La Alhambra, fuente de inspiración

La Alhambra de Granada, con su sutil belleza, su armonía, su color y su mágica luz, atrapa a cualquiera que la visite. Para los artistas ha sido fuente de inspiración tanto pictórica como literaria y poética. El monumento había caído en el olvido después de la visita de Carlos V tras su boda, pero en el XIX los viajeros románticos empezaron a llegar a la ciudad buscando lo exótico y lo oriental sin necesidad de salir de Europa. Poetas y pintores visitaron Andalucía y, sobre todo, Granada. Uno de los más célebres fue Washington Irving. Vivió tres meses en la Alhambra y escribió su obra más famosa “Cuentos de la Alhambra” (1833), en la que recoge algunas leyendas y tradiciones locales que le contaron los granadinos durante su estancia. Esta obra literaria es la responsable de que cada año miles de turistas americanos visiten la Alhambra.

Otros visitantes célebres que recorrieron España en el XIX y que, por supuesto, estuvieron en la Alhambra son John Frederick Lewis, que retrató numerosas veces el palacio nazarí, Alejandro Dumas, que hizo un viaje por Andalucía, y David Roberts, del que conservamos varios grabados de la Alhambra. Los viajeros y exploradores del XIX recogían sus impresiones sobre sus visiones de Andalucía en dibujos, grabados y diarios, pero el que inició la pintura de temática oriental fue Jean-Auguste-Dominique Ingres. Con sus harenes y odaliscas abrió la puerta a que otros pintores románticos buscasen inspiración en lo exótico. En esta corriente destaca Eugène Delacroix, que estuvo 15 días en Sevilla, Córdoba y Granada. La luz, el color y el espíritu aún visible de la presencia musulmana en los monumentos que allí vio le causaron un gran impacto presente y visible en muchas de sus obras. El pintor español Mariano Fortuny también estuvo en Granada; allí pidió permiso para retratar algunas estancias de la Alhambra en las que colocó escenas históricas como “La matanza de los Abencerrajes” y otras de la vida cotidiana.

 

Mariano Fortuny, "La Matanza de los Abencerrajes", 1870.

Mariano Fortuny, “La Matanza de los Abencerrajes”, 1870.

 

A finales del siglo XIX y principios del XX, más que lo exótico y la temática oriental, lo que interesaba a los pintores era el aspecto cambiante de la Alhambra. La luz, a lo largo del día y del año, cambia por completo el espacio, y los diferentes ángulos de los rayos solares crean juegos cambiantes de colores y volúmenes. Esto es lo que quisieron captar pintores como Joaquín Sorolla o Santiago Rusiñol. El primero fue en varias ocasiones en épocas y horas diferentes precisamente para hallar el efecto de luz más bello. John Singer Sargent hizo varios estudios de la arquitectura del conjunto, retrató a la perfección la armonía de sus formas y la riqueza de sus decoraciones.

 

John Singer Sargent, "La Alhambra. Patio de los leones", 1895.

John Singer Sargent, “La Alhambra. Patio de los leones”, 1895.

 

El pintor francés Henri Matisse estaba fascinado, como sus colegas del XIX, con el mundo oriental, hecho que se acentuó tras la visita de tres días que realizó a la Alhambra. Estuvo también en Sevilla y el norte de África, quería empaparse del exotismo de la cultura y el arte de esos lugares, en los que adquirió numerosas telas y cerámicas para su importante colección. Sus viajes le inspiraron en cada una de las pinturas que hizo de odaliscas.

 

Henri Matisse, "Odalisca con pantalón rojo", 1921.

Henri Matisse, “Odalisca con pantalón rojo”, 1921.

 

A cualquiera que haya estado en la Alhambra no habría que explicarle por qué todos estos artistas han sentido la necesidad de expresar lo que sentían al visitar el monumento. Los ricos materiales como el mármol de los suelos y las columnas, las complejas construcciones geométricas de las yeserías y las techumbres de madera, el abigarramiento de las decoraciones y la armonía de formas en espacios pensados a una escala humana, no les dejaron indiferentes. La Alhambra fue construida para el deleite, para ser el paraíso en la Tierra. Es una arquitectura para los sentidos, pues nos deleita con sus olores, sus sabores, sus sonidos y sus magníficas vistas. Los jardines están plagados de plantas aromáticas, flores olorosas y árboles frutales. El agua se introduce en la arquitectura para proporcionar un agradable frescor, corre en las sutiles fuentes y regueros deleitando nuestro oído, y en las albercas descansa creando espejos que transforman y reflejan la arquitectura.

 

Lucía Ramos Martín
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