Miyazaki, shinto y zen

Los habitantes de Europa y los Estados Unidos viven en una montaña rusa de emociones y pensamientos esquizofrénicos que no ha dejado de acelerarse desde la llegada de la industrialización y, con mayor énfasis, a raíz de la posmodernidad. Las tendencias opuestas de ecologismo y cibernética han llevado a que los pobladores occidentales vivan entre la recuperación del cuerpo y la “cerebrización”, entre un mundo real y un mundo virtual. El alejamiento de la realidad, unido a la idea de que el desarrollo tecnológico es capaz de acabar con la vida humana en cualquier momento, provoca que se habite en la conciencia apocalíptica. Viviendo en lo virtual se desvaloriza lo real y, por tanto, la vida acaba quedando al margen.

¿Cómo, entonces, se logra en un lugar como Japón la unión de dos mundos que en Occidente parecen incompatibles? La respuesta a esto puede encontrarse en la forma de tratar a la naturaleza que distingue a ambas sociedades. En el caso occidental, ésta ha sido siempre vista como algo que debe superarse, un ser supremo al que uno se enfrenta y al que puede llegar a dominar. Los japoneses, en cambio, han mantenido a lo largo de su historia una inquebrantable relación con el medio natural. Desde el shinto y el zen, las mayoritarias expresiones de pensamiento y religión en Japón, se ha expuesto la necesidad de mantener al hombre unido con el espacio físico que lo rodea. Y a pesar de lo milenario de ambos y de la increíble conversión tecnológica del país en los últimos años, ese vínculo ha seguido vivo.

 

Ilustración de Miyazaki

Ilustración de Miyazaki

 

Es habitual que los artistas japoneses contemporáneos mantengan viva esa unión con el mundo natural. Una figura representativa de esto que estamos diciendo, que ha logrado mantener ese vínculo a través de su arte, es el director de cine de animación Hayao Miyazaki. A lo largo de sus películas hace presente una gran devoción por la naturaleza y los problemas que supone la industrialización. Éste es uno de sus grandes dilemas, puesto que es a través de la tecnología que puede desarrollar su forma artística. Intenta contrarrestar este hecho haciendo que tanto su equipo, el Studio Ghibli, como él mismo trabajen toda la base de la animación a mano. Sólo utilizan la tecnología en el momento del montaje. Miyazaki se sirve de un propósito zen en el momento de crear sus películas: vivir la naturaleza, serla, abandonar el yo para formar parte del todo. Los paisajes que podemos contemplar en su obra están elaborados a partir de la realidad. El director dedica muchas horas a conectarse con la naturaleza para poder llevarla después a sus dibujos. Se vincula de esta forma con los pintores tradicionales japoneses, que mantuvieron durante siglos la representación de la naturaleza a través de su arte. En Miyazaki vemos una forma actualizada de esa pintura milenaria. Precisamente es el zen lo que permite conectar todo. Como hemos dicho, todo el equipo de Studio Ghibli trabaja manualmente, permitiendo que surja la naturalidad y haciendo que su trabajo sea también meditativo. El hecho de estar durante horas creando una breve secuencia a mano hace que los dibujantes se introduzcan en ella y entren en contacto vivido con lo que están haciendo. En ese intento de unirse con la naturaleza podemos ver algo religioso. Si entendemos el término como la necesidad de religarse, lo que hace el zen es abrir la vía para poder lograrlo. Acercarse a la naturaleza y sentir una experiencia con ella provoca que el ser humano se abra, se vacíe de sí y se funda con el todo que le rodea.

La búsqueda de la naturalidad nos acerca, a su vez, a un valor shinto. En el cine de Miyazaki podemos observar dos sentidos: los personajes se mantienen profundamente arraigados a la naturaleza o viven un proceso de acercamiento y, al mismo tiempo, a pesar de que la animación precisa de la tecnología, el trabajo se ejecuta de forma que sea lo más natural posible. En el caso del shinto, a esta naturalidad se le asocia una simplicidad, puesto que la forma en que algo puede ser natural es tratándolo de la forma más simple. La animación permite, precisamente, que los personajes sean controlados al cien por cien por su creador, de forma que se evita la sobreactuación o la prepotencia que podría surgir con actores físicos.

Si valores como lo natural o lo simple van asociados al shinto, no podemos olvidar la importancia que tienen los kami en esto. La creencia en estas entidades y fuerzas que habitan la naturaleza aparecería con los primeros pobladores de Japón. Es probable que, como en todas las culturas, el comportamiento de la naturaleza hiciera pensar en unas entidades superiores que ayudaban o castigaban a los hombres. Sería a través del culto a ellos que surgiría el shinto. Los kami no son únicamente seres sino que también incluyen lugares u objetos en los que los propios japoneses perciben una mayor concentración de energía.

 

Edición japonesa cartel Mi vecino Totoro

Mi vecino Totoro

 

Por otra parte, la muerte, uno de los temas más destacables del pensamiento japonés, es de gran presencia en el cine de Miyazaki. Las visiones que dan shinto y zen son dispares pero parece que aquí llegan a encontrar puntos en común. Para el shinto, la muerte es un tabú. Todo lo que rodea a este concepto acostumbra a quedar al margen. Es evidente la veneración y el respeto por los muertos pero el contacto con ellos implica una impureza. De hecho, el shinto contiene ciertos comportamientos o hechos que suponen una corrupción que debe ser limpiada. Pero debemos entender que la impureza no es equiparable al pecado cristiano. El japonés que se corrompe tiene la posibilidad de regresar a un estado limpio a través de la purificación. En el caso del zen, se considera que el más acá (samsara) y el más allá (nirvana) son la misma cosa, que la muerte forma parte de la vida y que la liberación de algo que podríamos llamar alma se produce dentro del mundo. Por tanto, la muerte vista desde el shinto como la búsqueda de purificiación y desde el zen como unión de dos mundos queda absolutamente presente en las películas del director japonés.

 

Escena El Viaje de Chihiro

Escena de El Viaje de Chihiro

 

La sociedad japonesa ha conseguido que el shinto y el zen se mantengan a través de los medios que propone la época en que vivimos. De no ser así, es posible que ambos se fueran reduciendo y que no tuvieran un impacto internacional como el que tienen. Miyazaki es el artífice de una obra que se aprovecha de la industrialización para dejar a la vista lo que hay de ancestral en la cultura japonesa. El director acerca al público unos mitos actualizados que acaban transmitiendo los valores que van con el shinto y el zen. La animación ha permitido que la sociedad contemporánea siga manteniendo vivo su pasado a través de la animación. En palabras del propio director, «hoy, todos los sueños de la humanidad están malditos; sueños hermosos, pero malditos». Quizás sea a través de sus películas que uno pueda evitar, aunque sea por un instante, esa maldición.

Carlos Moya Gómez
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