Las grietas del arte
Las Pinturas Negras de Goya son, quizás, las piezas más famosas del pintor. Nadie se acuerda de los variados retratos que hizo de la familia real, sino de Saturno devorando a sus hijos. En éstas se ve un Goya más íntimo, más sombrío, que produce un efecto mayor; no sólo cambia radicalmente la temática sino también su exposición. Mientras sus pinturas monárquicas están enmarcadas en cuadros a la vista de todos, su obra más oscura estaba calcada en las paredes de lo que fue su hogar. ¿Qué es lo que lo obliga a tener ese cambio tan radical? ¿Tal vez algún tipo de locura? No hay registro de que Goya sufriera de alguna afección mental, lo único que podría suponer locura en él es que, al parecer, el artista sufría fuertes dolores de cabeza que le producían alucinaciones. Sin embargo, es probable que se tratara más de un caso de sífilis que de locura. Pero esa reflexión me lleva a preguntarme, ¿existe una relación directa entre la locura y el arte, o es simplemente un cuento romántico que se nos ha quedado en la psique?
Según el artículo “Acercamiento a la representación plástica de la locura en occidente” de la profesora de la Universidad de Jaén, España, y doctora en historia del arte Victoria Quirosa García, la relación histórica entre arte y locura es innegable, y eso se puede evidenciar en las constantes representaciones que se han hecho de la locura a través de las expresiones artísticas. Por ejemplo, si nos remontamos a la época clásica, el arte representaba a la locura como el rito propio de las festividades, es decir, como la algarabía y el desenfado. Asimismo, cuando pasamos por el Medievo, la locura se manifiesta plásticamente como una oposición a lo preestablecido, como lo irreverente en contra de la ortodoxia propia de la iglesia católica. No obstante, es importante hacer una aclaración: la locura nunca ha sido la misma en las distintas épocas de la historia humana. La diferencia más marcada se evidencia en los albores del proyecto capitalista y la modernidad, “hasta el siglo XIX el término ‘loco’ estaba lleno de matices semánticos. Locura era sinónima también de extravagancia o excentricidad, ambos términos muy relacionados con la comprensión del ideal artístico, acepciones que no contribuían a la formación de un verdadero léxico referente a la locura como enfermedad mental”, expone Quirosa.
Es por esto que, cuando hablamos de locura en el mundo del arte, puede que nos estemos refiriendo a algo más que una condición, es decir, a un espacio propio que abarca un gran espectro de las expresiones artísticas y sus protagonistas. La locura era entendida no como una condición tratada por las ciencias médicas sino como todo lo que en su momento era considerado marginal. Por tal razón, el arte se prestó como el refugio para los “locos”. En palabras de Quirosa, “el arte ha sido asiduamente refugio de todo lo que se ha considerado irracional a lo largo de la historia. La locura, o lo que se entendía por ella, que en siglos pasados iba más allá de la enfermedad mental para conformar un complejo panorama en el que convivían los melancólicos, los paranoicos, los excéntricos y otros “marginados” al borde de la sociedad, ha protagonizado muchos de los episodios más fecundos de la historia del arte”.
Sin embargo, aún queda toda una faceta de la locura: su faceta clínica. La mayoría de investigaciones se centran en esa gran locura de los marginados, en sus representaciones y en el arte como lugar de refugio. Pero, ¿dónde queda la relación entre la locura clínica y el arte?
Para la psicóloga de la Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia, Laura Gálvez, siempre se ha creído que existe una relación entre la locura clínica y la creación artística. “Entre las afecciones mentales más frecuentemente relacionadas con las artes están el trastorno bipolar y los problemas depresivos mayores. En la cultura popular se conocen ejemplos de enfermedad mental acompañada de genio artístico como el de Vincent Van Gogh, pero también existe evidencia de que otros grandes personajes de la historia sufrieron problemas mentales como Ernest Hemingway, Virgina Wolf y Beethoven”.
Para otros, como la socióloga de la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia, Ángela Pinzón, tal relación no existe y tratar de hallarla sería forzar las cosas. “No creo que exista una relación directa entre arte y locura, pero sí creo que el artista siempre fue ese personaje diferente de la sociedad, “el loco”. Sin embargo, también es cierto que tener la capacidad para transfigurar la realidad y transmitirla a un objeto es muestra de que algo ocurre en la cabeza del artista diferente a la cabeza de los demás”.
