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“Animales Nocturnos”, pesadillas diurnas

Siete años después de su debut con Un hombre Soltero, el polifacético Tom Ford vuelve a ponerse detrás de las cámaras para dar vida a Tony y Susan, los animales nocturnos del libro de Austin Wright. La película, que cuenta en su brillante reparto con Amy Adams, Jake Gyllenhaal y Michael Shannon, entre otros, narra la historia de Susan (Adams), una exitosa artista que no es feliz con su aparentemente perfecto matrimonio. Su monotonía se verá interrumpida con la llegada de un paquete de su primer marido (Gyllenhaal), que le envía el borrador de su nueva novela, Animales Nocturnos, junto a una misteriosa dedicatoria. Susan, que padece de insomnio, se sumergirá en el relato mientras se ve atormentada por recuerdos del pasado relacionados con su exmarido.

 

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Fotograma de la película

 

Ford, con su peculiar diseño de arte que refleja sus cimientos en el mundo de la moda, nos presenta con Animales Nocturnos un intenso thriller en forma de mise en abyme que se aleja bastante de su Hombre Soltero, conservando, sin embargo, la destacable formalidad estética que la caracterizaba, si bien su primera película resultaba en ocasiones caótica en su composición a base de flashbacks, haciendo un uso del montaje más propio del videoclip musical. En su nueva cinta, el relato del libro y la trama principal se entrelazan al unísono, mientras se forma un paralelismo entre los flashblacks del pasado de la protagonista y el libro que devora.

Así pues, Tom Ford consigue que se prolongue el misterio hasta el final del metraje a base de saltos temporales y combinando realidad y ficción. Pese a su acusado manierismo en la puesta en escena, que puede resultar en ocasiones demasiado irreal y forzado, la película logra crear una atmósfera opresiva y enigmática.

En definitiva, Animales Nocturnos habla de venganza, del peso de las expectativas y de las inseguridades en uno mismo, pero sobre todo de la culpa y del remordimiento que acechan a Susan, su protagonista, cuya obsesión por lo que pudo llegar a ser su vida la dirige por un camino que sólo puede llevarla a la desolación.

Sin duda, una de las películas más destacables del año.

 

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Fotograma de la película

Ouija: El origen del mal, terror vintage

Mike Flanagan, el culpable de aterrorizarnos hace un par de años con Oculus: El espejo del mal, regresa con la precuela de Ouija. Su antecesora, que adaptaba el famoso juego de Hasbro, fue duramente destrozada por la crítica (aunque razones tampoco les faltaban).

Sin embargo, Flanagan ha sabido evitar los errores de la primera y se ha alejado bastante del concepto de terror teen barato que caracterizaba a la cinta de Stiles White. En esta ocasión, los protagonistas son una madre y sus dos hijas pequeñas que se dedican a realizar falsas sesiones de espiritismo para que sus clientes conecten con sus seres queridos y así obtener dinero fácil. Todo se volverá más siniestramente real cuando la madre, Alice, compre un nuevo tablero de ouija.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

 

Si bien la película tiene un buen prólogo en el que podemos disfrutar de la ironía de que la propia familia se dedique a estafar a la gente con falsas sesiones ocultistas, también es cierto que la trama resulta bastante simple: una casa encantada por presencias invocadas por el tablero de ouija, nada nuevo que no hayamos podido ver en otras cintas recientes como las más que notables Insidious y Expediente Warren del director malayo James Wan. Aun así, no todo es negativo en la cinta de Flanagan; tanto su estética como sus más que sobrias actuaciones son suficientes para no caer en el ridículo. Su fotografía imita la estética setentera, desde sus llamativos créditos hasta el pequeño detalle que aparece a la derecha que recuerda a la señal que avisaba a los proyeccionistas de que había que cambiar el rollo de película. También cabe mencionar, sin llegar a desvelar nada del desenlace, que se agradece que su final no sea tan previsible como es el caso de las películas de James Wan.

En definitiva, Ouija: Origen del mal no será un ejemplo de originalidad en el género, pero resulta solvente y convincente y mucho mejor que su predecesora.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

The Handmaiden, el encanto de lo siniestro

Tras una buena acogida en el Festival de Cannes y en el Festival Internacional de Cine de Terror de Sitges, The Handmaiden, la nueva película de Park Chan-wook, por fin llega a la cartelera española. El director coreano, después de su incursión en la producción occidental con Stoker, nos presenta un drama ambientado en la década de los años treinta durante la ocupación japonesa de Corea.

