El arte de escribir sin ambiciones
Me siento frente al pc y dejo mi tablet donde estaba leyendo un cuento de Samanta Schweblin. Tomo un sorbo de mi café con leche y comienzo a redactar para The Lighting Mind. En mis oídos se escucha la voz de la mezzosoprano dramática Florence Welch. En una red social ya había comentado que uno de mis placeres terrenales es la combinación de un buen café, buena música y letras.
Hace unos días atrás un conocido me había comentado que escribe esporádicamente; fue ahí cuando me mandó por e-mail uno de sus cuentos. Me gustó mucho. Le dije que debía publicarlo. ¿Publicarlo?, me preguntó. A mi respuesta acotó que lo hiciera con mi nombre o con el suyo, dándome a entender que le daba igual.
Escribir sin ambiciones te hace tener otra perspectiva de la escritura. No se está pensando en si el texto va a ser leído por una cierta cantidad de personas o no; tampoco se piensa si la obra puede significar cambios en un lector. Se escribe por libertad, por método catártico y hasta para hacer bello e interesante un texto, estilísticamente hablando.
Creo que es una misión de los distintos agentes culturales hacer visible el arte que se encuentra escondido. Ser pragmáticos y no crear utopías sería el ideal máximo al que se puede llegar en la cultura. La robótica está superando los limites naturales del hombre, y pienso que en esa circunstancia de lucha están emergiendo cada vez más artistas y escritores, para poder superar algo que es inferior al espíritu humano. Claro está, y es el punto de esta nota, que hay personas que no quieren abordar esa temática por distintas cuestiones, como se dijo en el párrafo anterior. Cuando uno crea un signo o una obra y lo hace solo para su individualidad creo que no puede llamarse artista, el arte y el ser escritor o artista son una construcción social. Para ello, la obra debe circular por la esfera de la vida humana y así pasar a convertirse en elemento de distintos análisis como el semiótico. Por eso, el curador de arte, el galerista, el docente o mismo un redactor deben ser el puente entre ese artífice y la audiencia, para que el mensaje de una obra pase al ámbito social. Con un claro ejemplo, y con esto cierro este análisis, debo citar a La Bienal que se está dando este año en la Argentina. La Bienal es un espacio en que distintas disciplinas convergen de la mano de artistas emergentes, y no es casualidad que la esté citando siendo que este año la literatura tendrá su espacio en este marco que tendrá lugar en el Centro Cultural Recoleta. Las instituciones le están dando importancia a los nuevos creadores, al menos en Latinoamérica. Sin más, les dejo con este cuento de Alejandro Quintana que tranquilamente se puede encasillar dentro del realismo mágico.
Otra vez sorprendido (este mismo demonio es hijo de Dios, o Dios es hijo de demonio)
Una vez más te haces presente. Esa presencia oscura y tenebrosa que causa escalofríos, genera congelamientos en extremidades y un gran calor en mi interior. Petrificado en este mismo lugar, intento voltear solo mis ojos para ubicar un escape sigiloso. Y sin embargo, esos ojos rojizos con grandes venas amarillentas llenan mi visión. Siento un aire frío acercándose a mi rostro, ese aire frío que se vuelve congelante con cada paso que das. Si fueses un animal de sangre caliente, doy por hecho mi muerte en tus colmillos en segundos, aunque prefieras hacerlo lentamente. Un segundo más y criticarás mi ser. Desconocidos critican mis actos, algunos el actuar y otros el no actuar. Aunque vuelva a existir, una y mil veces en mi interior, la luz es artificial. Sin saber el camino correcto para mi escape, tomo coraje, respiro profundamente sin pensar en el olor putrefacto del aliento y lanzo mis piernas a gran velocidad. Inesperadamente, siento un alivio. Resultando ser la sensación de desesperación por no saber dónde continuar. Debo seguir corriendo, no quiero ser capturado, ese espectro se acerca, se siente a milímetros de mí. Aunque juraría que ya se encuentra abrazándome, aún está lejos. No tan lejos para tomarme un té. A veces la mejor excusa en distintas situaciones es cliché, repetida, sin sentido, careciente de responsabilidad y deliberadamente libre. “No tenía opción” refleja en un espejo de hipocresía. Lamentablemente si te alivia, no queda mucho de vos para progresar. Siempre hay otra opción. Es este sendero o el bosque. La tercera sería enfrentar a la criatura. Haciéndolo las opciones son ser victorioso o perdedor. Ya es muy tarde para decidir, ya lo tengo detrás de mí. Con miedo, logro voltear y ya no veía solamente los ojos rojos, tenía cuerpo y grandes garras de color grisáceas, se veían firmes y filosas. Pensando en su aspecto me traían retorcijones en el estómago, lágrimas en mis ojos, sudor en mi frente y temblor en mis piernas. Temo por mi vida, temo no poder vencer el demonio, temo poder asesinarlo, solo intenta atrapar su cena, como el león a la cebra, como el perro al gato, como la araña a la mosca. Ya resignado de ser su cena, ya arrodillado sobre la tierra roja, sobre hojas de color a muerte, ya preparado para ser devorado de un solo bocado, me acosté en el suelo; que sean dos bocados. Si abro las piernas y los brazos, serán más bocados. Esa es la otra opción. Otra vez sorprendido, espero y espero hasta sentir su aliento congelante en mi nuca. Al sentir sus brazos aproximándose a mi diminuto cuerpo, giro dos veces a toda velocidad, pateo su cuerpo y él, como pronombre de un ser y no una criatura, tambalea y se desploma en su mismo suelo. “Es mi oportunidad de exterminarlo”, me repito unas tres veces, pero no parecía correcto hacerlo. Gracias a esta criatura aprendí a cambiar mi suerte. En definitiva, este mismo demonio es hijo de Dios, o Dios es el hijo de este demonio. Fuera como fuese no podría eliminar a una bestia que solo intenta sobrevivir a las atrocidades de estar vivo, tal como lo hago yo. Y el mundo. La bestia por ser bestia no es una bestia real, bestia es peor aún aquel que intenta ocultar su verdadera persona causando una falsa impresión, bestia es todo aquel que actúa con violencia y agresividad con el objetivo de destruir. La criatura y yo nos hemos comportado de la misma manera, yo seré tan bestia como él si provoco su muerte. “Que me importa” digo y le arranqué el corazón. La bestia es bestia siempre, el hombre, en cambio, elige destruirlo para sentirse más humano y menos bestia, justificándose ante su Dios su buen accionar en su nombre, sin darse cuenta que se ha convertido en el asesino.
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