La Llegada, entendimiento en tiempos de desconcierto

Denis Villeneuve aterriza con su nueva película, La Llegada. El realizador canadiense que nos traía hace un año Sicario, una cinta que se adentraba en los bajos fondos de la droga por las calles Ciudad de Juárez, nos presenta esta vez un escenario muy diferente. En él, Louis, Amy Adams, es una lingüista encargada por el alto mando militar de ejercer de mediadora entre la raza humana (y en particular de la población estadounidense) y unas presencias extraterrestres que han llegado a la Tierra. Con el propósito de saber si han venido en son de paz, la lingüista empezará de cero a aprender a comunicarse con ellos, y viceversa.

Villeneuve retoma la idea del miedo a lo desconocido, tantas veces tratado a lo largo del género de la ciencia ficción en películas como La Cosa, La Guerra de los Mundos y, en especial, Ultimátum a la Tierra, abordándolo desde un punto de vista más intimista y a través de una puesta en escena bastante minimalista. Si bien también trata otras temáticas como la pérdida y la búsqueda de nuestro lugar en el mundo, es en el lenguaje y, por ende, en la comunicación, donde hace especial hincapié. En realidad, es la comunicación la que juega un papel clave a lo largo del metraje, convirtiéndose esta en la única solución posible al conflicto.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

 

La Llegada es una película que habla de cómo afecta el lenguaje a nuestra forma de relacionarnos y de cómo percibimos y entendemos el mundo que nos rodea. El propio lenguaje escrito de los extraterrestres de la película forma un círculo compuesto por distintos conceptos que crean uno nuevo; todo está medido incluso antes de que sea plasmado. Algo así pasa con la propia película, pues todo en ella está medido, nada ocurre al azar. Cada elemento que la integra está dispuesto para que, tanto si la vemos desde el principio como si lo hacemos hacia atrás, empezando desde el final, el resultado sea el mismo.

Cabe mencionar las huellas que encontramos en la cinta que homenajean a Stanley Kubrick, tanto la nave principal como la cápsula que recoge a la protagonista, que nos recuerdan mucho al emblemático monolito de 2001: Una Odisea en el Espacio o incluso las notas de Jóhann Jóhannsson, en algunas ocasiones, nos transportan sutílmente a la banda sonora de la misma. Quizá sus contras residen más en las reminiscencias del sentimentalismo de las películas de Christopher Nolan (en particular de Interstellar, donde intentaba algo parecido pero fracasaba estrepitosamente) y en el manierismo estético y filosófico de Terrence Malick, que ronda en cada flashback de la cinta.

El último título del canadiense no es una película perfecta, pero su acto final te atraviesa la cabeza y el estómago. Toda una experiencia catártica de merecido visionado.

 

Fotograma de la película

Fotograma de la película

María Bustos Segarra
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