Norman Bates.

El placer de lo malo

En el cine hay algo que siempre me ha llamado la atención y es lo mucho que me gustan los personajes que hacen cosas malas: robar, corromper, engañar o incluso matar están dentro de mis favoritas. Lo cierto es que no intento con esto confesar una tara, sino todo lo contrario; mi propósito es demostrar lo bien que sienta darte una vuelta por el lado salvaje de la vida.

Acéptalo, lector; es imposible que no te haya recorrido nunca un pequeño escalofrío de placer cuando Lestat, en Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994), seduce a las dos chicas del hotel. En el fondo sabes que tú también quieres, como yo, porque todos tenemos un lado malo que nos impulsa a sonreír en situaciones así.

 

Lestat.

Fotograma de la película Entrevista con el Vampiro (1994)

 

Por eso me gusta que el cine se aproveche de ello y además con una maestría asombrosa. Es la fascinación que sentimos por los malos de las películas, por los villanos, por las madrastras, por todos aquellos personajes que, de hecho, tienen muchas razones para actuar como lo hacen. Si al salir del cine nos damos cuenta de que comprendemos todas esas razones, entonces experimentamos una sensación extraña, como de estar equivocados, pero lo que realmente deberíamos hacer es subirnos a la moto y disfrutar del paseo que ese tipo tan malo nos acaba de prometer. Y no mirar atrás en ningún momento.

Tan solo tendríamos que pensar en la familia más famosa del cine, los Corleone, para poder entender lo que quiero decir. Son mafiosos, tramposos, corruptos y su colección de cadáveres en el armario aumenta conforme se suceden las generaciones, pero tú siempre estás de su parte. Es increíble la capacidad que tenemos los espectadores de perdonar ciertos comportamientos imperdonables, pero eso sucede solo por una razón, y es que los Corleone se dejan llevar por las pasiones y los instintos más básicos de los seres humanos. Su núcleo familiar es tan imperfecto que, si quitamos las ofertas que uno no podrá rechazar jamás, podría ser perfectamente el tuyo.

 

El hombre de negocios.

Al Pacino como Michael Corleone en El Padrino. Parte II (1974).

 

He estado mucho tiempo intentando comprender el porqué de este sentimiento y mi conclusión ha sido muy sencilla: nos gustan porque transgreden las normas. Parémonos un segundo a pensar y enseguida nos daremos cuenta de cómo nuestra vida está sujeta a constantes restricciones sociales que lo único que hacen es reducir nuestra originalidad. No estoy intentando con esto defender lo criminal, todo tiene un límite, pero sí me gustaría reivindicar la capacidad de enloquecer. Creo que el cine, y el arte en general, se reserva esos personajes para volcar todas nuestras frustraciones y darles una completa libertad, de ahí nuestra extraña lealtad hacia ellos. Resulta realmente placentero imaginar que eres el villano porque eso te permite estar loco y estar loco te vuelve siempre más interesante. Te convierte en un genio, en un trastornado, en una belleza o en la única belleza, en vampiro, en hombre lobo, en sapo, en guerrero e incluso te permite redimirte. Siempre he adorado que los personajes malos se arrepientan de haber sido malos pero solo porque para eso primero hay que pecar; además, lo admito, resulta mucho más humano. La culpa parece corroer constantemente a aquellos que son malvados, pero eso es lo normal. Es lo que de verdad me interesa como espectadora, pues yo he sentido muchas más veces la culpa que la virtud, una virtud purificada y legitimada por una causa noble. Es realmente desagradable. Así, la locura genera libertad y si existe un sentimiento placentero es el de poder actuar con completa libertad. Provocar caos en un mundo que lo tiene todo atado y bien atado, sencillamente, sienta genial.

 

Decir con la mirada

Angelina Jolie como la madrastra más famosa de Disney en la producción Maléfica (2014)

 

Por eso te digo, lector, que, ante todo, no pasa nada por hacer cosas malas, al revés. Ha llegado la hora de que te reveles y te vuelvas un poco loco, que aceptes tu parte salvaje como la mejor, que te enfurezcas, que sueltes aire, fuego y agua por la boca y los destroces a todos. Que sangres y hagas sangrar, que todos deseen que mueras y que lleves la corona del malvado con orgullo, aunque solo tú sepas el porqué. Y cuando te vayan a matar al final de la película, redímete, pero recuerda que debes hacerlo siempre con una sonrisa, con una sonrisa que diga “sí, pero volvería hacerlo”.

 

Un payaso muy malo.

Fotograma de Batman. El caballero oscuro (2008)

 

Mamen García García
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