La naturaleza efímera del arte: Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger

Para los antiguos, la gran obra de arte debía ser prueba indiscutible del triunfo del hombre sobre la naturaleza en un sentido físico e intelectual sobre el tiempo y el espacio. Unos monumentos que actualmente nos miran indolentes desde el pasado, habiendo sobrevivido durante siglos a la barbarie humana, a pesar de que muchos no han logrado llegar hasta nuestros días. A través del arte se busca la permanencia de nuestro paso por la Tierra, ya que de otra forma no existiríamos sino como meros agentes destructivos de esa misma naturaleza.

El pensamiento romántico en occidente se replantea este concepto. Como movimiento cultural que toca todas las esferas de la vida creativa y contemplativa, nace de las postrimerías del siglo de la razón, de aquellos recovecos oscuros del idealismo heredero de Kant. Uno de sus mayores exponentes, Friedrich Schelling en “La relación del arte con la naturaleza”, ataca la premisa de que el arte debe alejarse de la naturaleza (entendida ésta como cualidad innata) para después volver a ella. “Desde hace largo tiempo se ha reconocido que en el arte no todo se hace con conciencia; que a la actividad consciente debe unirse una fuerza inconsciente, y que la unión perfecta y la correspondiente compenetración entre ambas produce lo más excelso del arte”.

Esta cita pone en evidencia que la racionalización de la belleza no se puede reducir a formas cuantitativas. La naturaleza, en su forma primigenia, es su verdadero creador, pues existen múltiples condicionantes a la hora de crear y apoderarnos espiritualmente de ella; credo para algunos de los más excelsos artistas de finales del siglo XVIII, pintores como Caspar David Friedrich y su “Cementerio del claustro”, el poeta Novalis y su “Himno de la Noche”, el compositor Franz Schubert y sus Lieder, o uno de los últimos poetas  románticos, si bien alejado de su marco temporal, Rainer Maria Rilke. Todos ellos consagraron su vida artística y personal a ese intento de recuperación de un pasado sin retorno; fascinados por lo intangible, aparecen los relatos fantásticos, los monumentos en ruinas y el misterio en sus obras e historias. Esa naturaleza, tanto física y ajena al hombre como propia, rebosante e incontrolable fue lo que se categorizó como lo sublime en el arte. Un canto a lo efímero de la vida y también a lo eterno.

Un espíritu que en nuestros días no ha dejado de existir, sino que sigue transformándose y extendiéndose en el arte actual. Es el caso de los site-specific de los artistas suizos Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger y su reflexión sobre los materiales orgánicos e inorgánicos que conforman la obra de arte dentro de la naturaleza, como es el caso de “The mistery of fertility“. Unos materiales que, si nos paramos a pensar, forman parte irreductible de nuestro ser. Es el caso, por ejemplo, de la calcita, un mineral conformado por restos de conchas, huesos, dientes y otros minerales, componente cálcico de la caliza. Es lo que queda cuando todo lo demás desaparece, esculturas funerarias mineralizadas que ensalzan la vida. Por otro lado, tenemos los fertilizantes artificiales y su aparente pulcritud en flores y frutos químicos en contra de la urea sintética o el resto de compuestos orgánicos.

 

el misterio

Exterior de “The mistery of fertility”. Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger, 2008, Sonsbeek, Arnhem (Holanda). Fotografías vía We Find Wildness

 

El misterio de la fertilidad 2008 sonsbeek, arnhem netherland

Interior de “The mistery of fertility”, Steiner y Lenzlinger

 

Se trata una vez más de negar nuestra naturaleza efímera. La sociedad contemporánea ha levantado muros y plantado cipreses para no ver ese estado de cambio, evolución, disociación, fragilidad y descomposición que produce el fin de la vida. ¿Higiene? Por supuesto, pero también falta de ánimo y esperanza en los prodigios de las cremas antiarrugas y potingues varios, en un intento por negar el paso irremediable del tiempo en nuestro cuerpo y espíritu. Es una realidad que Steiner y Lenzlinger nos muestran en sus instalaciones. Colores vistosamente químicos en contraposición a lo oscuro e inhabitable de nuestro sentido de la muerte como estadio último de la vida orgánica. Porque el arte es incapaz de mentirnos; representa la verdad dentro de una gran mentira. Sus obras están conformadas por múltiples artefactos de mediación entre el hombre y la naturaleza, y la fantasía de unos recuerdos, emociones, historias, ideas y sueños que pueden o podrían ser alterados. Cualquier cosa es ahora una y luego otra, según lo sintamos de esa manera o nos convenga. Estos relatos son lo que nos hace humanos.

