Arte en Cuba: Entre, Dentro, Fuera
Se torna cada día más difícil examinar cuanto sucede en el arte cubano contemporáneo, pues nunca como ahora se ha experimentado tal pluralidad de operatorias estéticas actuando dentro y fuera de los espacios tradicionales de exhibición. Tantos artistas en activo, tantos jóvenes talentos emergiendo, tantos eventos y exposiciones, los cuales, sumados, sugieren una especie de sobreproducción artística que ha terminado llamando la atención de una gran cantidad de expertos y público en el contexto local, pero sobre todo en el contexto de los circuitos internacionales del arte. Asistimos a un importante auge de lo interdisciplinario y del artista múltiple, pues cada vez más diferentes creadores se apropian de nuevos lenguajes y soportes, nuevas técnicas, nuevos discursos para asumir temas, asuntos y problemáticas por primera vez, dejando atrás la imagen del artista sumido en una sola disciplina. Al mismo tiempo, son varios los que se inclinan hacia una mayor inserción social de sus propuestas estéticas en comunidades urbanas y suburbanas para delinear así un arte de procesos, de relaciones e interacción con microcontextos interviniendo en el entramado social y político.
La historia del arte cubano, desde el siglo XVIII hasta nuestros días no conocía un fenómeno similar de tan vastas proporciones, pues las mejores tradiciones de Europa y del continente americano eran asimiladas por los creadores cubanos para desarrollar un arte significativo que dejó su huella, sobre todo en las primeras y segundas vanguardias del siglo XX, hasta la llegada de las décadas de los 60 y los 80, cuando el arte cubano sufrió transformaciones importantes tanto en su integración como en el interior de su cultura, basadas en nuevos fundamentos sociales y políticos y en una participación mayor de los artistas en el escenario mundial. Hoy, el sistema del arte cubano (creadores, instituciones, promoción, incipiente coleccionismo y mercado) se encuentra en constante movimiento debido a la presencia omnisciente de su pasado y a la velocidad de los cambios en el presente.
Los antecedentes más importantes de la actual situación, de este “nuevo arte cubano”, podemos hallarlos en la década de los 60. Lo ocurrido en los años 80 fue, entre otras cosas, una continuidad de aquellos años 60 que sobreviven hoy en el imaginario colectivo gracias a su fuerza, vigor y espíritu renovador que acompañó a los artistas en su capacidad para asumir, en proyectos individuales y colectivos, los nuevos tiempos que se abrían en el espacio cultural del país. La intensidad vivida en los 60 significó, desde el plano histórico, algo más que una mera ruptura con el arte cubano producido en el pasado inmediato, es decir, con la llamada “segunda vanguardia”, porque se trató de un viraje total de la visualidad cubana gracias a la explosión e implosión de la revolución ocurrida en 1959 y lo que ésta representó en la vida económica, social, espiritual y política de la isla.
El impulso dado al arte en la década de los 60, como parte de un clima cultural extraordinario, contribuyó a la aparición de figuras cumbre en la pintura como Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Servando Cabrera, Umberto Peña, José Ángel Acosta León, José Masiques y Manuel Alfredo Sosabravo, y de Tomás Oliva y José A. Díaz Peláez en el campo de la escultura. El espectador cubano, específicamente en La Habana, disfrutó por primera vez de sesiones de happenings y performances y pudo constatar el valor de las instalaciones y de los primeros proyectos transdisciplinarios.
Los primeros egresados de la Escuela Nacional de Arte en 1970, en sentido general, validaron el legado de las vanguardias cubanas de la primera mitad de siglo XX. Los artistas de esos años 70 enfatizaron en el paisaje rural, trabajadores fabriles y campesinos, la infancia, leyendas y mitos rurales y la herencia africana, fundamentalmente en el terreno de la pintura, el dibujo y el grabado; es decir, en el plano bidimensional.
En la década siguiente, las cosas serían distintas. Hubo una transformación radical en el modo de asumir la creación, preferentemente por parte de los jóvenes, y se ensayaron nuevas estrategias para la exhibición y circulación de las obras. El contenido de las mismas, desde el punto de vista de las ideas y los conceptos, se convirtió en un turbador desafío a las instituciones del arte en el país y a la ideología y política dominantes. Desde el comienzo de la década se vivió un clima de debates y discusiones en varias esferas de la sociedad cubana que alcanzó su climax cuando en la antigua Unión Soviética surgió la glasnost y la perestroika.
