Los manifiestos Dadá (I)
Los manifiestos de las primeras vanguardias nos proporcionan una información diferente y novedosa, pero necesaria y complementaria a todas las demás maneras de concebir la Historia del Arte, de construir y de entender la historiografía artística. Los manifiestos actúan como una fuente de carácter primario en calidad de documentos y como producto en la labor de esa historia. Para el estudio de los manifiestos resulta muy útil tener en cuenta otros textos complementarios como los panfletos, los programas, los textos doctrinarios, las entrevistas o los catálogos de exposición para formar un conjunto documental e historiográfico.
Los manifiestos se escribieron y dieron a conocer como consecuencia de la aparición de diversos ismos con la llegada de la modernidad. Redactados, generalmente, al poco tiempo de constituir cada movimiento, se presentaban en calidad de programas y explicación de sus principios tanto ideológicos como formales, hasta técnicos, a fin de hacerse comprensibles para el público. De esta manera, se realizaba un nexo de unión entre la “irracionalidad” de las propuestas de vanguardias y la “racionalidad” de una sociedad secularmente establecida. Se puede considerar a los manifiestos como una muestra de las distintas formas de ver y de comprender la sociedad y la cultura de su tiempo, y al arte como parte de ella, en calidad de una importante forma de expresión, aunque no hay que olvidar su protesta intencionada contra todo lo establecido a diversos niveles.
Sobre el Dadá se ha escrito mucho, aunque durante bastantes décadas fuera o bien olvidado o bien minimizado por la historiografía. Movimiento nihilista que, fiel a su pensamiento, no dejó mucha producción de ese periodo concreto, pero sí numerosas aportaciones al arte, nuevas experiencias artísticas que se han seguido realizando en los años posteriores y aún hoy día es notable su influencia en determinadas propuestas artísticas. Debido a la escasa obra de carácter perenne que dejó el movimiento resultan muy interesantes los manifiestos dadaístas para el estudio de este movimiento o estado de ánimo según Mario de Michelis.
El Dadá es un movimiento artístico e intelectual que surge en Zúrich en 1916. La Primera Guerra Mundial estalló en 1914. En principio, fueron numerosos artistas los que apoyaron la guerra. En Francia, escritores, poetas y pintores como Braque, Derain, Apollinaire, Fernand Léger, Max Jacob, Aragon o André Breton se alistaron como voluntarios. Apollinaire hizo apasionadas declaraciones del frente. El ruido de los obuses los convirtió en maullidos de gato, los tiros de artillería, en fuegos artificiales, y hasta llegó a grabar en la caja de pasta de dientes ¡qué bella es la guerra!
Sin embargo, muchos intelectuales que mostraron su enardecimiento al iniciarse la guerra, decepcionados de la vida prosaica, olvidaron su entusiasmo de participación solidaria. Aquella borrachera pasó pronto, y lo que quedó fue un gran vacío. En 1916, la guerra ya había mostrado su lado más cruel, deshumanizador y todo el horror que conllevaba.
Zúrich se mantenía neutral en la guerra. Por eso, fue el centro de actuación del Dadá. La capital suiza se convirtió en refugio de numerosos artistas, literatos y poetas que habían llegado hasta allí por diversos motivos. Dadá fue un movimiento de negación. Estos jóvenes artistas estaban horrorizados por la barbarie de la guerra, pero al mismo tiempo lamentaban la desorganización de una sociedad convencional que había ignorado muchos y nuevos movimientos de la época.
El grupo Dadá se formó en torno al cabaret Voltaire. Allí se concentraba toda una serie de artistas, poetas y literatos entre los que se encontraban Hans Arp (pintor y escultor), Tristan Tzara (poeta), Hugo Ball (escritor), Sophie Taeuber (artista) y Marcel Janco (pintor).
