La Chica del Tren, mujeres al borde de un ataque de nervios
La chica del tren, el famoso best-seller de Paula Hawkins, llega a la gran pantalla, y Tate Taylor, conocido por la oscarizada Criadas y señoras, es el encargado de dirigirla.
Emily Blunt es la actriz que da vida a Rachel, una mujer destrozada por su divorcio y que ahoga sus penas en el alcohol mientras viaja todos los días a Nueva York. Al mismo tiempo que se deja arrastrar por su monotonía, se entretiene fantaseando en la vida de una atractiva pareja que vive cerca de donde se detiene su tren. Su obsesión llega al extremo de verse envuelta en un caso de desaparición en el que empieza a dudar hasta de ella misma.
La Chica del Tren es un thriller pausado que, al igual que ocurría en la novela, juega con los distintos puntos de vista de su trío femenino de protagonistas. Taylor nos lleva por el pasado, presente y futuro de sus personajes a través de flashbacks que no funcionan tan bien como ocurría entre las páginas de Paula Hawkins, donde los cambios de tiempo enriquecían el relato, algo que en la gran pantalla resulta banal y ralentiza el ya carente ritmo que tiene la película.
Pese a su intento por construir el suspense a base de estos saltos temporales y puntos de vista, sus pequeños giros de guión no son suficiente para conducirnos medianamente a un clímax, el cual se ve enmascarado por una alta carga de violencia que se recrea hasta rozar lo vulgar.
La Chica del tren es una adaptación bastante fiel a su correspondiente novela, pero en algún lugar se ha dejado lo verdaderamente atractivo de la historia de Hawkins, que era la psicología de sus personajes al borde la locura, y se ha centrado en los matices más folletinescos de ella.
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