¿Arte estético o arte transformador?
Actualmente nos encontramos insertos en una sociedad donde la desigualdad se encuentra en todos los aspectos de la vida cotidiana; aspectos políticos, económicos, religiosos y muchos más. El efecto de la globalización no afecta solo a la clase baja; las guerras por parcelas de tierra, por ejemplo, hacen que más de dos países se vean afectados; los derechos humanos están siendo cada vez más violados. Podría citar varios ejemplos más para dar veracidad a lo que mencioné en líneas anteriores, pero, a decir verdad, solo hace falta salir un poco de nuestro círculo para dar razón de ello. Y no alcanza solo con informarnos por parte de los medios, ya que ellos —en su mayoría— funcionan como fuente de manipulación. Lo que hace falta es tener una visión más amplia y los oídos bien abiertos para escuchar a quienes están gritando para dar cuenta de lo que nos está pasando, porque, claro, lo social no incumbe solo a unos pocos.
De acuerdo con los razonamientos que se han venido realizando, es pertinente hablar del rol del arte en esta época. Son cada vez más los agentes culturales que, imperiosamente, se expresan para dar cuenta de una realidad. Las revistas de arte y de cultura general comienzan a florecer cada día más. Los artistas rompen constantemente los cánones para innovar y llamar la atención de la audiencia y así seguir la rueda de la comunicación. Y tanto como los directores institucionales, los curadores, los críticos y los historiadores del arte se ven más comprometidos para hacer saber que lo artístico no debe tomar solo el camino del goce estético, sino que debe ser un reflejo de la realidad. A modo de ejemplo citaré una muestra que visité hace unos días.
Mis ojos estaban frente a una estatuaria titulada “La Culpa”, situada en una de las salas del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). Esa pieza artística era la antesala de la muestra “Réquiem” del artista colombiano Carlos Motta. Luego, una especie de laberinto ambientado de color rojo (el color de la liturgia y de la sangre) y luces oscuras me fue llevando a una vídeo instalación dividida en tres piezas. En cada pieza había un personaje diferente; primero, una performance protagonizada por un cantante, que tranquilamente podría ser rotulado como drag queen, cantando los versos de “Libera Me” constantemente en la canción; segundo, una teóloga feminista haciendo una relectura de las ideas de Marcella Althaus-Reid; y tercero, Motta atado para luego ser levantado boca abajo en forma de cruz en una capilla. El artista, en su discurso, habla sobre las sexualidades disidentes y la opresión de la iglesia católica en ellas. Motta sigue la línea de lo social en todos sus trabajos, anteriormente trabajó la relación de los ciudadanos con la democracia, y de allí se desprendieron otros metalenguajes. La muestra, curada por el español Agustín Pérez Rubio, fue acompañada de un simposio titulado “La internacional cuir: la indecencia y el futuro de la teología” y se puede visitar hasta el 19 de febrero.
El arte contemporáneo se ve obligado a elegir uno de dos rumbos: ser goce estético —en tanto que objeto artístico— o ser un reflejo de la realidad. Como creador y consumidor de cultura puedo decir que son cada vez más las voces que quieren ser escuchadas para dar un mensaje y responder a la pregunta de qué papel debe cumplir el arte en la actualidad. La respuesta implícita se viene haciendo hace rato, no olvidemos a los impresionistas, a los neovanguardistas y a artistas pop como Keith Haring. Es importante repensar qué queremos para nosotros y para las generaciones futuras, si un arte solamente estético o un arte transformador.
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