En 1981 se realiza una exposición que habría de marcar de manera significativa un nuevo rumbo futuro, protagonizada por 11 jóvenes artistas bajo el título de Volumen 1. Este grupo reducido de creadores hizo su aparición meses después de un acontecimiento que conmocionó a la sociedad cubana por sus implicaciones políticas: más de 120 mil personas decidieron abandonar el país en abril de 1980 mediante balsas precarias y embarcaciones diversas a través del puerto del Mariel hacia los Estados Unidos. Este suceso no fue expresado artísticamente por este grupo de creadores, algunos lo ignoraron de modo absoluto a pesar de sus serias implicaciones en lo moral y espiritual de cada ciudadano y en el clima político de aquel entonces.
Recurrieron a la pintura, el dibujo, la fotografía, el objeto, el collage, las impresiones y las instalaciones, pero en sus happenings, acciones e intervenciones en espacios públicos (galerías y calles) alcanzaron mayor notoriedad. Sus propuestas presentaban una nueva actitud frente al arte, las instituciones y el Estado, diferentes en contenido y forma a lo ocurrido en las décadas de los 60 y 70. El público cubano, junto a críticos, historiadores e investigadores, no había conocido nada igual a lo que estos artistas realizaron. Hicieron que el objeto y la escultura se mezclaran entre sí con otras manifestaciones, y, sin proponérselo de manera programada, desarrollaron un modelo de cambio en las prácticas artísticas entrando de lleno en el mundo posmoderno.
No volvieron a repetir la experiencia de exponer juntos a pesar de que Volumen 1 presagiaba un segundo y hasta un tercer volumen. La velocidad y la fuerza de los acontecimientos ocurridos en el país los distanció paulatinamente para dedicarse, cada cual por su cuenta, a desarrollar poéticas personales y a participar en proyectos de diferentes dimensiones. Pero sus exposiciones continuaron sucediéndose una tras otra en cualquier zona de la capital de la isla y en otras ciudades. Este movimiento, vale la pena aclararlo, no ocurrió en toda la escena cubana contemporánea. Un grupo significativo de artistas consagrados en períodos anteriores mantuvo incólume sus dominios y no participó de aquellas luchas e inquietudes, consideradas tal vez propias de las nuevas generaciones.
Otro importante factor impulsor de este movimiento artístico fue la Bienal de La Habana, cuya primera edición en 1984 representó mucho para la visibilidad internacional de esos artistas. El magno evento, surgido a raíz de la creación en 1983 del Centro de arte contemporáneo Wifredo Lam, se ofreció desde su inicio como plataforma para difundir lo mejor de nuestras expresiones artísticas y facilitar los intercambios entre creadores de diversas regiones del mundo “en vías de desarrollo”. La Bienal de La Habana abrió infinitas puertas para ese arte transgresor, irreverente, polémico y audaz que ellos representaban y los dio a conocer internacionalmente cuando menos lo imaginaban.
Las invitaciones a exponer fuera de Cuba llamaron la atención de curadores, galeristas, marchantes y coleccionistas, especialmente en los Estados Unidos y, en menor cuantía, Europa y Latinoamérica. Los artistas jóvenes viajaron con frecuencia a estas regiones del mundo donde establecieron relaciones y abrieron puertas al mercado del arte.
Tal estado de gracia culminó en 1990 luego de la polémica exposición El objeto esculturado cuando se hicieron evidentes las contradicciones entre los artistas y el poder cultural. Los creadores tensaron con fuerza la cuerda que sostenía dicho estado y transgredieron los límites o zonas de tolerancia marcadas por las instituciones. Fue así como se vino abajo aquella especie de idilio entre ambas partes, aquel período de confraternización y respeto mutuos. Algunos de ellos, con posterioridad, sintieron insatisfacciones con la situación reinante y decidieron salir hacia al exterior, donde se asentaron de modo definitivo en los Estados Unidos, España, Francia y México en busca de mercados y modalidades más abiertas en cuanto a la expresión personal para satisfacer sus exigencias.
