El expresionismo alemán en ‘La noche del cazador’

Una de las grandes ventajas para el cinéfilo que vive en una ciudad como París es que puedes tener la oportunidad de ver las grandes películas de la historia del cine en pantalla grande, gracias a las diferentes salas especializadas para nostálgicos que hay por toda la ciudad o a los ciclos que organizan entidades privadas o instituciones nacionales. Y es que, amigos, las películas se conciben para verlas en pantalla grande y cuando uno ve uno de esos grandes clásicos en pantalla grande entiende, de verdad, la majestuosidad de estas películas y es como verlas por primera vez.

Una de esas películas que París me ha regalado en pantalla grande ha sido ‘La noche del cazador’ (‘The Night of the Hunter’, 1955) de Charles Laughton. Yo la descubrí en la universidad cuando nos mandaron verla para la asignatura de Historia del Cine. Allí me enseñaron a analizar la película y a descuartizarla plano por plano para entender lo que Laughton había querido hacer con la que sería su primera y única película como director: hablar sobre el bien y el mal y los terrores infantiles utilizando claroscuros al más puro estilo del expresionismo alemán.

La grandiosidad tenebrosa de la puesta en escena acompaña de la mano a esta historia basada en la novela homónima de Davis Grubb publicada en 1953.  En su estreno, la película fue vapuleada por el público y la crítica pero con el paso de los años, y de forma tan misteriosa (y casi onírica y poética) como la propia película, terminó convirtiéndose en una de las más grandes de todos los tiempos. Después de verla en pantalla grande, el magnetismo de sus oscuras imágenes, su música inquietante y la luz que desprende Lilian Gish en medio de tanto odio y tanta maldad, no podemos evitar quedarnos sobrecogidos y aturullados, y es ahí cuando entendemos su grandeza.

El Bien

Lilian Gish es el bien

El Mal

Robert Mitchum es el mal

 

La batalla del bien y el mal

“Desconfiad de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero pero que en su interior son fieros como lobos. Por sus frutos los conoceréis”. Una anciana advierte a unos niños, en forma de cuento, sobre una noche estrellada. Una advertencia a los niños y al espectador que está a punto de ver una batalla entre el bien y el mal narrada a modo de cuento terrible. Ese falso profeta, Harry Powell, es un misterioso predicador que es liberado de la cárcel donde compartió celda con Ben Harper, un condenado a muerte por robar una cuantiosa suma de dinero que antes de ser arrestado confió a sus dos hijos pequeños. Buscando nuevas víctimas y movido por la suma, el siniestro Powell acude a amparar a la pobre viuda y sus dos hijos, John y Pearl. Tras deshacerse de la madre, Powell tratará de sonsacar el paradero del dinero a los pequeños con métodos poco ortodoxos. Los niños, huérfanos, huirán e irán a parar bajo el cobijo de la señora Cooper, un ángel disfrazado de anciana que da comida, techo y seguridad a niños sin hogar.

Una batalla entre el bien y el mal (los tatuajes de  ‘LOVE’ y ‘HATE’ en las manos de Powell) en la que el mal está representado por un perturbado y oscuro Robert Mitchum (aceptó el papel cuando Laughton le dijo que se trataba de un personaje horrible) y el bien por una valiente y bondadosa Lillian Gish (leyenda del cine mudo) y la inocencia a punto de desaparecer (o no) de dos niños, interpretados por Billy Chapin y Sally Jane Bruce. Una lucha tenebrosa, el viaje de dos inocentes niños huyendo del monstruo que Laugton representa sin temor a crear un cuento tenebroso donde las canciones religiosas tienen un gran significado metafórico.

El blanco y el negro

No puede decirse que ‘La noche del cazador’ pertenezca a esa corriente del expresionismo alemán en el cine, que encontraba sus mejores años en los primeros 20 años del siglo XX con nombres como Fritz Lang, Friedrich Wilhelm Murnau o Georg Wilhelm Pabst, pero también es obvio que las referencias son claras y que Laughton quería utilizar la tenebrosidad de esta corriente para reforzar esta historia sobre el amor y el odio; el bien y el mal; el blanco y el negro. El resultado es un juego de luces y sombras que se quedan clavadas en la retina y que llegaron a convertirse en algunos de los mejores planos de la historia del cine.

la noche del cazador

El bien y el mal

la noche del cazador2

Los decorados

 

Night of the Hunter

La teatralidad

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Luces y sombras

Con la ayuda del director de fotografía Stanley Cortez (que ya había utlizado claroscuros en ‘El cuarto mandamiento’ de Orson Welles en 1942), la puesta en escena de ‘La noche del cazador’ es teatralmente dramática.  El expresionismo alemán en todo su esplendor mostrado a través de las formas geométricas en los decorados, que consiguen su mejor efecto a contraluz o la teatralidad con la que están construidos los planos.  La sombra de Powell en la pared del cuarto de los niños, la habitación triángular a modo de templo en la que el predicador apuñala a la madre de los niños o el contraluz del ángel de la guarda con rifle crean ese efecto surrealista, terrorífico y, a la vez, onírico universo que es lo que convierte la película en un cuento universal.

Charles Laughton no se atrevió a dirigir nunca más. Quizá el esfuerzo fue demasiado grande o los problemas que siempre se rumorearon que hubo durante el rodaje (un guión que se reescribía una y otra vez o el no entendimiento con los niños actores) o, quizá, las malas críticas y malos resultados en taquilla le consumieron demasiado. Pero lo cierto es que Laughton terminaría convirtiéndose en leyenda más por su única película como director que como actor (a pesar de haber hecho grandes papeles y de que Billy Wilder dijera de él que era “el más grande de todos los actores”), un hecho tan curioso y misterioso como el de su película, que pasa de ser mediocre a toda una gran obra maestra.

Sea como sea, ‘La noche del cazador’ es escalofriante y magnética y todo el mundo debería poder verla en pantalla grande al menos una vez en la vida para poder tener pesadillas en las que Robert Mitchum te persiga a caballo cantando: “Leaning, leaning, safe and secure from all alarms…”.

Lucía Ros Serra

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