Auguste Rodin, en mi lista de malos escultores
Siendo todavía un niño me pasaba horas sumergido en la biblioteca de mis padres entre láminas de dibujantes, pintores y escultores. Empecé a sentir afinidad por las técnicas y los lenguajes que sentía de todo mi gusto, y con ingenuidad y desconocimiento me atreví incluso a descalificar a artistas que según esos libros eran importantísimos; pero para mí, a simple vista, eran malos y ya.
La ignorancia es atrevida
Me interesé principalmente por la figura humana, la anatomía y los artistas ceñidos al manual de lo correcto. Me costaba mucho trabajo aceptar como buenas aquellas expresiones o lenguajes que rompían, descomponían y, bajo mi criterio, desfiguraban la realidad.
La ignorancia es atrevida -dice la expresión- y reconozco que después de conocer mejor la historia de esos “malos” artistas muchos de ellos dejaron de estar en esa lista.
En el colegio Refous conté con la suerte de tener la mejor profesora de historia del arte que he tenido hasta el momento. María Luisa Carrasco de Uriza contaba La Historia de una forma que me hacía vivir intensamente cada crónica. Sus clases no eran una retahíla de fechas sin sentido ni de nombres extraños que debían aprenderse para el siguiente examen. Su entusiasmo era contagioso y yo me sentía viendo una película increíblemente mágica. Las descripciones eran tan claras y vividas que, mientras ella hablaba de algún templo, monumento o cualquier otra obra de arte, yo, en vez de tomar apuntes escritos, las dibujaba.
Aprendí a disfrutar y entender la importancia de la historia. Reconocí el valor que puede tener un artista no solamente por las obras famosas que conocemos, sino por su trayectoria, sus motivaciones, su cultura y el contexto personal e histórico en que las hizo. Entendí perfectamente que si la obra de una artista no me gustaba, no necesariamente significaba que fuera mala.
Hoy puedo admirar trabajos que, aunque sin ser de todo mi gusto, me permiten encontrar un concepto ingenioso, percibir las destrezas técnicas del autor o reconocer la pertinencia de la obra.
Auguste Rodin, en mi lista de malos escultores
Sí, les confieso que en esa lista de los “malos” estuvo Auguste Rodin, simplemente porque de niño lo que vi no me gustó. Unas esculturas burdas, inacabadas y con proporciones extrañas.
María Luisa, con su forma de enseñar, me motivó a dar otra oportunidad a esos artistas y a su trabajo. Las primeras impresiones no siempre son acertadas y es muy fácil emitir conceptos equivocados por una percepción superficial y sin fundamento.
Eso me pasó con Auguste Rodin, pero afortunadamente me arriesgue a ver otra vez su trabajo y a conocer su historia un poco más. Me encontré con un hombre apasionado y estudioso de la anatomía, tan capaz de hacer esculturas “perfectas” que en una ocasión fue acusado de sacar los moldes de su escultura (La edad de bronce) directamente del modelo vivo. Un juicio precipitado que le podría haber costado su carrera como escultor, pero que al mismo tiempo, y esta fue mi percepción, reflejó la increíble calidad y perfección de su trabajo.
Con esta anécdota me congracié con Rodin. Me tomé el tiempo para entender mejor por qué un escultor con la habilidad técnica y conocimientos de anatomía para hacer una obra “digna” de semejante juicio decidía dedicarse a hacer esculturas en las que parecía opacarse su destreza.
Las manos que hablan
Entendí que Rodin no quería limitarse a copiar con perfección absoluta la figura humana. Él quería lograr más y la precisión física no era suficiente. Las emociones y sentimientos se tenían que reflejar y transmitir. Sus personajes debían no solo verse, sino sentirse vivos.
Entendí que la desproporción en sus obras no era resultado de la incapacidad, sino que era un recurso expresivo. Sus conocimientos de anatomía le permitieron exaltar posturas para enfatizar y dar mayor fuerza a sus obras y me percaté de que la apariencia tosca e inacabada de sus formas era como la pincelada del pintor. Es el gesto, es su lenguaje y es su firma.
Las manos en sus esculturas hablan, están cargadas de emoción y de sentimiento. En sus figuras hay una atmósfera sugerida que cuenta una historia que trasciende lo figurativo.
Con Auguste Rodin aprendí que el modelo es apenas una referencia, un pretexto. Su trabajo me motivó a querer ser yo mismo quien definiera el rumbo de mis dibujos sin ser esclavo de la “realidad” del modelo. Entendí que aprender trasciende la técnica y que con una fundamentación seria y juiciosa yo también podría hacer hablar a mis dibujos.
Auguste Rodin ahora está en mi lista de favoritos
¿Qué hubiera pasado de no haber tenido la oportunidad de aprender a ver, de apreciar y de valorar el arte desde otra perspectiva? Me hubiera perdido la experiencia maravillosa de disfrutar y admirar a un escultor como Rodin. Además, artistas como Pablo Picasso, El Greco, Schiele, Klimt y otros más se hubieran quedado en mi lista de los malos y nunca hubiera tenido la oportunidad de aprender lo que cada uno de ellos, con su vida e historia, tenían para enseñarme.
¡Gracias, María Luisa!
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