Sookee, la protagonista de la historia, es contratada como criada de una acaudalada mujer japonesa, Hideko, que vive recluida en una gran mansión bajo la influencia de su siniestro tío. Sin embargo, la misión de Sookee es engañarla para que se case con un conde impostor que sólo quiere su fortuna, pero, para su sorpresa, sus sentimientos hacia Hideko serán más fuertes de lo que podría haber imaginado.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

 

Narrada desde tres puntos de vista muy distintos, su estructura recuerda en cierto modo al clásico de Akira Kurosawa, Rashomon. Tal y como ya hizo, Park Chan-wook juega con sus protagonistas como si de una obra de teatro japonés se tratara. Casi siempre en espacios cerrados, sus personajes están dispuestos estratégicamente, dando una sensación de claustrofobia y acentuando la intención voyeourística plasmada de distintas formas a lo largo del metraje.

 

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Uno de los momentos de la película

 

Wook ya no juega con el thriller como en sus anteriores trabajos, sino que, en esta ocasión, es el romance el género que destaca por encima de todo. En particular el de sus dos protagonistas femeninas, que juegan al gato y al ratón en una red de secretos y mentiras que conforman el misterio de esta laberíntica narración.

Si bien The Handmaiden lejos queda de la famosa Trilogía de la Venganza de su director, su estilizada estética, sus hipnóticos personajes y su tórrido romance lésbico son suficiente para pegarnos a la pantalla.

La Llegada, entendimiento en tiempos de desconcierto

Denis Villeneuve aterriza con su nueva película, La Llegada. El realizador canadiense que nos traía hace un año Sicario, una cinta que se adentraba en los bajos fondos de la droga por las calles Ciudad de Juárez, nos presenta esta vez un escenario muy diferente. En él, Louis, Amy Adams, es una lingüista encargada por el alto mando militar de ejercer de mediadora entre la raza humana (y en particular de la población estadounidense) y unas presencias extraterrestres que han llegado a la Tierra. Con el propósito de saber si han venido en son de paz, la lingüista empezará de cero a aprender a comunicarse con ellos, y viceversa.

Villeneuve retoma la idea del miedo a lo desconocido, tantas veces tratado a lo largo del género de la ciencia ficción en películas como La Cosa, La Guerra de los Mundos y, en especial, Ultimátum a la Tierra, abordándolo desde un punto de vista más intimista y a través de una puesta en escena bastante minimalista. Si bien también trata otras temáticas como la pérdida y la búsqueda de nuestro lugar en el mundo, es en el lenguaje y, por ende, en la comunicación, donde hace especial hincapié. En realidad, es la comunicación la que juega un papel clave a lo largo del metraje, convirtiéndose esta en la única solución posible al conflicto.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

 

La Llegada es una película que habla de cómo afecta el lenguaje a nuestra forma de relacionarnos y de cómo percibimos y entendemos el mundo que nos rodea. El propio lenguaje escrito de los extraterrestres de la película forma un círculo compuesto por distintos conceptos que crean uno nuevo; todo está medido incluso antes de que sea plasmado. Algo así pasa con la propia película, pues todo en ella está medido, nada ocurre al azar. Cada elemento que la integra está dispuesto para que, tanto si la vemos desde el principio como si lo hacemos hacia atrás, empezando desde el final, el resultado sea el mismo.

Cabe mencionar las huellas que encontramos en la cinta que homenajean a Stanley Kubrick, tanto la nave principal como la cápsula que recoge a la protagonista, que nos recuerdan mucho al emblemático monolito de 2001: Una Odisea en el Espacio o incluso las notas de Jóhann Jóhannsson, en algunas ocasiones, nos transportan sutílmente a la banda sonora de la misma. Quizá sus contras residen más en las reminiscencias del sentimentalismo de las películas de Christopher Nolan (en particular de Interstellar, donde intentaba algo parecido pero fracasaba estrepitosamente) y en el manierismo estético y filosófico de Terrence Malick, que ronda en cada flashback de la cinta.

El último título del canadiense no es una película perfecta, pero su acto final te atraviesa la cabeza y el estómago. Toda una experiencia catártica de merecido visionado.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

La Chica del Tren, mujeres al borde de un ataque de nervios

La chica del tren, el famoso best-seller de Paula Hawkins, llega a la gran pantalla, y Tate Taylor, conocido por la oscarizada Criadas y señoras, es el encargado de dirigirla.

