Dos disparos

Deambulo por un museo cualquiera, y pienso que ahora que no estamos en Todos los Santos, y que por tanto no somos conscientes del peligro, los zombies tienen todas las de aparecer.

Lo cierto es que a mis espaldas y hacia la derecha veo a una chica mirando desconcertada hacia donde debería encontrarse la Venus de Velázquez, y al cabo de unos segundos pulsa frenética los botones de la audioguía pasando al siguiente cuadro de la lista, desplazándose lateralmente. El señor de mi izquierda no difiere mucho en este comportamiento, y observa abducido un Jusepe de la Ribera (tal y como se empeñan los ingleses en llamarle, pese a ser valencianísimo) que a mí me repele por sus contornos y colores. Es un Cristo muerto, pero ya se sabe que no está muerto del todo. El hombre atiende a las explicaciones de sus cascos y asiente muy convencido, yo no sé de qué.

Más adelante una pareja camina junta. El señor intenta comunicarse verbalmente con su mujer, pero ésta lo manda callar con gestos, se pierde parte de la explicación de la voz, ¿no lo ves? Vuelvo a la sala de Van Dyck e intento reconstruir uno de sus retratos; me canso un poco de intentarlo y me voy a compararlo con Rembrandt. Faltan pocos días para la gran exposición temporal que reunirá gran parte de su obra. La sala está casi vacía y campo a mis anchas. Me acompañan sus retratos y una señora rubia en taburete y uniformada, también con aparato de comunicación en mano. Miro de cerca a esa vieja pintada, Aechje Claesdr, sobre todo desde la derecha, y estoy a punto de creérmela. Aparece en la sala algún otro paseante con móvil en mano. Lo alza y empieza a observar a través de su pantalla a Aechje. Luego a Hendrickje, Margaretha, Phillips y todos los demás, deteniéndose apenas dos segundos en cada uno de ellos. Si le gusta lo que ve dispara dos veces, una al cuadro y otra al cartel explicativo. La vieja, desde su marco, le fulmina con la mirada, pero éste ni se inmuta. Tambaleándome vuelvo a casa, Murillo me mira resabido y sevillano, ofreciendome su paleta, parece que le oigo, “Mi alma”, me llama, aunque en 1670 no creo que en Sevilla utilizasen esa expresión, y uno de sus niños se ríe desde la esquina opuesta.

 

Imagen publicitaria de la App Oficial del Museo de Prado.

Imagen publicitaria de la App Oficial del Museo de Prado.

 

Ya con los italianos hago un alto y me siento en uno de esos bancos. Quién pudiera tomarse un café en ese momento. Un chico saca el móvil y se hace varios selfies con una madonna cualquiera, de espaldas al cuadro. Mira la estampa de los dos, madonna y él mismo, a través de la fotos del móvil. Selecciona una y se va caminando lentamente y bastante satisfecho enviándosela por whatsapp a su novia, probablemente. Qué experiencia, le contará. Qué bien me lo he pasado en el Museo. Qué experiencia el poder incluirte en la contemplación, o más bien en el barrido de un cuadro cualquiera. Qué bien quedamos juntos, esa madonna y yo, estéticamente complementados, mi jersey anaranjado perfecto con su manto cyan. Me rindo un poco, y me siento mordida por uno de ellos. ¿Recordaré todos esos nombres? ¿Esas fechas? Podría sacar el móvil…

Con las piernas balanceándose un poco hago la conexión. Qué parecido todo a un centro comercial. Se puede pasear, se está calentito en invierno y fresquito en verano, y tiene baños públicos. Es agradable. Y sobre todo ofrece la experiencia, ese bálsamo de experiencia modificada al uso y adormecida, mecida y mimada. Como cuando me despierto y el sueño se me queda en la punta del pensamiento mientras me voy dando golpes por las esquinas de casa, tan dormida voy. Ese espacio que te ofrece una experiencia en la que el protagonista eres tú. Batido de fresa con las amigas, compras de Navidad, cena con la novia, cine con los padres, abanicos sin tener que batirse a 90 pulsaciones por minuto. Piernecitas hinchadas y colgando descansadas de ese banco tan parecido en el que me encuentro ahora. Limpio. Abierto hasta tarde. Parking gratis.

Si salgo tarde de la cena con esas otras parejas del centro comercial a las que llamo amigos, tendré que repostar antes de llegar a casa, esa casa fantasma, en urbanización española. La gasolinera será el punto de encuentro obligado entre esos espacios, donde se reproduzca de nuevo la experiencia personalizada: comprar comestibles, tomar un café, hablar con el vecino, hacer clases de salsa. Dentro de unos años las reuniones de vecinos se harán allí, colgarán de sus paredes las fotografías de los inicios y obras de todas las pedanías existentes en España. Un gran “Centro Gasolinero Estatal”, donde el eje central sea el vampirismo, con una gran sala dedicada a la musealización de los no muertos. Habrá momias egipcias, incas, mayas, chinas; un apartado especial para Transilvania y un altar para Gunther von Hagens. El tinglado estará comisariado por Premier Exhibitions y habrá cursos de tanatopraxia y charlas de taxidermia aplicada a mascotas para jubilados.

 

vonhagen

Gunther Von Hagen posando con tres de sus “creaciones” plastinadas simulando jugar una partida de cartas a lo James Bond. En la Exposición “Mundos corpóreos. Una cuestión de corazón”. Berlín, 2011.

 

Me devuelve al museo la visión del vigilante, que contradice a todo profesional del sector, y parece estar muy impaciente, se mueve rápido para todos lados y observa con ojos bien abiertos. Como la mayoría vamos como las cabras algo tiene que romper esa llanura. Me animo un poquito y me voy a ver a Pissarro, Gauguin, Van Gogh… La sala a tope. Ni los puntos de Seurat veo, y me voy para el fondo, decidida ya a salir.

Y de frente veo a Degas, que me recuerda a Matisse, o comprendo más bien que Matisse me recuerda a Degas. La sala de paso, el final está próximo. Nadie para. Un naranja que no chilla, un pelo que hasta me tira a mí. Me siento y siento la intoxicación. La mano busca dentro del bolso, por fin encuentra, enfoca a cuadro y a cartel: dos disparos. Una mirada más y salgo.

 

'La Coiffure'. 1896. Hilaire Germain Edgar Degas. Este cuadro formó parte de la colección de Matisse.

‘La Coiffure’. 1896. Hilaire Germain Edgar Degas. Este cuadro formó parte de la colección de Matisse.

Marina Rodríguez Serrano
Últimas entradas de Marina Rodríguez Serrano (ver todo)

1 comentario

Trackbacks y pingbacks

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.