Esperanza y terrorismo, recorriendo las venas del colectivo Terrorismo de autor

Los enemigos públicos cumplen un rol político importante en el control de una sociedad; son aquellos en los que recae la otredad, es decir, la diferencia, el peligro. Estos personajes han sido herramientas de manipulación y poder político desde los albores de la civilización. A mediados del siglo XX, Occidente se vio en la necesidad de conformar un enemigo público en el comunismo, lo que le rindió frutos en ocasiones perversos. Con la caída de la Unión Soviética y el “fin de la historia”, rápidamente los poderes políticos hegemónicos se dieron a la tarea de buscar un nuevo enemigo público número uno, el cual encontraron rápidamente escondido tras los cultivos de coca de la cordillera andina. Sin embargo, todos esos planes y nuevas declaraciones se vinieron abajo prematuramente junto a las dos Torres Gemelas de Nueva York. El terrorismo copó el primer lugar como el nuevo enemigo público que mantiene a todos en vilo. Se dio inició a la nueva era de la guerra contra el terror, o, tal vez, a la era del terror mismo.

El terrorismo devino en ese monstruo que no deja dormir por la noche, porque la línea de víctima y victimario se torna difusa. Cualquiera puede ser terrorista, pero nadie quiere que lo relacionen con esta palabra. Lo es todo, lo es nada. A pesar de que los medios de comunicación y los discursos políticos no paran de bombardear con la palabra terrorista, nadie quiere asumir ese “rol de tan alta importancia” hoy en día en el vocabulario maniqueo occidental. Todos, en cambio, prefieren dirigir arengas contra ese monstruo que parece invisible, rasgarse las vestiduras en su horror, repudiarlo para que ojalá todos escuchen. Sin embargo, un grupo de personas que actúa en las redes, teatros y museos de España, ha decidido asumir ese rol indispensable de la otredad, visibilizar el monstruo que nos aterroriza; un grupo de personas que se hacen llamar terroristas, el colectivo audiovisual Terrorismo de autor.

Ellos mismos se autodenominan como un colectivo anónimo-delirante; anónimo porque no tienen ningún interés en saber quién está detrás del colectivo, y delirante porque, quienes se encuentran detrás, en realidad siempre son otros. Nacieron de la necesidad de dejar ir ciertos hábitos y caminos ya transitados a la hora de producir imágenes; en otras palabras, de la necesidad de un cuestionamiento propio. En 2011, año en que algunos de sus miembros relacionados con el trabajo audiovisual se preguntaron si no había llegado la hora de retomar los principios de creación más primarios, decidieron “crear porque sí, sin objetivo, sin la intención de buscar réditos, por puro placer y diversión. ¿Cómo sería hacer publicidad sin cliente, sin mercancía o amo? ¿Cómo podemos abolir internamente el reinado del dios mercado?”. Al tratar de contestar esta pregunta, un grupo de amigos con gustos compartidos por el cine francés, la Nouvelle Vague, la cultura francesa, Mayo del 68, la filosofía, el gamberreo, internet y el juego, comenzaron a reunirse y se propusieron, a modo de juego, llevar a cabo un remake de Mayo del 68, abriendo la pregunta de cómo sería protagonizar un remake ideológico y estético en este presente y en este contexto de crisis y luchas.

Si bien la idea estaba concebida, aún se encontraban imposibilitados por cuestiones de transmisión y de puesta en escena. En sus propias palabras, “seguíamos deseando un amo que nos financiase el documental que por entonces queríamos realizar y recibimos el mensaje con claridad, o confiábamos en nuestro deseo y nos atrevíamos a ponerlo en circulación, siendo él nuestro único cliente, o bien continuábamos militando en las filas de la frustración, la impotencia y la exclusión”. Es en ese punto en el que nace Terrorismo de autor.

