‘Under the Skin’: la realidad es experimental
Imagen promocional de ‘Under the Skin’ – Jonathan Glazer (2013).
Esto no es una crítica de la última película de Jonathan Glazer, o eso es lo que me digo a mí misma mientras escribo, pero veo necesario hablar de ella. Under the Skin es una de esas obras que se quedan en la retina y van directas al estómago. La razón se aparta a un lado para dar paso a las formas, colores y texturas que la configuran como un apabullante mosaico de imágenes potentes y experimentales. Puede que suene a análisis superficial de un gafapastismo casi pretencioso, pero ahí es donde reside la cuestión a la que quiero llegar. Cuando hablamos de cine, o mejor dicho, valoramos el cine, ¿qué tiene más peso, la forma o el contenido? Hace unas semanas me cuestionaba esto en una clase de cine contemporáneo en la que una compañera comentaba en mitad de una presentación sobre Ingmar Bergman que no le había encontrado ningún sentido a la película de Persona, lo cual era un “What the fuck?” en toda regla. Una parte de mí quería meter la cabeza en la arena por escuchar algo así en el último curso de carrera, otra se preguntaba qué era exactamente en lo que se había fijado ella al verla. Es cierto que para que una película sea buena no es necesario que tenga una fotografía espectacular, o un guión complejo; tiene que tener esa esencia que no sabemos describir pero que está intrínseca en el film.
Que no cunda el pánico, nadie está comparando Persona con Under the Skin, pero las dos funcionan como ejemplo para ilustrar las formas maravillosas que adopta el cine en dos momentos diferentes de la historia. Por un lado, la última película del británico Jonathan Glazer narra cómo unos extraterrestres llegan a la tierra con la misión de atraer a autoestopistas solitarios y transportarlos a su mundo, donde la carne humana es una delicatessen. La encargada de atraerlos es una alienígena interpretada por Scarlett Johansson que poco a poco va analizando el comportamiento humano hasta conseguir empatizar totalmente con la naturaleza humana. Si bien es una película onírica e hipnotizante, toma una postura existencialista al representar a esa atractiva alienígena como un ser alienado de su propio propósito cuando empieza a tener interés por el ser humano como algo más que un saco de carne. Así pues, Glazer plantea a modo de película de ciencia ficción si somos lo que nos compone o si somos lo que hacemos, dándonos espacio para cuestionarnos como personas y lo que conlleva nuestro comportamiento más cotidiano.
Todo ello lo envuelve en un formato que recoge recursos del teatro en cuanto a su puesta en escena en algunas secuencias, mientras que en otras la naturaleza cobra una gran importancia, recordando a Tarkovsky en la película Stalker, en la que los personajes dejan escapar el control para adaptarse a la paz que la naturaleza proporciona. Esta dicotomía entre el artificio y el entorno natural hace de Under the Skin una obra minimalista y potente que se encuentra entre la razón y la contemplación, el peligro y la seducción. Su ritmo pausado amplifica estas sensaciones al venir marcado por pequeños golpes que se corresponden con las fantásticas piezas musicales creadas por Mica Levi para la película, creando un microcosmos lleno de matices y texturas.
Carlos Boyero afirmaba sobre Under the Skin, en una de sus críticas del festival de Venecia, que “la desnudez de Scarlett Johansson no compensa el delirio continuo”. Este comentario me recordó a la frase sobre Persona que hizo mi compañera. ¿Dónde está, pues, la línea que separa el delirio de otro tipo de modelos de representación? Lo que se aleja de nuestra comprensión se infravalora en algunos casos, pero ¿no es esta capacidad de volvernos locos y retorcernos internamente lo que hace del arte un alimento necesario para nuestra esencia?
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