Transbarcelonas o el barrio olvidado
El pasado 7 de junio ocurrió un hecho insólito. La Petróleo y La Salvaora, artistas de la noche y de la vida gaditanas, recibían el reconocimiento a su trabajo por parte del Ayuntamiento de Cádiz dentro del marco del Orgullo LGTB de la ciudad de este año. Por fin alguien en este país ha abierto los ojos y ha sabido conmemorar a alguien que se dejó la piel y la voz en la lucha por la libertad. Curiosamente, en las mismas fechas llegaba a mis manos Transbarcelonas (Edicions Bellaterra, 2016), la última publicación de Rafael M. Mérida Jiménez en la que se recogen diferentes personalidades barcelonesas equivalentes a las artistas citadas. En los últimos cien años, la ciudad condal se ha visto habitada por una comunidad que a día de hoy sigue en la sombra. Aquí os dejo un recorrido por aquella ciudad como mi particular homenaje a todas ellas.
Dividido en tres secciones, Transbarcelonas nos lleva por tres épocas concretas del mundo del travestismo barcelonés a través de tres películas. La primera de todas será la etapa previa a la Guerra Civil en la que se enmarca Un hombre llamado Flor de Otoño (Pedro Olea, 1978). La Barcelona del momento era convulsa y apabullante; los últimos decenios del siglo XIX habían modernizado y acercado a la vanguardia europea a los burgueses mientras que las clases populares vivían en el analfabetismo y la tradición. Este ambiente es el que provocará que en el Barrio Chino –aquel que destruyó Barcelona ’92 para dejar paso a lo que hoy es El Raval, como puede verse en En construcción (José Luís Guerín, 2001)– se entremezclen prostitutas, marineros, drogadictos, personalidades de los altos barrios y, cómo no, travestis. En los bares y clubs de aquel barrio ya desaparecido actuaban cada noche multitud de artistas que desafiaban a la moral, rompiendo no sólo con la estética sino con el pensamiento ético de los barceloneses. Justo antes de la guerra, el Barrio Chino era un lugar de socialización en el que la disidencia sexual era más que aceptable, vivida como una fiesta y, por supuesto, como una reivindicación política. La misma Flor de Otoño de la película de Olea fue un personaje real que combinó las actuaciones de cabaret con su lucha anarquista, llegando a preparar un atentado contra Primo de Rivera que le costaría la vida. Era tan atractivo aquel barrio que el propio Jean Genet se acercaría a la ciudad para vivir algo que estaba tan al margen de lo que ocurría en Europa, dejando constancia de ello en Diario del ladrón (1949).
Es fácil pensar que, llegando la dictadura, la represión encorsetaría a las travestis hasta la transición. Error. El discurso de los setenta ha sido dañino para cuarenta años de franquismo en el que aquellas artistas seguirían trabajando en los escenarios. Es precisamente esa transición democrática la que reduce a los disidentes sexuales a “mariquitas graciosas”, una figura que tristemente sigue poblando las cadenas de televisión del país. Es ese periodo de llegada de la democracia, el que en Transbarcelonas se nos narra a través de Cambio de sexo (Vicente Aranda, 1976), el que colocaría el espectáculo por delante del mensaje político de sus participantes. Carmen de Mairena o Bibiana Fernández fueron parte de aquel momento y su impacto mediático las ha convertido en dos figuras sin pasado. Allí mismo estaban Violeta la Burra, Dolly Van Doll o Madame Arthur, entre otras muchas, de las que nunca se ha hablado pero de las que hay material biográfico para cambiar el sentido de Barcelona, una ciudad totalmente distinta a la de los discursos de entidades más cercanas al ayuntamiento que a sus propios integrantes. Como se matiza en Transbarcelonas, la mayoría de estas artistas procedían de familias de extracción humilde que vieron en el espectáculo una forma de dinero rápido que conllevaba, en muchos casos, vínculos con la droga, el alcohol y la prostitución, una de las posibles causas por las que no ha interesado hablar de ellas. No queda bien decir que las que se partieron la cara por la libertad eran putas con pene que actuaban en tugurios y luego se acostaban con señoritos salidos del fascismo. «Nadie se sorprenderá al constatar que durante la larga noche franquista pudiera existir no solo una doble moral en materia (hetero)sexual, sino también un factor clasista igualmente hipócrita en la represión de la (homo/trans)sexualidad. Una diferencia social y económica que podía llegar a ser brutal y que, para qué negarlo, también reguló las interrelaciones sexuales homoeróticas».
En el último tercio del libro que estamos recorriendo llegamos a la que es posiblemente la gran figura de la lucha trans barcelonesa: Ocaña, retrat intermitent (Ventura Pons, 1978), un documental excepcional a las puertas de los años 80 en el que Ocaña, una personalidad indescriptible, combina fragmentos monologados de su vida y pensamiento con actuaciones de travestismo. Se le conocería por sus paseos por la Rambla de Barcelona, abanico en mano, mientras se levantaba el vestido y le enseñaba el pene y el culo a los que lo rodeaban. Hizo de su vida un espectáculo, una lucha y una revolución. No supo lo que era un homosexual y un travesti hasta que llego a la capital catalana; había vivido hasta entonces en Cantillana (Sevilla), al margen de etiquetas. Anarquista declarado, actuaría para las Jornadas de la CNT a pesar de que los cenetistas no estaban cómodos con su presencia. Además, formaría parte de la primera manifestación del Orgullo en España, en la que la comunidad gay, lésbica y trans invadiría la Rambla barcelonesa en junio de 1977. Ocaña, junto a Nazario, Copi, el colectivo Els 5 Qk’s y tantos otros, fueron el punk mucho antes de que los niños pijos de la movida se apropiaran de él.
Nunca se ha hablado de ninguna de las que aquí he citado ni de tantas otras. Lo que trajeron los ’90, además de la muerte de muchas, fue la peseta rosa. El Barrio Chino se borraba de la ciudad porque Barcelona pasaba a ser visible con las Olimpiadas y eso de tener marginación y pervertidos no era bueno. Se sacó el arte de los bares y cabarets y se creó un recorrido de museos que poco tenían que ver con la ciudadanía. A cambio, a eso que ahora llaman “el colectivo” se le dejó un rinconcito en lo que han empezado a denominar desde hace dos días como Gaixample (en el barrio del Eixample). ¿Qué mentira es esa? Las luchas verdaderas se vivieron en la Rambla, en las calles del Barrio Chino y en el Paralelo, no en un entramado de negocios y discotecas que sólo tienen la pretensión de lucrarse a costa de la “marca gay”, que ni siquiera recoge el total de las disidencias de género. La ciudad ha acabado creando un Pride turístico que nada tiene que ver con la revolución que todas aquellas travestis iniciaron. Bibiana Fernández es ahora una tertuliana más, Carmen de Mairena una freak de la que todos se burlan y el nombre de Ocaña ha quedado relegado a un bar cercano a donde el artista vivió. Si seguimos olvidando de dónde vinimos, conseguirán, por fin, que dejemos de ser personas para pasar a ser merchandising de esta ciudad que cada día tiene menos de Barcelona.
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