La particularidad de este colectivo es que su principal premisa radica en que el único amo que guía su acción es el deseo, razón por la cual se caracterizan en crear un variado número de obras de diferentes disciplinas y formatos, desde el video arte y la realización audiovisual hasta las puestas en escena. No se definen como artistas, pues aseguran que este epíteto se lo han ganado con el tiempo y como consecuencia de llevar a cabo su trabajo. “En realidad, estábamos más próximos a la figura del youtuber que a la del videoartista. Nacimos en internet con el fin de propagar nuestras piezas en la red”. Es en ese punto donde se esconde otra de sus grandes premisas, la intención de propagar, pues les gusta pensar que, al igual que se pueden propagar las ideas, se pueden expandir el fuego y el deseo. Lo anterior les llevó a la necesidad de definirse y comenzar a participar en ámbitos que les eran novedosos.

Durante el ingreso a esos nuevos espacios que les eran desconocidos y aceptando su papel como artistas, es claro que Terrorismo de autor vio en su arte una intención contestataria, y gracias a ello se vieron en la necesidad de preguntarse sobre el rol del arte en la sociedad para de esta manera tratar de definir si podían manejar un mensaje estructurado y claro en sus obras. Para ellos, el papel del arte esconde muchas verdades, muchos papeles, puede ser de servidumbre y mercancía o incluso producir nuevas experiencias estéticas, subjetividades o expresar diferentes sensibilidades. “Esto, hoy en día, no deja de ser un ideal, ya que todo está dispuesto para anular la sensibilidad o, al menos, las sensibilidades e ideas que no se alineen con la dramaturgia oficial. Este hecho exige una toma de posición y es por eso que, sinceramente, el arte con mayúsculas nos la trae bastante floja. Esto, tal cual, podría ser uno de los múltiples mensajes de nuestra propuesta, porque si algo tienen el arte y la política con mayúsculas es que ambas son voluntariosas y solo con voluntad se pueden obtener simulaciones artísticas o simulacros democráticos”.

Por tal motivo, afirman que la revolución vendrá por las herramientas creativas, pues aseguran que la sociedad esta resquebrajada, la grieta del dolor abierta y que es el momento histórico para actuar. Sin embargo, constatando la realidad de una sociedad guiada por el espectáculo, el monetarismo y la inmediatez, se presenta como una tarea titánica la propuesta de replicar ese boom cultural que fue Mayo del 68. Si bien Terrorismo de autor es consciente de esta realidad, su intención, más que una réplica, se trata de establecer un diálogo entre los acontecimientos de Mayo del 68 y el pasado más reciente del colectivo radicado en el 15M. En ese sentido, la idea del remake, que fue su pilar fundacional, ha quedado en desuso, pues el contexto de intensidad política ha cambiado mucho desde entonces. “Hay una frase que lo definió bien: no es nostalgia revolucionaria, es el eterno retorno de lo inconcluso, la lucha de clases, o, citando a Walter Benjamin, al igual que a cada generación anterior a la nuestra, nos fue otorgada una débil fuerza mesiánica, de la cual el pasado exige sus derechos”, aseguran. Lo anterior no quiere decir que las ideas que les impulsaron no estén vigentes, sino que más bien el vehículo del remake se ha tornado inoperante. En ese sentido, han buscado nuevos vehículos que les ayuden a transportar esa idea del arte que va más allá de un concepto de transformación en sí mismo y más bien se funde con un trabajo educativo constante y profundo para así evitar que les cataloguen como mercancía, por muy combativos y críticos que se presenten.

En ese orden de ideas, alejándose de los epítetos de arte y artista, lo que les interesa es desbordar la creatividad y el deseo más allá de los límites del arte, “el 15M y la fundación de un partido como Podemos y su posterior máquina de guerra electoral son ejemplos de creatividad desbordada. Pero, si hablamos de dolor y determinación, el paradigma de estos últimos años ha sido la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca). Ahí tenemos un claro ejemplo de cómo uno de los colectivos de personas más golpeadas por la crisis atraviesan el dolor de perder sus hogares, de ser abandonadas y maltratadas por el Estado, transformando esa angustia y malestar en potencia, organización, lucha y determinación”. Es por esta razón que en varios de sus trabajos se evidencia la pregunta de cuánto dolor es necesario para despertar, respuesta que muchas veces parece ser abrumadora, pues al parecer el ser humano es una máquina receptiva al dolor.

