Fotografía cedida por Galería Artizar

A cielo descubierto

Jardín japones. Fotografía cedida por Galería Artizar

 

Hay artistas que invitan a la indagación permanente del significado del ser, del habitar, de la soledad y de lo común con resultados nada lineales y con un lenguaje natural pero con una carga de significado que alberga toda su potencia. Uno de esos artistas es Ángel Padrón (El Hierro, 1969), para el que la cantidad de significados de las imágenes y todo el sentido que poseen hacen que su conocimiento originario sea nuestro acceso directo a la profundidad de su constructo creativo.

Como sujetos, la noción de habitar nos constituye de forma política, económica y cultural, a la vez que tiene connotaciones morales. Pero, ¿cuál es el límite del entorno? ¿La ética, la categoría política o la antropológica? Cada rincón o testimonio visual está cargado de un sentido que obliga, que dirige hacia una vía determinada. De ahí la descalificación progresiva del sentido de habitáculo y de paisaje, del carácter público de los usos del espacio que esconde oposiciones conceptuales. Estos son los límites del hábitat que puede que en un primer momento se plantee el artista desde los inicios de sus preocupaciones e inquietudes por las construcciones del paisaje y de la postal como recurso.

Cuando un concepto determinado se origina y comienza a utilizarse, para arrancarlo de ese origen, se supedita a, como diría Derrida, los límites logocéntricos y etnocéntricos, porque “la lengua usual no es ni inocente ni neutra”. Por lo tanto, ni la imagen ni el lenguaje brotan de forma natural, sino que tienen sus presupuestos propios y artificiales formando un sistema de interpretación con sus limitaciones conceptuales y espaciales.

La trayectoria de este artista está repleta de quiebros y circunvalaciones en torno a series que nunca se cierran. La tensión de su obra no viene de la cerrazón de lo acabado conceptualmente, sino de la preocupación de lo que le rodea a través de su articulación personal sobre el paisaje, la ausencia de figura y la caída libre tras la curva de una carretera. Se trata, en toda su obra, de traspasar los límites y de dejar abierta directamente la posibilidad de pensar un concepto significado en sí mismo, expuesto sencillamente. Ese significado está introducido en un conjunto de relaciones culturales e históricas, es decir, relacionada con un complejo sistema de pensamiento, que es afín y reconocible por todos. Por lo que los límites que antes nos cuestionábamos existen en la interpretación del sistema de pensamiento cultural, eso sí, de forma individual.

El paisaje en Ángel Padrón debe ser ese lugar a cielo descubierto en el que se inicien los cuestionamientos y se generen nuevas ideas. Los jardines japoneses como tiendas de campaña/isla/entorno pueden interpretarse como reductos sociales que generan a través de sus ondas expansivas una liberación de energía que va en la dirección contraria a la inercia del movimiento y cuyo germen, las construcciones, actúan como parapetos desde donde exponerse o esconderse.

Intemperie. Fotografía cedida por Galería Artizar

 

¿Y dónde está la figura en la obra de este artista? La presencia humana como colectividad es necesaria, pero hay un posicionamiento espacial que se genera desde uno mismo, desde la intemperie espacial y psicológica. Después, quizá, deviene la unión con el que nos roza el hombro en nuestro entorno. Pero más allá de todo eso, Ángel Padrón por omisión lanza una idea que redefine la presencia del sujeto. Una forma deconstructiva y retórica, que esconde un ideario ligado a la escisión de la figura humana del paisaje, y plantea la organización del mismo convirtiendo en protagonista a los contornos y perfiles de casetas dentro del dominio de la masa vegetal. Un paisaje como un producto material, presente siempre bajo los puntos estrellados que como masa salpicada de constelaciones en el imaginario del artista llegan a desarrollarse con formas humanas.

Por lo tanto el sentido de las imágenes, qué quieren decir en todas sus acepciones y cómo se definen como movimiento, testigo, alegoría, paisaje –de forma histórica como representación plástica-, son deudores del origen del extrañamiento del mundo a cielo descubierto, en una naturaleza incómoda pero dominante y familiar. Con respecto a la figura, como parte no existente de forma visible, cabría pensar que está cobijada en las tiendas de campaña, por lo que tiende ella misma hacia el interior, hacia la mundanidad. Ese vivir en el mundo a pecho descubierto donde Padrón usa el paisaje como resultado de la relación dialéctica entre lo prefigurativo del conocimiento previo –la construcción literal y artificiosa de la imagen- y el propósito de totalidad del proceso interpretativo –el mundo como un medio todopoderoso, o un tragamundos inmerso en la vorágine de la comunicación y de la automediación-.

La figura está a la intemperie, no representada, no como una huida del mundo sino como un desarrollo fuera del encuadre. Un medio expresivo en relación al espacio insular, a la línea de horizonte que mantiene latente la génesis de la obra de Ángel Padrón.

 

(Fotografías cedidas por Galería de Arte Artizar)

Dalia de la Rosa
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