Tu cuerpo es un campo de batalla
Barbara Kruger, en uno de sus más conocidos eslóganes de 1989, rotunda expone: Your Body Is a Battleground (Tu cuerpo es un campo de batalla). Empleando los medios en los que se basa la publicidad para lanzar mensajes de gran impacto y eficacia, Barbara Kruger ataca aquellos estereotipos admitidos por la historia del arte y la sociedad de consumo que han convertido a la mujer y al cuerpo de la mujer en el objetivo de los propósitos más violentos del neocapitalismo.
Tu cuerpo es un campo de batalla donde librar estas y muchas otras luchas
Conviene contextualizar la obra de Barbara Kruger dentro de esos procesos transformadores de la posmodernidad que entre otros efectos conllevan una creciente teorización del cuerpo y el lugar que ocupa en determinados conflictos políticos, sociales y económicos. El cuerpo como territorio apto para el sometimiento y la violencia ejercida desde el poder, casi siempre desde el heteropatriarcal. El cuerpo también entendido a menudo como origen y sede de los conflictos reproductivos, sexuales, de identidad o como amenaza ante enfermedades y epidemias. De ahí que la obra de Barbara Kruger coincida con un resurgir de reivindicaciones sociales y culturales que tienen que ver con el empoderamiento y la creación de la identidad desde el cuerpo; esto es la oleada feminista de los años 80, los movimientos de liberación sexual, las luchas raciales o el surgir de una imaginería del SIDA en la creación artística. Una gran parte de las prácticas artísticas producidas en las décadas de los 80 y 90 tienen como objetivo planteamientos críticos en torno a todo ello.
Tu cuerpo es un campo de batalla para la resistencia y la disidencia
En los 80 y 90 el cuerpo es protagonista de la creación artística, continuando la estela de los artistas de generaciones anteriores y manteniendo la herencia del Accionismo Vienés donde la sangre, el sudor, la carne y las vísceras son el medio para algunas prácticas performáticas a medio camino entre el ritual y la puesta en escena teatral. Es decir, un arte que no genera objetos sino acontecimientos y cuyo campo de acción-representación es un cuerpo desnudo que pone a prueba la experiencia catártica causando ciertas incomodidades al poder. Pero no por ello se abandonan técnicas y soportes tradicionales como la pintura o la escultura, sino que se incorporan a las prácticas cada vez más emergentes del happening y la performance. Ya en la década de los 50, Jackson Pollock había incorporado el cuerpo en la acción pictórica –técnica que se conoce como Action Painting– pero serán los artistas vinculados al movimiento Fluxus y al Neodadaísmo o bajo la influencia del Living Theatre quienes abandonan la bidimensionalidad plástica y organizan acciones colectivas, a veces orgiásticas, con un gran componente liberador a través de la sexualidad, el placer, la carne, el dolor o la muerte. Artistas como Carolee Schneeman se adentran desde esta época en estas experiencias empleando el cuerpo femenino desnudo como único elemento para la acción artística, alterando así nociones preconcebidas sobre la sexualidad, el género o la pintura de historia, tradicionalmente dominada por los hombres, en la versión moderna del Expresionismo Abstracto y la pintura de acción. El cuerpo comenzaba a empoderarse o, lo que es lo mismo, a convertirse en el principal medio para las reivindicaciones político-ideológicas.
Tu cuerpo es un campo de batalla y las cicatrices que en él se muestran las marcas de tu historia
Identidad, historia y activismo son asumidos por el cuerpo contemporáneo como espacio político para la reivindicación o el compromiso. La puesta en práctica de estos discursos ha generado una enorme variedad de prácticas artísticas en las últimas décadas donde el artista queda completamente expuesto. Autolesiones, disparos o el uso de drogas parecen ejercicios habituales en ciertas prácticas como respuesta violenta a una violencia que forma parte del sistema. Violencia recibida en el cuerpo de Chris Burden, pionero de la performance, o violencia simbólica en el cuerpo ausente de Ana Mendieta. Sobre los cuerpos ausentes y las cicatrices que la historia ha dejado en la memoria colectiva resulta paradigmática la performance de Marina Abramović, Balkan Baroque, presentada en la Bienal de Venecia en 1997 y por la que obtuvo el León de Oro. Durante esta acción, Marina Abramović amontonó huesos de animales y lo dispuso todo para limpiar los restos de carne durante varios días, acompañada de dos audiovisuales con la imagen silenciosa de sus padres y la artista recitando una leyenda popular serbia en una evidente alusión a la guerra de los Balcanes y la desintegración de Yugoslavia. Una performance política que denuncia y visibiliza el horror de un infierno consentido y donde la artista voluntariamente se introduce en una vivencia espeluznante que aún siendo metafórica involucra totalmente al espectador. Marina Abramović, quien en sus acciones performáticas ha llegado incluso a poner en riesgo su integridad física y psicológica, en Venecia realiza una acción mucho más elaborada en cuanto a escenografía y puesta en escena pero no por ello menos arriesgada. Imagínense el olor nauseabundo de aquella sala repleta de huesos, el impacto visual de la iluminación o el canto de la artista recitando las canciones populares de cada estado yugoslavo; inigualable a la barbarie genocida de aquella década, desde luego, pero también inolvidable.
Si cada marca que el cuerpo transporta es el recuerdo de una batalla vivida, el artista, desde su posición de creador y comunicador, tiene la posibilidad de liberar la imaginación y activar la empatía. En las últimas décadas, el Performance Art ha establecido ciertos códigos para la transmisión y elaboración de discursos que muy a menudo tienen relación con aspectos autobiográficos, la memoria o la identidad del performer en un afán por visibilizar problemáticas que traspasan lo individual. La disciplina performática permite al artista procesos de investigación personal y contextual para permitir catarsis colectivas que como en el Living Theatre alteren el orden social y político establecido. Lejos de perder vigencia, trabajar desde el cuerpo encuentra un enorme potencial en artistas como Abel Azcona, quien trabaja con su cuerpo expuesto hasta el límite. Encierros, autolesiones, prostitución, fármacos, violencia…. estos procesos son para Abel Azcona un método de introspección y autoconocimiento desde donde ejercer la crítica. Su discurso está inevitablemente unido a una autobiografía que no puede olvidar porque las heridas son muy profundas, aún permanentes. En sus últimos trabajos viene investigando las heridas causadas por el abuso infantil desde su propia experiencia y desde la experiencia compartida de quienes la han sufrido. En su proyecto más reciente, La Calle, ha sometido su cuerpo a transformaciones hormonales para vivir y sentir en primera persona el abandono, la transexualidad y la prostitución en uno de los espacios más violentos de Bogotá, el barrio de Santa Fe. Es una manera de sobrevivir a su historia , pero también de seguir peleando en y desde ese campo de batalla que es el cuerpo.
- Tu cuerpo es un campo de batalla - 3 agosto, 2015
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