No obstante, teniendo en cuenta que una de cada cien personas padece de esquizofrenia, considero que la relación entre la locura clínica y el mundo de las artes puede ser muy amplia. Según Emilio Herrera, psicólogo clínico, máster en psicología clínica psicoanalítica y profesor de la Universidad Javeriana, en Bogotá, la relación que existe entre algún rasgo psicótico –como la esquizofrenia– con el arte es muy abierta y, al contrario de lo que piensa el común de la gente, no es una relación negativa, ya que la esquizofrenia está lejos de ser una enfermedad. Para Herrera se trata más de una condición revitalizadora, ya que son personas que no renuncian a su singularidad y, por lo tanto, tienen un sinfín de cosas que aportar al mundo de las artes.
Para entender un poco mejor esto de la psicosis y la esquizofrenia, podemos decir que la psicosis, en la cual se encuentra la esquizofrenia, es una condición en donde la capacidad de representación de la mente, es decir, la capacidad para emitir símbolos, está dañada. Esto ocasiona que la persona se enfrente casi desnuda al mundo y a la realidad que lo rodea; en otros términos, que no sea capaz de darles un sentido. Todo ello ocasiona un estado de angustia tan elevado que hace que la mente estalle en mil pedazos, y es en este punto en donde se encuentra lo revitalizador de la esquizofrenia.
Este papel revitalizador se puede apreciar en dos dimensiones. Primero, nos recuerda a todos que hay una parte del mundo que no se puede representar, que existe ese vacío en nuestra existencia; segundo, la esquizofrenia, como su propio nombre indica (esquizo significa romper), rompe con la realidad. El rompimiento se da alterando todo, por eso, en su relación con el arte, el papel de la esquizofrenia puede llegar a ser esperanzador y renovador, ya que rompe con los cánones establecidos y abre el espacio para nuevas representaciones. En palabras de Herrera, “para Nietzsche, la locura está más cerca de la verdad porque ve las cosas tal y como son, no con sentido. No se trata de decirle al artista ‘venga, “esquizofrenícese para mejorar su arte’, pero yo creo que dentro del proceso artístico hay cosas muy parecidas al funcionamiento esquizofrénico”.
De ese rompimiento viene la actividad liberadora del arte. Como no se puede vivir en un mundo sin sentido, entonces el psicótico construye un nuevo sentido (delirio), rompiendo con la realidad para construir una totalmente nueva. En palabras de Herrera, “un delirio es reconstruir el mundo a su manera, no con los símbolos de la sociedad, sino individualmente. Por eso hay cierto grado de libertad. Lo que hace el esquizofrénico es saltar del esquizo al dogma para darle sentido a su vida”.
En ese sentido se resalta la importancia de la esquizofrenia con el mundo artístico, ya que no solo el esquizofrénico rompe con la realidad, sino que la transforma y nos permite apreciar una visión totalmente nueva, “el arte puede morir en las escuelas, llena de sentido. Tiene que venir alguien y romperlo. El arte tiene que quitarle los sentidos al mundo. Quitar los esquemas y dejarlo medio loco. El arte necesita más de la esquizofrenia que los esquizofrénicos del arte. Don Quijote tenía un trastorno delirante; la historia del arte no puede ser entendida sin Don Quijote. La pieza más importante del español es un esquizofrénico”, comenta el profesor Herrera. Del mismo modo, la falta de la máquina generadora de símbolos y representaciones es una perfecta metáfora de lo que sucede con el mundo del arte en general, entendido como ese refugio de lo anormal, ya que se parece a ese vacío de la mente esquizofrénica, a esa falta sobre la que el arte está sustentado y puede renacer.
Hay que aclarar que todo lo anterior está lejos de ser una declaración en favor de lo que se conoce como arteterapia. “El arte no es una pastilla”, dice Herrera, “el arte no soluciona ningún problema desde el modelo médico o el modelo asistencial. Tratarlo así es la medicalización del arte”.
Varios artistas son ejemplos claros de algún tipo de psicosis, pero podrían ser muchos más, desde casos famosos como el del primer guitarrista de Pink Floyd, Syd Barret, hasta casos menos conocidos como el del artista colombiano Norman Mejía, cuya obra fue incendiada por ser tildada de satánica. Se podrían encontrar un sinfín de ejemplos más, si no fuera por los propios esquizofrénicos que, por lo general, no venden ni dan a conocer sus obras, pues están alejados del sistema del libre cambio capitalista. En institutos médicos se han encontrado innumerables obras de pacientes con psicosis que dejarían a cualquier crítico fascinado. Un ejemplos de este tipo de casos es el libro “Las expresiones de la locura: el arte de los enfermos mentales” de Hans Prinzhorn.
En resumen, creo que el arte halla en ese rompimiento psicótico un impulso para su constante fluir; es la piedra que choca contra el agua y produce la onda que puede devenir en ola. Como diría Edgar Allan Poe en su cuento “Eleonora”, refiriéndose a la locura, “los que sueñan de día vienen a conocer muchas cosas que escapan a los que sólo duermen de noche”.
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