La baronesa Elsa, dadaísmo en femenino

Hace unos días, en una de mis visitas al Museo Nacional de Bellas Artes, al ver tantos nombres en masculino al lado de cada obra, me preguntaba qué había pasado con las artistas, porque, claro, ellas no solo fueron musas. Está de más decir que, lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que el hombre es el peso más pesado en comparación al género opuesto. Y esto no es cosa de la actualidad. En mi pregunta sobre las artistas comencé a buscar bibliografía de precursoras y una de ellas llamó mi atención. Estoy hablando de Elsa von Freytag-Loringhoven, más conocida como la baronesa Elsa.

La baronesa dadaísta nació un 12 de julio de 1874, en Swinemünde, ciudad que por aquel entonces pertenecía a Alemania. Desde muy pequeña fue determinada en sus pasos y polémica si hacemos una retrospectiva. A los dieciocho años, luego de la muerte de su madre y poniendo fin a la relación con un padre maltratador, se escapó hacia Berlín y comenzó a trabajar en un cabaret. Es allí donde contrae sífilis, al mismo tiempo que comienza a ser modelo para artistas y estatua griega, además de frecuentar teatros. Ella era feliz con su vida de bohemia, a pesar de contraer enfermedades e infecciones sexuales. Ejercía la prostitución de un modo tan libre como su espíritu. Ya en su segunda década, a los 22 años para ser más exacto, había leído a San Agustín, a Novalis y a Goethe.

 

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Elsa von Freytag, la baronesa dadá

 

Más allá de tener el espíritu libre como un león, en 1901 se casó –tras estudiar arte en Dachau– con el arquitecto August Endell. El mismo Endell es quien la inicia en la pintura y ella lo inspira para iniciarse en la literatura erótica. A los 30 años se divorcia de él para casarse con el escritor Félix Paul Greve. En 1913, ambos tomaron rumbos diferentes cuando Greve se marchó. Entonces Elsa viajó a New York, ciudad en donde años después la arrestarían más de una vez por sus controvertidas acciones artísticas. En 1913 se casó con el barón Leopold von Freytag-Loringhoven, último marido que convivió con ella en los Estados Unidos por un tiempo. Para ese entonces, Elsa era la única artista entregadísima al movimiento dadaísta y no faltó mucho para que se separara de Leopold.

 

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Elsa von Freytag, la baronesa dadá

 

En New York comenzó a dedicarse completamente al arte y a llevarlo como filosofía de vida. Ya instaurada allí, Elsa trabajó como modelo para artistas como Louis Bouché, George Biddle y George Grantham. Así conoció a Djuna Barnes, Man Ray y Marcel Duchamp. En 1918 empezó a publicar poemas, a veces acompañados de ilustraciones, en The Little Review, revista que en la época presentó a la baronesa como “la única persona viviente en el mundo que se viste Dadá, ama Dadá y vive Dadá”. Para ese tiempo, Elsa materializaba sus ideas a través de las performances callejeras y de sus diseños de vestuario llevados a cabo con objetos encontrados e incluso robados. También realizaba esculturas con elementos de ensamblaje y fue pionera en la poesía fonética, creando poemas en verso libre y composiciones tales como “Kissambushed” y “Phalluspistol”, unos poemas en miniatura. La mayoría de ellos eran inéditos hasta que se publicó en 2011 el libro Body Sweats: The Uncensored Writings of Elsa von Freytag-Loringhoven, considerado, según el diario The New York Times, como uno de los libros de arte más notables del año.

 

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Elsa von Freytag, la baronesa dadá

 

En 1923, Elsa von Freytag-Loringhoven volvió a Berlín, pero se encontró con una ciudad devastada después de la Primera Guerra Mundial. Aun así, se quedó allí, sin un centavo y en un estado de salud al borde de la locura. Su última acción transgresora fue prender el gas estando ella dentro de su departamento de París, el 14 de diciembre de 1927. Murió sola, sin reconocimientos, sin dejar notas, sin últimas voluntades, silenciosamente. Estuvo muy adelantada a su tiempo, era libertad y vanguardia puras. Si hoy no es muy común ver a una artista con un vestido de carne, imaginen a una del siglo XX rapando su cabeza para pintarla con laca roja, o rapando su vello púbico para crear una pieza audiovisual junto a exponentes como Man Ray o Duchamp. Tal vez, con el paso del tiempo y en una sociedad donde el poder femenino se escuche, la baronesa sea vista algún día con los ojos que se merece.

Marcelo Gabriel Escalada
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