El grupo se reunía en este local y celebraban diversas actividades, todas ellas de carácter absurdo y nihilista. Se leían poemas abstractos aleatorios confeccionados por las leyes del azar, se realizaban extrañas funciones teatrales con máscaras y disfraces ridículos inventados y confeccionados por los propios artistas, decorados minimalistas, alusiones al futuro y al primitivismo, la introducción de textos en pancartas con los nombres de los personajes o en frases cortas que cuelgan del techo. Poco a poco se fueron añadiendo actos de carácter más inclasificable. “Lo que nosotros celebrábamos era una bufonada y un oficio de difuntos al mismo tiempo”, declaró Ball sobre las actividades del Cabaret.
El Dadá romperá con la melancolía arrastrada desde finales de siglo y aportará un nuevo pathos. Esta separación viene dada por la desalienación estética; una nueva sociedad en que todas las personas son “artistas”, como apuntaba Wilde, en la medida en que conquisten una autonomía, hasta ahora reservada a unos pocos estéticos y vislumbrados en las obras de arte.
Los dadaístas pretenderán la anulación del arte mismo para su completa disolución en lo social. El movimiento dadaísta optó por suprimir el arte sin realizarlo. Mario de Micheli, en su obra Las Vanguardias artísticas del siglo XX, describe el Dadá como antiartístico, antiliterario y antipoético. Con voluntad de destrucción. El Dadá se encuentra en contra de los ideales de belleza eterna, contra la eternidad de los principios, contra las leyes de la lógica, contra la inmovilidad del pensamiento, contra la pureza de los conceptos abstractos y contra lo universal en general. Además, también está en contra del modernismo, es decir, de todos los ismos que existían en ese momento (expresionismo, cubismo, futurismo y abstraccionismo), acusándolos de ser sucedáneos de cuanto se ha destruido o está a punto de ser destruido. Por el contrario, defienden la anarquía, la imperfección, la contradicción, la intemporalidad y la desenfrenada libertad del individuo.
En definitiva, nos encontramos ante un movimiento artístico y de pensamiento que quiere cambiar el orden establecido hasta entonces. Una nueva forma de hacer, de cambiar la sociedad; una sociedad que había desembocado en una guerra mundial no servía, había que crear una nueva.
Los dadaístas separan el arte de la praxis vital, como lo llama Peter Bürguer, para elevar la vida sobre el arte, ya que para el Dadá la vida es más importante que el arte. Para ello, despliegan un repertorio basado en lo absurdo, aleatorio, provocativo y escandaloso. El dadaísmo asumió una actitud provocativa hasta alcanzar el escándalo porque le interesaba lograr publicidad para conseguir cumplir con sus objetivos.
Los manifiestos dadaístas escritos por Tzara son sarcásticos, irreverentes y sorprendentes. Propugnan la ruptura con el capitalismo, lo convencional y los dogmas impuestos por las academias. En cambio, abogan por la libertad del individuo y la inmediatez. Se constituyen como auténticas armas contraculturales arrojadizas. Tenían por finalidad ser leídos en sesiones públicas ante apacibles espectadores burgueses y provocar a los asistentes de forma deliberada con sus tonos insultantes para tratar de producir la crisis del sistema constituido, que estaba tambaleando. Tienen un estilo poético-explosivo propio de la época. Es característica del Dadá la separación entre forma y contenido de las palabras que se descomponen en letras cuya jerarquía abandona toda “intencionalidad” semántica y que tendrá como consecuencia directa la prevalencia de la intención puramente tipográfica en el arte dadaísta. Es una nueva lectura en que se unen en una misma página distintos tipos de letras, de diferentes tamaños y colores, con la intención de que pueda visualizarse también el distinto sonido. Se altera el orden desapareciendo así una única lectura en favor de una riqueza policéntrica y polisémica.
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Hola John Fredy:
Muchas gracias por tu comentario. Conocer el movimiento dadaísta es interesante para entender gran parte del arte actual. Si te ha gustado este post puedes seguir leyendo la segunda parte, https://www.thelightingmind.com/los-manifiestos-dada-ii/
Un saludo
Hola
Laura muy chevere tu comentario, te felicito
una pequeña introduccion historica muy importante para la estetica del arte y el aporte que este movimiento hizo en su momento y en su hepoca.