En el caso de “Brainforest” o “Falling garden” de Steiner/Lenzlinger, las conexiones neuronales que hacen posibles estas sensaciones despliegan un entramado natural de plantas, minerales y animales taxidemizados, donde el visitante puede sentirse en un estado completo de armonía a través del barroquismo de sus formas en espacios cerrados con una fuerte carga de significados, tales como iglesias, bibliotecas o lugares de memoria para conectar a través de la fantasía con nuestros sentidos en un mundo que prima lo visual y no tanto lo sensitivo.

 

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“Brainforest”. Steiner y Lenzlinger, 2004, Museo de arte contemporáneo, Kanazawa (Japón). Fotografía de los artistas

 

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Detalle del site-specific “Brainforest”, Steiner y Lenzlinger. Fotografía vía BOOOOOOOOM!

 

Por el contrario, esta idea de ciclos de cambio tan presente en el pensamiento del subcontinente indio y en toda Asía, con respecto a la no permanencia, podríamos asociarla a las instalaciones de Chiharu Shiota. En su obra, al igual que en Steiner y Lenzlinger, vemos lo inalterable hecho materia, el pasado unido al presente que tanto ha fascinado a ojos occidentales con artefactos propios de nuestro tiempo. En “Bush power”, “The Conference” o “The office”, este binomio de artistas desvela el elemento mágico de ambientes ergonómicos, en el gimnasio o en la oficina; un lugar, éste último, al que uno acude en su día a día y casi a disgusto, donde el trabajador debe conjurar a fuerzas sobrenaturales como si se tratara de un chamán para alcanzar el éxito. La mente visualiza las vacaciones como Meca de todos esos esfuerzos, pero una vez llega, también termina. ¿Estamos aquí o allá, o en ambos sitios? Lo importante es estar en armonía con aquello que nos dicta nuestra naturaleza, pero en ocasiones no es posible. El arte hace que transcendamos esa insatisfacción, que podamos sobrellevar esa carga con menos peso. El cambio es posible, y de hecho lo es aunque no lo deseemos. En el medio urbano, y especialmente rural, tenemos a artistas que trabajan sobre lo efímero, como Andy Goldsworthy, actuando sobre los elementos de la propia naturaleza dentro del Land Art.

 

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“The office”. Steiner y Lenzlinger, 2008. CCBB Brasilia, Sao Paulo (Brasil). Fotografía de los artistas

 

Bush power 2014 XIX bienal de Sidney

“Bush power”. Steiner y Lenzlinger, 2014. Pabellón de la Bienal de Sidney (Australia). Fotografía vía Artnet

 

El trabajo de artistas como Anya Gallaccio o Claire Morgan es tanto material como lírico. Ambas apelan a la quietud de ese proceso de translación irreal —en tanto mental— y real de un cuerpo hacia otra forma de vida. Muchas de estas obras no aceptan los procesos de conservación habituales en los museos o centros de arte y duran lo que tarda la instalación en descomponerse. Con la obra efímera entramos en el eterno debate de la restauración de las obras. Algunas han nacido para ser legadas a las próximas generaciones; otras, por su propia naturaleza, han nacido para morir.

Algunas de las obras o instalaciones que pudimos ver en la pasada edición de ARCO eran de esta naturaleza. Unas estaban a la venta y otras no. Tal vez si dejáramos de juzgar al artista que da sentido a ese arte o al coleccionista que lo paga, nos daríamos cuenta que incluso el dinero es efímero.

Los cambios pueden ser de diversa naturaleza. De todos podemos aprender. La imagen de la calavera mexicana, la Catrina, no es sino el rostro de un cadáver en descomposición del que brotan flores; una forma de vida tan bella como efímera, igual que la nuestra. Hay esperanza mientras haya arte, tampoco los románticos eran almas atormentadas apegadas a lo conocido sino artistas que esperaban volar al amparo de la noche hacia ese estado de cambio ineludible. Como diría el poeta Friedrich Hölderlin en su poema “Visión” dentro de “Poemas de la locura“:

Imágenes que la plenitud del día a los hombres muestran,
En el verdor de la llana lejanía,
Antes de que la luz decline en el crepúsculo,
Y la tenue claridad dulcemente serene los sonidos del día.

Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo,
Sin esperanza, lleno de dudas el sentido de los hombres,
Mas el esplendor de la Naturaleza alegra sus días
Y lejana yace la oscura pregunta de la duda.

 

Silvia Santillana
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