Emily Blunt es la actriz que da vida a Rachel, una mujer destrozada por su divorcio  y que ahoga sus penas en el alcohol mientras viaja todos los días a Nueva York. Al mismo tiempo que se deja arrastrar por su monotonía, se entretiene fantaseando en la vida de una atractiva pareja que vive cerca de donde se detiene su tren. Su obsesión llega al extremo de verse envuelta en un caso de desaparición en el que empieza a dudar hasta de ella misma.

La Chica del Tren es un thriller pausado que, al igual que ocurría en la novela, juega con los distintos puntos de vista de su trío femenino de protagonistas. Taylor nos lleva por el pasado, presente y futuro de sus personajes a través de flashbacks que no funcionan tan bien como ocurría entre las páginas de Paula Hawkins, donde los cambios de tiempo enriquecían el relato, algo que en la gran pantalla resulta banal y ralentiza el ya carente ritmo que tiene la película.

Fotograma de la película

Fotograma de la película

Pese a su intento por construir el suspense a base de estos saltos temporales y puntos de vista, sus pequeños giros de guión no son suficiente para conducirnos medianamente a un clímax, el cual se ve enmascarado por una alta carga de violencia que se recrea hasta rozar lo vulgar.

La Chica del tren es una adaptación bastante fiel a su correspondiente novela, pero en algún lugar se ha dejado lo verdaderamente atractivo de la historia de Hawkins, que era la psicología de sus personajes al borde la locura, y se ha centrado en los matices más folletinescos de ella.

 

The Neon Demon, belleza y canibalismo

El director danés Nicolas Winding Refn vuelve a la carga con The Neon Demon. En esta ocasión, se aleja de las oscuras calles de Bangkok donde acontecía su última película, Sólo Dios Perdona, y nos lleva hasta Los Ángeles. Allí se encuentra Jesse, encarnada por Elle Fanning, una jovencísima chica que se aleja de su familia para probar suerte en la gran ciudad y adentrarse en el mundo de la moda. Su belleza y magnetismo pronto le abrirán las puertas de este mundo donde todo es más oscuro y retorcido de lo que parece. La envidia, los trastornos alimenticios y el abuso de la cirugía estética son sólo la superficie de lo que le aguarda.

The Neon Demon sigue algunas de las pautas que ya se divisaban en Sólo Dios Perdona. De este modo, lo onírico y la realidad se entremezclan para mostrar y abusar de un simbolismo que se vuelve ahora mucho más obvio que en su predecesora, todo ello acompañado del ritmo de la maravillosa banda sonora de Cliff Martínez y de unas imágenes preciosistas e hipnóticas.

Las luces de Neon y el uso reiterativo de los espejos son algunos de los recursos usados por Refn para plasmar la idea de que la belleza es lo único que importa. Una idea que en boca de uno de los personajes de la película no sólo resulta cínica, sino también falaz y carente de cualquier sentido.

 

Captura de la película 'The Neon Demon'

Fotograma de “The Neon Demon”

 

Hay una escena en particular que a priori puede resultar banal pero que nos da las claves para descifrar gran parte del metraje. Jesse, la protagonista, se encuentra en el baño de una discoteca junto a dos modelos frustradas y Ruby, una maquilladora obsesionada con ella. Mientras hablan de maquillaje, Ruby cuenta que todos los tonos de pintalabios tienen nombre de comida o de referencias sexuales. Mientras bromean sobre ello, preguntan a Jesse qué es ella, si comida o sexo. Esta es una idea que se establece a lo largo de toda la película desde diferentes puntos de vista.

 

Abbey Lee en un fotograma de 'The Neon Demon'

“The Neon Demon”

 

Se nos presentan tres figuras masculinas importantes: el fotógrafo, el diseñador y el dueño del motel donde se hospeda Jesse, interpretado por Keanu Reeves. Los tres tratan a Jesse como un objeto delicado y bello, como una figura casi celestial a la que no temen acercarse y de la que es fácil aprovecharse. El fotógrafo la cosifica en una larga escena en la que la protagonista se ve forzada a desnudarse y quedar totalmente a merced del fotógrafo que la mira como un depredador arrinconando a su presa. El diseñador, por el contrario, trata a nuestra protagonista como una musa, perfecta y digna de admiración, en contraposición al personaje de Reeves, que se comporta como un depredador sexual con todas las chicas jóvenes que acaban en su motel. Todos ellos son personajes con una elevada carga sexual que no dudan en rodear a Jesse de una forma amenazadora, por lo que es aquí donde también encontramos una altas dosis de misoginia despiadada.