Es con base en esta concepción del dolor que se puede hablar de un terrorismo constructivo, ya que puede que ese peligro representado en ese monstruo del otro encierre la clave del cambio, y quizá ese denominado enemigo por las altas esferas del poder no sea más que el aliado oculto de la metamorfosis. Por tal motivo, en su nombre se encuentran dos conceptos que se complementan. Por una parte está el término terrorismo, pues está relacionado a que hoy en día cualquier persona que piense o actúe de manera diferente a lo establecido es susceptible de ser considerada terrorista, lo que significa que son muchos los que están bajo sospecha, como ellos mismos lo están. Y, por otra parte, la palabra autor, que en su caso se aleja de la concepción clásica en la que se relaciona al autor con la autoridad, originalidad y propiedad de la obra. Se acercan a algo más extraviado, la posibilidad de ser todos los autores y al mismo tiempo ninguno. Como ellos mismos dicen, “lleva ligada la tentativa de ser autores de nuestra propia vida, de ser nosotros quienes la escribamos, de emanciparnos de ciertos programas que operan sobre nosotros, de dejar de ser personajes que responden a los caprichos de los dramaturgos de turno”. Es ahí donde ambos conceptos se unen, pues al rescatar la autonomía, la dramaturgia oficial, entraría el pánico, el terror se inmiscuiría en la oficialidad.

Ahora bien, para que el terrorismo sea efectivamente terrorismo es necesario que genere dolor en sus víctimas, y es en esta aceptación que entra en sincronía con lo que este colectivo denomina como la disposición al error. “La perfección, la seducción, la tiranía de la imagen, el perfecto acabado o la obsesión por brillar y molar a toda costa, son algunos de los mandamientos del espectáculo o del actual sistema de creencias”. El resultado de lo anterior es que se puede llegar a vivir en un estado de autocontrol permanente, es la expresión última del panóptico de Foucault, pues el mundo, como ellos mismos dicen, se ha convertido en una pantalla total. “La tiranía de la imagen exige de nosotros el cuidado y el control absoluto de todo aquello que pensamos, comunicamos o visibilizamos. En definitiva, nos hemos convertido también en un producto. No somos nosotros quienes hablamos plenamente, es el mercado quien lo hace a través de nosotros”. Por tal motivo, el error es aquello auténtico que no engaña; tener una disposición al error es abandonar esa situación fingida de control, aceptar el miedo a lo desconocido y el riesgo a asumir lo imperfecto, el dolor y lo real, pero también es dar cara a lo inesperado. “Son esos registros de la experiencia los que nos permitirían sensibilizarnos, lo que significa darle una oportunidad a lo real y, con ello, a una futura potencia de cambio y transformación”, afirman.

No obstante, lo más común siempre será la resistencia a tocar aquello que produce dolor, pues a éste siempre le precede un estado de crisis que puede dar a una puerta de acceso al vacío que es donde, a fin de cuentas, se pueden sembrar la determinación y la lucha. En palabras de Terrorismo de autor, “en términos colectivos podemos verlo claramente. Hoy, la neurosis de la sociedad se recrudece y refuerza a través de lo regresivo, el fascismo sin caretas. Por el contrario, todo el deseo de transformación que existe hoy en el mundo no sólo debe confrontar al sistema con causas objetivas (materiales), sino también con causas subjetivas (sensibles, existenciales), lo que significa desarrollar una crítica a la totalidad. En este sentido, y en todos, debemos ser radicales”.

Ese enemigo público número uno puede que este interiorizado en cada uno de los seres humanos y su potencial creativo. En resumidas cuentas, al observar la génesis y composición de un colectivo como Terrorismo de autor, se evidencian las posibilidades transformadoras, porque puede que todos seamos terroristas, sólo nos falta asumir el papel de autor. Una vez que se acepte la condición terrorista y se aprenda que el dolor transforma, puede que se creen nuevas posibilidades que vayan más allá del mundo del arte. No estamos hablando de bombas guiadas por intereses estratégicos, estamos hablando de ataques a los muros de la anestesia. Quizá, después de todo, tenga razón aquella canción que dice “hoy la esperanza se viste de terrorismo”.

 

Federico Gutiérrez García
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