A partir de 1991, las consecuencias de lo ocurrido en el bloque de países socialistas de Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín cambiaron la vida en Cuba, que sufrió escasez de todo tipo de alimentos, transporte público, petróleo, electricidad y de cualquier producto necesario para la vida. Las autoridades políticas del país llamaron a esta nueva situación “período especial” y nuevamente se produjo un éxodo masivo de miles de ciudadanos, en el verano de 1994, como símbolo de la gravedad económica, social y política reinantes.
No obstante la dureza de tales acontecimientos, los artistas continuaron produciendo obras. Se propusieron, desde inicios de la década, reinstalar la belleza y el oficio en el centro del canon estético y relegar a un segundo plano toda postura crítica vinculada a los asuntos de índole social y política. Se otorgó prioridad a los lenguajes expresivos, a los soportes y a los aspectos técnicos y formales.
La recuperación de las expresiones tradicionales se produjo a través de una postura más íntima e individual en busca de realizaciones personales, sin transgresiones violentas como las ocurridas años antes, y desaparecieron paulatinamente los grupos. Surgieron espacios alternativos de exhibición y estudios privados, se realizaron acciones e intervenciones en sitios públicos poco usuales y se crearon eventos para acoger la nueva pluralidad estética.
Se realizaron importantes exposiciones colectivas dentro y fuera del país durante la década, al mismo tiempo que se organizaron otras cuyos participantes eran, en su mayoría, artistas cubanos asentados en los Estados Unidos desde los años 60 y otros recién llegados a ese país durante los años 80 y 90, complementándose así las visiones de fuera y dentro de la isla, en una especie de contrapunto ideológico y estético más allá de cualquier consideración política. Y surgió la primera galería alternativa de arte, Espacio Aglutinador, la cual rescató obras de creadores cubanos que no gozaban de un verdadero reconocimiento nacional, expuso las de otros que vivían en el exterior y proyectó exposiciones, tanto de artistas cubanos como de extranjeros, de significativo sentido curatorial a pesar del reducido espacio en que operaban.
Desde el punto de vista de los contenidos, las temáticas desarrolladas y los lenguajes expresivos en esos años 90, los jóvenes artistas marcaron la diferencia respecto a la promoción anterior y no se vislumbró, por tanto, una tendencia dominante, un centro irradiador como en los 80; por el contrario, se hizo evidente el policentrismo basado en una mayor hibridez, apropiación y contraposiciones actuando simultáneamente.
A comienzos del siglo XXI, el arte cubano continuó ligado a muchas vías abiertas de finales del siglo pasado. En materia de lenguajes se ha hecho visible un minimalismo tardío y una suerte de postconceptualismo (ambos contaminados e hibridados) en la mayoría de los jóvenes creadores, mientras se aprecia también el uso de varios lenguajes en una misma obra o conjunto. Esta actitud ha influenciado también a artistas consagrados en períodos anteriores que se mueven en múltiples direcciones, ensayando nuevos caminos y aprendiendo a manejar lenguajes desconocidos para ellos.
En esta segunda década del siglo XXI, uno de los fenómenos más singulares es el surgimiento de creadores a los que resulta casi imposible ubicar en algunos de los espacios legitimados por la historiografía y la crítica, pues sus propuestas se mueven en muchas direcciones ya que sus preocupaciones se orientan, de igual modo, a universos contrapuestos en materia de lenguajes y soportes, o en la variedad y profundidad de sus contenidos.
La última edición de la Bienal de La Habana enfatizó las cuestiones de lo global frente a lo local y abrió sus fronteras a los artistas de Europa y América. Esta alteración coincidió con la evolución reciente de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que vieron el final de cinco décadas de restricciones comerciales. Testigo de esta reconexión simbólica fue la exposición colateral Wild Noise, que vio más de 100 obras de la colección permanente del Museo del Bronx de Nueva York expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes, el primer intercambio cultural internacional entre los Estados Unidos y Cuba en más de 50 años. La Bienal, por su parte, presentó una exposición que trataba de compartir la experiencia transcultural entre América del Norte y artistas cubanos a través de la exposición Entre, Dentro, Fuera.
Ahora, los artistas cubanos podrán estar en contacto con el mejor arte internacional, y esto creará mejores bienales, mejores artistas y mejores pensamientos.
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