Muchacha leyendo.

Realidad y ficción, ¿dos mundos diferentes?

Nuestra realidad está salpicada de una enorme cantidad de ficción, sólo que en pequeñas cantidades, a modo de rayo de luz que de repente se ve debajo del marco de una puerta. Las veces que yo me he sentido más cerca de abrirla ha sido leyendo, lo que hace que me pregunte (y quiera compartir con vosotros) cuál es el límite entre lo ficticio y lo real. Realmente creo que lo que sea que separa ambos conceptos es algo mucho más tenue de lo que pueda parecer en un primer momento. Este sentimiento que intento explicar ha vuelto loco también a muchos escritores, entre ellos a Julio Cortázar. El maestro que supo llenar el vacío de lo ficticio con la música de jazz es el que mejor ha definido la sensación que uno tiene cuando se da cuenta de que está a medio camino entre lo que es real y lo que no lo es. Y el ejemplo perfecto lo encontramos en La continuidad de los parques, un cuento precioso que se inserta dentro del libro Final del Juego (1956). A todo aquel que tenga ganas de comprobar lo fácil que es vivir entre dos mundos, le invito a que lo lea y lo disfrute.

 

 

Pero, continuando con esta idea, existe una delgada línea entre lo real y lo maravilloso que me plantea la duda de si todo aquello que no forma parte de nuestra realidad más natural no será, tal vez, una forma completa de nuestras vidas en lugar de un compartimento estanco totalmente diferenciado de lo otro. Puede ser que todos tengamos con nosotros mismos un grado de ficción que se encarga de que soñemos despiertos, de inspirarnos e incluso de trastornarnos, y puede ser que el arte sea su forma de activarlo. De hecho, me encanta pensar que esa es, precisamente, su finalidad; dentro de todos los posibles usos —prácticamente inagotables— el fin esencial del arte debería conseguir que nuestra realidad ponga a funcionar sus mecanismos ficticios.

 

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Pablo Picasso, La Lectura , 1932. Realidad ficticia distorsionada.

 

La primera vez que leí Cien años de soledad (1967) y José Arcadio Buendía me dijo que se había quedado atrapado en los lunes, supe perfectamente de qué estaba hablando y una construcción ficticia pasó a ser parte de mi realidad porque, desde ese momento, le di un sentido a mi sentimiento. Comprendí perfectamente que hay momentos en la vida en que, aunque los días pasen, tú sigues viendo todo lo que te rodea de la misma forma —sigues atrapado en un lunes—. Por esa razón, siempre que me vuelve a suceder, releo sólo ese pasaje y, por un momento, Macondo es igual de real para mí que para José Arcadio Buendía.

Es por eso que cada vez que alguien se deja llevar por el arte acaba formando parte de él. Yo formo parte de lo real y de lo ficticio a partes iguales, aunque de eso sólo me dé cuenta cuando ya lo estoy haciendo. Porque de eso se trata; el arte es nuestro sistema de entrada a otro mundo que, de hecho, está dentro de nosotros. Es el arte el que hace que nuestro cerebro diga “atento, estás a punto de vivir algo diferente”. Diferente, sí; pero no irreal. Lo irreal es sólo de lo que queremos distanciarnos, pero el arte debería ser totalmente real, totalmente palpable por todos los que quisieran aprovecharse de él porque el arte debería estar, también, a la altura de todos.

Leer es, para mí, un acto absolutamente artístico que nos permite descubrir qué es lo que esconde nuestra imaginación cuando ella se ve reflejada en lo que leemos. Cuando la puerta se abre por completo y nos enseña qué es lo que estaba iluminando ese rayo de luz. Sonreiremos como Jules y Vincent en Pulp Ficction (1994) con el famoso maletín cuyo interior brillaba tanto. Sonreiremos porque es únicamente nuestro y con él podremos hacer cualquier cosa, ya sea convertirlo en realidad o en ficción.

 

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Salvador Dalí, Muchacha en la ventana, 1925. Una entrada a otra realidad.

 

Mamen García García
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