El arte actual y su relación con el pasado
Como en aquella fábula de James Thurber, se podría pensar que el malvado duque del Castillo se ha reencarnado en el arte actual, y con malas artes ha matado al Tiempo. Para muchos, el arte contemporáneo solo debe circunscribirse al momento actual sin romper la categorización historiográfica de arte antiguo, medieval, moderno y contemporáneo. Este es el ABC de todo estudiante de historia del arte. Mientras que el arte del pasado ocupa un lugar especial en la formación reglada, el arte contemporáneo se antoja un lenguaje complejo y por tanto arcano. Por el contrario, las obras del pasado suelen despertar un cariño especial, casi reverencial. Al fin y al cabo, el tiempo y el juicio, de siglos y eruditos, las han salvado y traído hasta nuestros días. ¿Quién puede rebatir eso?
Heródoto, padre de la historiografía, tenía como principal fuente la fábula. No le interesaba para nada la datación exacta ni mucho menos la compartimentación del arte. Para él, la fábula era tan cierta como la propia verdad. Con el paso del tiempo, y primando intereses particulares, los cronistas dejaron a un lado la leyenda para adentrarse en la verdad. Sin embargo, la milenaria cultura de la India, al contrario que la clásica, y su rica tradición oral plagada de mitos y leyendas, constituyeron su Historia, con mayúscula, al igual que muchas otras civilizaciones orientales.
Ya en el siglo X d.C., el viajero persa Al Biruni, autor de Ta’rikh al- Hindi o Crónica de la India, narraba “los indios no dan mucha importancia al curso de los acontecimientos; son muy descuidados en la enumeración cronológica de sus reyes, y cuando se les instiga a alguna aclaración y no saben qué decir, están enseguida dispuestos a contar cuentos”. Estos cuentos son el reflejo de una concepción temporal cíclica; si la realidad es el sueño de Brahma, todo cuanto existe desaparecerá tras su despertar. ¿Qué sentido tiene la historia? Su filosofía y profunda espiritualidad dieron la espalda a la crónica. De esta manera, en el poema épico del Bhagavad Gita, el dios Krisna no tiene ningún inconveniente en dar respuesta a las preguntas existencialistas del guerrero Arjuna en mitad de la batalla entre los Pandavas y los Kuravas. Al fin y al cabo, nada sucede y nada es.
Si tomamos esta idea al pie de la letra, el arte del pasado y el presente son y no son al mismo tiempo. Actualmente, el antiguo arte sacro se encuentra en museos modernos, alejados de su sentido primigenio, lo que nos lleva a considerar que todo arte del pasado es interpretado en el presente, del mismo modo que será reinterpretado en el futuro.
Es el caso de Igor Mitoraj. Sus monumentales esculturas parecen haber sido extraídas de un antiguo yacimiento romano, y, sin embargo, fueron realizadas en su taller de Pietrasanta entre los siglos XX y XXI. Inspirado por el canon clásico, este artista franco-polaco realizó instalaciones con esculturas fragmentadas, trayendo el arte clásico contemporáneo a ciudades actuales como Madrid en el año 2008 en una exposición organizada por CaixaForum. Dioses y héroes, de varias toneladas de peso, pudieron verse por el Paseo del Prado. Sin embargo, el lugar natural de su arte fue siempre los parajes históricos de Italia y Grecia.
En el año 2011, su obra estableció un diálogo con los antiguos templos de Agrigento en Sicilia. Los siete templos de orden dórico de los siglos VI y V a. C. no se conformaron con ser el telón de fondo de los héroes caídos de Mitoraj, sino un bello cruce de miradas en donde el arte del pasado no se encuentra reñido con el presente. Su visión fragmentada no es otra que el canto de sirena del hombre moderno tras la II Guerra Mundial.
Ahora, y desde el pasado mayo de 2016 hasta enero de 2017, los gigantes de Mitoraj podrán verse en Pompeya. Esta exposición ha contado con la presencia, por primera vez desde hace medio siglo, con un presidente de la República italiana. Sin embargo, la verdadera importancia de la obra de Mitoraj queda consolidada por su entorno en esta exposición póstuma, cuyas esculturas parecen finalmente haber retornado a sus orígenes.
Pero si el arte clásico ha sido siempre un punto de inflexión para todo artista, bien como inspiración, bien como medio para romper con la tradición, el arte medieval no se queda tampoco atrás. En el 500º aniversario de la muerte de El Bosco, Madrid se ha llenado de la fantasía desbordante del pintor flamenco más contemporáneo de cuantos han existido. Muchos han sido quienes han hablado de la influencia de la obra de este artista en Salvador Dalí, el surrealista más conocido en el mundo. Sin embargo, la inspiración que despierta este pintor no se queda solo en las vanguardias del pasado siglo.