The Neon Demon es una película que habla de la belleza, de la perversidad en el mundo de la moda y de cómo todo se resume en dos opciones: comer o ser devorado. Literalmente.

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Magical Girl: arte en lo cotidiano

Si me hubieran preguntado el año pasado qué es Magical Girl, hubiera contestado que un misterio. Y es que la cinta, con tan sólo 37 copias estrenándose en el país, pasó velozmente y con sigilo por las salas más afortunadas, pese a haber ganado la Concha de Oro a mejor película y la de Plata a mejor director en la pasada edición del Festival de San Sebastián.

Pero empecemos por el principio; por muy raro que parezca a priori mezclar una niña con cáncer, referencias al anime, una copla como canción principal, sadomasoquismo, un padre en paro y un increíble José Sacristán en el papel de un profesor retirado que no quiere salir de la cárcel, la narrativa de Magical Girl es más simple de lo que parece a primera vista, pero más compleja a nivel de engranajes que la forman.

Su director, Carlos Vermut, conocido por su ópera prima, Diamond Flash, construye un puzzle en el que las piezas son situaciones cotidianas con una clara dualidad. Los personajes se mueven entre el bien y el mal, no hay término medio en sus protagonistas y, en cierto modo, este es el punto de partida desde donde se construye el suspense de la película.

 

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Bárbara Lennie en un fotograma de la película

 

Si rascamos un poco la superficie, Magical Girl narra la historia Alicia (Lucía Pollán) y Luís (Luís Bermejo). Según afirma su director, llamados así por Lewis Carroll y su mundo literario. Alicia es una niña de doce años que padece de cáncer y que desea un vestido de su personaje preferido de anime, Magical Girl Kukiko. Luís, que está en paro, no puede permitirse el capricho de su hija, y desesperado por hacerla feliz entrará en un círculo de chantajes que acabará involucrando a Bárbara, interpretada por Bárbara Lennie, una joven con problemas mentales que pedirá ayuda a Damián, su antiguo profesor. El pasado de estos dos personajes es el que conforma el verdadero misterio de la película.

¿Pero qué hay más allá de eso? Su director, astutamente, como ya hizo en su anterior película, Diamond Flash, una obra auto-producida y financiada por él con tan sólo 20.000 euros obtenidos de sus ahorros, estrenada solamente vía streaming y en algunos festivales de la península donde tuvo un sorprendente éxito, deja huellas de su pasado como ilustrador e historietista, sobre todo en la peculiar división que hace del relato, e incluso en su puesta en escena encontramos ciertos matices que recuerdan al cómic y a la cultura pop en general.

 

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Luís Bermejo y Lucía Pollán en un fotograma de la película

 

Su carácter, claramente postmodernista, mezcla géneros como el thriller, el drama, la comedia y algunos matices del cine social. Pero lo más interesante del trabajo de Carlos Vermut es la forma en la que transforma lo cotidiano; no se limita a representar escenas más o menos verosímiles, sino que las retuerce para ofrecernos un punto de vista más inquietante e imaginativo. Con la precisión de un cirujano, Vermut consigue hacer una crítica honesta de la sociedad española y del contexto en el que se encuentra, sin dejar de lado lo exótico de unas tradiciones que chocan y se contradicen entre ellas. Como dice Vermut en boca de uno de sus personajes en el metraje: España es un país que no es ni racional ni pasional, sino que está entre estos dos mundos. Entre la pasión y lo racional se mueven también sus protagonistas destinados a la autodestrucción por decisión propia.

En una interesante entrevista realizada por El País, Carlos Vermut afirmaba que él ataca al corazón, sin duda podemos decir que ataca al corazón, el de los espectadores, en especial al de esos que habían perdido la fe en el cine español. Creando una película redonda y perfecta, su aura inquietante puede recordar a Buñuel, al igual que sus matices referenciales al propio cine pueden hacerlo a Zulueta. Pero si hay algo de lo que no hay duda es que con tan sólo dos películas y un par de cortos en su filmografía, Carlos Vermut ya cuenta con una reconocida autoría que interesa seguir en los próximos años.

