¿Quién soy yo? La identidad en la fotografía

Si un género artístico ha indagado de forma profunda en el tema de la identidad, ese ha sido, sin duda, el retrato. El rostro se ha considerado tradicionalmente en Occidente como la máxima expresión de una persona, tanto en su parte física como moral. La definición y los límites del retrato han ido variando a lo largo de la historia debido a los avances técnicos y a los cambios conceptuales en torno al arte. Revelador es que la mayoría de estudiosos fijen como génesis del retrato artístico la época comprendida entre finales del siglo XIV y principios del XV, cuando se gesta el Renacimiento, era que sitúa en el centro del universo al hombre. El ser humano, consciente de su existencia y relevancia, deseaba contemplarse por medio de la interpretación de su propia imagen por encima de la de los demás.

 

c. 1843

Gustave Courbet, “El desesperado (autorretrato)”, 1843

 

La irrupción de la fotografía supuso una importante renovación tanto técnica como conceptual para el retrato. En la intersección entre ambos aspectos se encontraba el problema de la realidad: ¿permitía la fotografía la imitación perfecta? En un principio así se entendió y, de hecho, muchos miniaturistas dedicados al retrato se convirtieron en fotógrafos profesionales, lo que los artistas convencionales celebraron como una liberación del arte de lo concreto, lo real, lo utilitario y lo social. Sin embargo, sobre todo desde la irrupción de las corrientes estructuralistas, la fotografía se concibe no como un “espejo del mundo” sino como un conjunto de códigos que portan un mensaje específico. Si la fotografía es una interpretación-transformación de lo real, ¿puede la cámara revelar la esencia de la identidad de la persona fotografiada?

 

Diane Arbus, A young man with curlers at home on West 20th Street, NY. 1966

Diane Arbus, “A young man with curlers at home on West 20th Street”. NY, 1966

 

La escritora y pensadora norteamericana Susan Sontag así lo creía. Para ella, el ejemplo que demostraba esta actitud era la fotógrafa Diane Arbus (1923-1971), cuyos modelos grotescos revelaban su realidad intrínseca en la misma acción de posar. Roland Barthes, por su parte, afirmaba en La cámara lúcida que en el proceso de posar “me construyo otro cuerpo instantáneamente, me transformo en una imagen antes de que me tomen la foto”. Niega, de este modo, la posibilidad de que la fotografía, mediante sus medios y limitaciones de espacio y tiempo, pueda capturar su esencia dividida y dispersa. No obstante, también reconoció que en el rostro de una niña de cinco años pudo encontrar de nuevo la expresión y los ojos de su difunta madre, lo que vendría a contradecir lo anteriormente dicho.

 

Philippe Halsman, André Malraux, 1934

Philippe Halsman, “André Malraux”. 1934

 

El fotógrafo Philippe Halsman (1906-1979) pensaba que la función más importante de la fotografía no era ni la composición, ni la luz, ni los escenarios, sino capturar la esencia del sujeto. Richard Avedon (1923-2004) también llegó a decir que “las fotografías tienen para mí una realidad que la gente no tiene. Sólo por intermedio de las fotos conozco a esta gente”. Marga Clark, fotógrafa y escritora, se sitúa en un polo intermedio al considerar que deben conjugarse el poder de la cámara, la habilidad del fotógrafo y la honestidad de la persona fotografiada para establecer un nivel de comunicación propicio a revelar la identidad esencial.

 

Richard Avedon, Marilyn Monroe. 1957

Richard Avedon, “Marilyn Monroe”. 1957

 

La postmodernidad, sin embargo, negó rotundamente cualquier poder “real” a la fotografía, ya que sus códigos eran fácilmente manipulables y pervertidos. Basta recordar los múltiples retratos in disguise de Cindy Sherman (1954) en los que el potencial autobiográfico quedaba totalmente anulado por tratarse de meros estudios psicológicos y de carácter de mujeres ficticias. En cierto sentido, podemos verlo ahora, el mismo hecho de disfrazarse conscientemente para la cámara contiene la posibilidad de una construcción activa de la identidad. El neoyorquino Andrés Serrano (1950) también exploró en series como Nomads la capacidad de la fotografía para, mediante códigos socioculturales convencionales, modificar la percepción de la identidad del retratado.

Cindy Sherman, Untitled A. 1975

Cindy Sherman, Untitled A. 1975

Andrés Serrano, Bertha (Nomads). 1990

Andrés Serrano, Bertha (Nomads). 1990

En la época del yo autopromocionado, podríamos alegar que todos somos conscientes de esta codificación del lenguaje fotográfico para elaborar nuestra imagen. Amalia Ulman (1989) llevó hasta sus últimas consecuencias este paradigma mediante la vida que literalmente se inventó y registró como una performance en Instagram: una persona construida únicamente mediante fotografías que usaban como lenguaje iconográfico las actuales convenciones sobre el éxito social y económico. Internet ha permitido a aquellos creadores que utilizan la fotografía como medio de expresión explorar vías en el retrato como el uso del tiempo (mediante la publicación periódica de fotografías en una suerte de actualización del concepto de serie) o la interferencia de textos y audiovisuales en los perfiles de las páginas personales de las redes sociales, lo que amplía el potencial narrativo y biográfico (construido o no) de las imágenes fotográficas. La web 2.0 parece confirmar las peores sospechas de la postmodernidad: la fotografía no puede hablarnos de la “realidad”.

 

Amalia Ulman, “Pretty Please” (Actualización de Instagram). 1 de junio de 2014

Amalia Ulman, “Pretty Please” (Actualización de Instagram). 1 de junio de 2014

Diego Fraile

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