En la exposición del Museo Lázaro Galdiano con la colaboración de Arte Global, “José Manuel Ballester. Paisajes encontrados: El Bosco, El Greco y Goya”, comisariada por Elisa Hernando, puede verse El jardín deshabitado y Concealed Garden, inspirados ambos en el emblemático Jardín de las Delicias del Museo del Prado. La obra forma parte de su proyecto “Espacios Ocultos” del año 2007 como una manera de estudiar la dimensión espacial y la naturaleza en cada época, vaciando su contenido para explorar su continente. De esta manera, el pasado se nos antoja como un gran silencio suspendido en el tiempo, cargado de una profunda espiritualidad medieval y actual.
Sin salir del Lázaro Galdiano, la visita se completa con la exposición “Artilugios bosquianos” del holandés Sjon Brands. Esta exposición ha sido seleccionada por El Museo Lázaro Galdiano y dos entidades holandesas, la Fundación Jheronimus Bosch 500 y la Fundación Bosch y Bosco dentro del marco del 500º aniversario. En ella, los seres inanimados de Sjon Brands, compuestos por materiales inimaginables, sobrevuelan el salón y se esconden entre las piezas de la colección de José Lázaro. En total son más de una docena de obras las que podrán verse por primera vez en nuestro país hasta el 11 de septiembre, gracias también a la colaboración de la Embajada de los Países Bajos. Según su comisaria, Amparo López, ambos artistas juegan con el espectador haciendo de los objetos cotidianos un universo subversivo y fantasioso que justifica la fama de El Bosco en toda época, dejando claro que su legado sigue más vivo que nunca.
Tampoco la gran obra cumbre del barroco francés se libra de ser reinterpretada en el presente por artistas contemporáneos. Es el caso actual de la obra del danés de origen islandés Olafur Eliasson en el Palacio de Versalles.
La residencia del Rey Sol, en otro tiempo reservada únicamente a la corte francesa, sirve desde 2008 de escenario singular a artistas de la talla de Jeff Koons, Xavier Veilhan, Takashi Murakami, Bernar Venet, Joana Vasconcelos, Giuseppe Penone, Lee Ufan y Anish Kapoor, que dialogan con las obras inmortales de Jules Hardouin-Mandart, André Le Nôtre, Charles Le Brun o Jacques-Ange Gabriel.
En esta ocasión, este artista, que lleva desde 1995 centrado en el estudio del espacio en su laboratorio de Berlín junto a más de 30 especialistas en diversos campos, nos sorprende una vez más con sus juegos de percepciones. Su relación con el Palacio y los jardines busca su razón de ser a través de su propia trayectoria, como en The weather project en la Tate Modern (2003) o The New York city waterfalls (2008) en pleno río Hudson.
Eliasson, el artista de las esferas, interpreta el espacio de la Gran Galería y sus trescientos cincuenta y siete espejos desde otra perspectiva, y también desde otro tiempo. En los jardines, Eliasson ofrece un recorrido orbital dentro del microcosmos del antiguo centro del universo del poder político francés. De esta manera, las fuentes dedicadas a los principales dioses de la mitología grecolatina conforman un espacio capaz de traer las cataratas islandesas al Gran Canal o congelar el mismo infierno bajo los pies de la estatua de Plutón raptando a Proserpina de Girardon.
Esta naturaleza artificial y sus elementos sitúan al hombre como centro de la creación y, por tanto, como principal agente de su destrucción. De esta manera, Eliasson hace que tomemos conciencia de la belleza de la naturaleza a través de lo irreal exponiendo ante nuestros ojos una realidad física en donde todo es posible dentro del marco paradigmático de Versalles.
En los libros de historia se dice que el triunfalismo barroco acabó con la Revolución Francesa. Para un nuevo mundo se debe crear un nuevo arte. Pero, ¿qué sucede con ese arte que queda atrás? Dicen que el pasado puede volver, pero, si bien es cierto, no de la misma forma. Podemos pensar, una vez más, que el tiempo pone a cada uno en su lugar. El dios Krisna, finalmente, parece tener razón, y como Alicia a través del espejo sólo queda quitarse el sombrero ante el arte contemporáneo y exclamar “¡qué pobre memoria es aquella que solo funciona hacia atrás!”
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