 

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Fotograma de Magical Girl

 

La contención es algo que también cobra protagonismo en la película, una calma turbadora se apodera de ella, mientras ésta se divide en tres actos: Mundo, Demonio y Carne. En el primer acto observamos la vida de Luís y su hija, mientras que en el segundo se nos presenta el personaje de Bárbara, el punto de unión entre todos los personajes y el más complejo de todos ellos. Todos se mueven por un interés concreto, Luís quiere el vestido para su hija, Bárbara quiere pasar a la habitación del lagarto negro (aunque en ningún momento sabemos lo que hay dentro) para no perder a su marido, y Damián no quiere volver a ver a Bárbara. Todos ellos son piezas de un rompecabezas que no puede completarse sin la pieza más importante, una que Vermut ha dejado vacía a propósito, una que debemos completar nosotros.

Si me preguntaran ahora qué es Magical Girl, seguiría contestando que es un misterio, pero también un ejercicio de estilo en el que los géneros se entremezclan de forma precisa e inteligente, formando un lienzo que retrata nuestra sociedad, nuestros deseos, nuestras frustraciones y nuestra esencia. Carlos Vermut no nos ha abierto la puerta del lagarto negro, pero sí una que desborda ingenio, pasión y originalidad.

 

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Fotograma de la película

 

Musarañas: terror y comedia con firma española

Las musarañas son mamíferos que viven en madrigueras, y a modo de madriguera también viven las dos protagonistas de la ópera prima de Juanfer AndrésEsteban Roel, dos profesores de cine, que después del éxito de su cortometraje “036” nos presentan en la gran pantalla un drama familiar ambientado en la España de los 50.
La película, producida por Álex de la Iglesia, y deliciosamente interpretada por Macarena Gómez, Nadia de Santiago, Luís Tosar y Hugo Silva, nos retrata la peculiar vida de Montse, una joven que padece de agorafobia y que vive junto a su hermana pequeña, a la que cuida desde que murió su madre y cuyo padre no volvieron a ver desde que acabara la Guerra Civil.
Pese a que se aferra a su hermana, que funciona como su único punto de unión con la realidad, Montse se encierra tanto en su casa como en ella misma; atascada en el pasado, rememora a todas horas el recuerdo de sus figuras paternas, en especial la imagen de su padre, un magnífico Luís Tosar que le persigue a modo de fantasma de las navidades pasadas, reprochándole sus pecados y su comportamiento.
 

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Así pues, la casa funciona como cárcel, tanto para Montse como para su hermana (cuyo nombre no llegamos a saber en ningún momento de la película) que vive atada inevitablemente a ella. Al no compartir con Montse esa devoción católica que tanto le caracteriza, la relación entre las dos mujeres es tensa y conflictiva, ya que la primogénita la maltrata cada vez que sale y queda con alguien.

Todo cambia cuando un día, Carlos (Hugo Silva), el vecino de arriba se cae de las escaleras y pide ayuda a Montse, que se las apaña para meterlo en su hogar e intentar curarle la pierna rota. Lo que parece una buena acción se convierte en un secuestro en toda regla, y es aquí donde empieza la pesadilla de Carlos y de la pequeña de la casa, asustada por el frívolo comportamiento de su hermana mayor.

Musarañas es una película de terror con potentísimas imágenes sangrientas y delirantes que nos conducen hasta su desenlace, pero funciona también como un drama familiar, o una comedia negra. Ese estilo tan característico que desprendía Álex de la Iglesia al principio de su carrera se ve reflejado en cierto modo entre los fotogramas de esta  producción española que se estrenaba justo el día de navidad, una fecha elegida con mucho sarcasmo ya que la película se aprovecha inteligentemente de la religión para sacar la carcajada a los espectadores menos creyentes. Y es que el personaje de Montse, tan severo y religioso, contrasta con el carácter afable y ateo de su hermana pequeña, formando continuamente un eterno tira y afloja que se estira hasta el final del metraje.

Esta dicotomía entre sus personajes principales la lidera Macarena Gómez con una impresionante interpretación de una mujer que ha perdido su identidad y su juicio a causa de una juventud traumática. Sin duda, reflejo de ese contexto histórico que se veía separado por una línea que dividía la modernidad y la dimensión más tradicional.

 

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Así pues, a través de estos dos personajes se nos muestran dos mundos muy diferentes, el de Montse con su enfermedad que le impide salir de casa y que se ve obligada a ver el mundo a través de un cristal, que representa esa España atada a la tradición y la religión, mientras que su hermana, que sí tiene acceso al exterior y se aleja de las creencias de Montse, se ve arrollada por ella a un abismo de oscuridad.

