo que podría parecer una fantasía infantil toma también un aire siniestro a medida que vamos absorbiendo uno de sus cuadros. Pero cualquier tipo de reflexión es nula, todo queda a la vista. La sutil burla con la que pretendía moralizar El Bosco es ahora el centro de la obra.

 

Main Street USA

 

Estos cuatro ejemplos nos sirven para entender que hay unos lugares comunes en torno a los artistas que han querido indagar acerca de los sueños. Se combinan dos capas, una que tiende a lo bello y otra que va hacia lo siniestro. Pasando una llegamos a ver la otra y conseguimos vislumbrar la totalidad. Por otra parte, el tono de burla y la carga sexual están ligados al inconsciente, algo que Freud postula pero que era innegable anteriormente ya que las represiones siempre han estado ahí. La relación con la religión nos ha servido como mero vehículo, los caminos del sueño en el arte son bastos e interminables, esto es sólo una aproximación. Pero es inevitable pensar que algo ha ocurrido. El mundo contemporáneo nos aleja progresivamente de ese arte cargado de subtexto para llegar a otro en el que todo está expuesto. En relación con lo que nos ocupa, es posible que la liberación del sujeto y la cada vez menos frecuente represión de las pulsiones permitan explicitar elementos que antes eran inconcebibles. Puede que el arte sea cada vez más libre, menos soñado y más evidente, pero debemos cuidarnos de que no quede vacío e imposible de ser llenado.
 

Carlos Moya Gómez
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