La fotografía ayuda a crear un ambiente opresivo que refleja el carácter de Montse hacia los que le rodean. Además, sus directores, Juanfer Andrés y Esteban Roel, nominados a mejor dirección novel en la próxima edición de los premios Goya, construyen una narración, que a pesar de sus sobresaltos y excesos no pierde el norte en ningún momento, desembocando en un final edípico y tajante.

‘Under the Skin’: la realidad es experimental

Imagen promocional de ‘Under the Skin’ – Jonathan Glazer (2013).

 

Esto no es una crítica de la última película de Jonathan Glazer, o eso es lo que me digo a mí misma mientras escribo, pero veo necesario hablar de ella. Under the Skin es una de esas obras que se quedan en la retina y van directas al estómago. La razón se aparta a un lado para dar paso a las formas, colores y texturas que la configuran como un apabullante mosaico de imágenes potentes y experimentales. Puede que suene a análisis superficial de un gafapastismo casi pretencioso, pero ahí es donde reside la cuestión a la que quiero llegar. Cuando hablamos de cine, o mejor dicho, valoramos el cine, ¿qué tiene más peso, la forma o el contenido? Hace unas semanas me cuestionaba esto en una clase de cine contemporáneo en la que una compañera comentaba en mitad de una presentación sobre Ingmar Bergman que no le había encontrado ningún sentido a la película de Persona, lo cual era un “What the fuck?” en toda regla. Una parte de mí quería meter la cabeza en la arena por escuchar algo así en el último curso de carrera, otra se preguntaba qué era exactamente en lo que se había fijado ella al verla. Es cierto que para que una película sea buena no es necesario que tenga una fotografía espectacular, o un guión complejo; tiene que tener esa esencia que no sabemos describir pero que está intrínseca en el film.

 

Fotograma de 'Under The Skin' - Jonathan Glazer(2013)

Fotograma de ‘Under The Skin’ – Jonathan Glazer(2013).

 

Que no cunda el pánico, nadie está comparando Persona con Under the Skin, pero las dos funcionan como ejemplo para ilustrar las formas maravillosas que adopta el cine en dos momentos diferentes de la historia. Por un lado, la última película del británico Jonathan Glazer narra cómo unos extraterrestres llegan a la tierra con la misión de atraer a autoestopistas solitarios y transportarlos a su mundo, donde la carne humana es una delicatessen. La encargada de atraerlos es una alienígena interpretada por Scarlett Johansson que poco a poco va analizando el comportamiento humano hasta conseguir empatizar totalmente con la naturaleza humana. Si bien es una película onírica e hipnotizante, toma una postura existencialista al representar a esa atractiva alienígena como un ser alienado de su propio propósito cuando empieza a tener interés por el ser humano como algo más que un saco de carne. Así pues, Glazer plantea a modo de película de ciencia ficción si somos lo que nos compone o si somos lo que hacemos, dándonos espacio para cuestionarnos como personas y lo que conlleva nuestro comportamiento más cotidiano.

 

Scarlett Johansson en un fotograma de 'Under the Skin.

Scarlett Johansson en un fotograma de ‘Under the Skin’.

 

Todo ello lo envuelve en un formato que recoge recursos del teatro en cuanto a su puesta en escena en algunas secuencias, mientras que en otras la naturaleza cobra una gran importancia, recordando a Tarkovsky en la película Stalker, en la que los personajes dejan escapar el control para adaptarse a la paz que la naturaleza proporciona. Esta dicotomía entre el artificio y el entorno natural hace de Under the Skin una obra minimalista y potente que se encuentra entre la razón y la contemplación, el peligro y la seducción. Su ritmo pausado amplifica estas sensaciones al venir marcado por pequeños golpes que se corresponden con las fantásticas piezas musicales creadas por Mica Levi para la película, creando un microcosmos lleno de matices y texturas.

Carlos Boyero afirmaba sobre Under the Skin, en una de sus críticas del festival de Venecia, que “la desnudez de Scarlett Johansson no compensa el delirio continuo”. Este comentario me recordó a la frase sobre Persona que hizo mi compañera. ¿Dónde está, pues, la línea que separa el delirio de otro tipo de modelos de representación? Lo que se aleja de nuestra comprensión se infravalora en algunos casos, pero ¿no es esta capacidad de volvernos locos y retorcernos internamente lo que hace del arte un alimento necesario para nuestra esencia?

 

Fotograma de 'Under the Skin'.

Fotograma de ‘Under the Skin’.