La gloria del cine indie

Es posible que en muchas ocasiones no llegue al gran público, que quizá algunas de sus películas no sean aptas para todos los paladares, pero, sin duda, el cine independiente –principalmente el estadounidense– ha ofrecido algunas joyas que se han ganado a parte del público y a la totalidad de la crítica, arrasando en festivales y posicionándose, en cuanto a calidad narrativa, por encima de muchas obras que contaban con un presupuesto y un reparto infinitamente superiores. Es en estas películas donde, muchas veces, podemos deleitarnos con la magia del cine en su mayor grado, y en este artículo haremos un breve repaso a algunas de estas joyas indie ante cuya concepción damos una y mil veces gracias.

Me gustaría comenzar por una cinta de la que se habló mucho en su momento y que hoy en día sigue en boca de muchos, por la película en sí y por el propio director. El danés Nicolas Winding Refn nos sorprendió a todos en 2011 cuando cogió una novela negra de James Sallis, que hasta el momento había pasado bastante desapercibida, y la convirtió en la impresionante Drive que todos conocemos. Una película que contó con 16 millones de dólares de presupuesto, una cifra quizá desproporcionada para otros países pero que en Estados Unidos, comparada con la de 100-200 millones que fácilmente puede suponer la realización de un blockbuster, es ínfima. Y de ahí salió la que ya es considerada una película de culto. Una historia sencilla que se convierte en un deleite para los sentidos por el cuidado extremo que tuvo su elaboración. Música, estilo, ritmo, violencia, oscuridad, personajes enigmáticos e indescifrables encarnados por un reparto de lujo –un Ryan Gosling que relanzó su carrera y demostró a todos que no solo era apto para los dramas románticos y una Carey Mulligan que se daba a conocer y a la que posteriormente le lloverían los papeles y unos secundarios de calidad intachable–, y el resultado fue una obra maestra, un producto de una calidad que rara vez veremos en una producción de elevado presupuesto, a no ser que pertenezca a los directores más encumbrados del negocio. La cinta de Winding Refn, en este caso, no tuvo nada que envidiar a las de personalidades de la talla de Scorsese, Cameron, Tarantino o Nolan, por citar algunos de ellos.

 

Fotograma de Drive 2011 de Nicolas Winding Refn

Fotograma de Drive (2011), de Nicolas Winding Refn

 

Ese mismo año nos llegaba desde Reino Unido una obra insólita, de ritmo pausado, de personajes tan humanos como nosotros mismos, que nos ofrecería unas imágenes y nos haría sentir de una manera que difícilmente podríamos olvidar. La ópera prima de Paddy Considine, Tyrannosaur, que llegó a España bajo el título de Redención. Quizá esta no sea tan conocida, pero es igualmente una joya. En ella, Joseph, un viudo alcohólico, violento y autodestructivo, encuentra una esperanza de redención para su vida cuando conoce a Hannah, una mujer religiosa y enormemente distinta a él, tras un altercado. Una historia que nos hace viajar hasta lo más recóndito del ser humano y nos llega al alma, y en la que descubrimos unas interpretaciones por parte de Peter Mullan y Olivia Colman que nos llenan de júbilo. La cinta cautivó, y no es para menos, a toda la crítica internacional y arrasó en Sundance, llevándose el premio a Mejor Director y el Premio Especial del Jurado, y otros festivales.

 

Fotograma de Redención 2011, de Paddy Considine

Fotograma de Redención (2011), de Paddy Considine

 

2011 fue un gran año, no hay duda, pues el ya conocido Jeff Nichols presentaba su Take Shelter, un drama psicológico que introducía elementos sobrenaturales y en el que veíamos a un Michael Shannon brillando en pantalla. Curtis LaForche, su personaje, cae presa de su propia paranoia y obsesión: la llegada de una terrible tormenta, una como nunca antes se ha visto, y estará dispuesto a invertir todos los ahorros de su familia, llegando incluso a la ruina, con tal de construir un refugio para cuando llegue lo inevitable, enfrentándose a amigos, a su esposa y a cualquiera que ose interponerse en su camino. Todo por salvar a su familia del desastre, siendo él el único que presiente la llegada del fenómeno. Una gran película que ya nos advirtió de la calidad de este director que al año siguiente, en 2012, volvió a deleitarnos con Mud, otra cinta independiente que suponía el arranque hacia la gloria de Matthew McConaughey, que nos dejaba entrever que iba a ser uno de los actores del momento, pues aquí, desprovisto del atractivo físico que hasta entonces le había supuesto el “éxito” cinematográfico, se presenta para ofrecernos un personaje humano y complejo al que interpretaría de forma magistral. Un papel que nos preparó para lo que vendría después con True Detective y Dallas Buyers Club. Otra joya que nadie debería dejar de ver.

 

Fotograma de Take Shelter 2011, de Jeff Nichols

Fotograma de Take Shelter (2011), de Jeff Nichols

 

Si indagamos un poco en lo más desconocido quizá nos topemos con cintas del calibre de Blue Ruin, que pasó desapercibida pero cuyo visionado no deja indiferente, sino que su impacto logra también permanecer en la retina del espectador. El director Jeremy Saulnier nos brinda una historia de venganza, en este caso, un thriller del Neo–noir que nos habla de un hombre sin nada que dedica el resto de sus días a saldar cuentas. Una de esas películas que sorprenden por su desarrollo, por ofrecernos a actores anónimos en papeles que recordaremos, y por darnos unas pequeñas dosis de violencia de un realismo que nos helará la sangre. Cuidadosamente elaborada, impactante y con un desenlace que nos obligará a seguir pensando en el visionado tiempo después de que los créditos hayan concluido.

 

Fotograma de Blue Ruin 2013, de Jeremy Saulnier

Fotograma de Blue Ruin (2013), de Jeremy Saulnier

 

Virando hacia la ciencia ficción –género que muchas obras independientes, por el cuidado que sus realizadores les dedican, suelen ofrecer una profundidad y una reflexión superiores a las películas de gran presupuesto, obligados a centrarse en la trama dejando de lado la espectacularidad– encontramos Orígenes, de Mike Cahill, quien ya sorprendió previamente con Otra Tierra. En esta ocasión plantea unas dudas igualmente interesantes, más filosóficas si cabe, que nos harán replantearnos multitud de cuestiones vitales. Temas como la trascendencia y la conexión entre la vida y la muerte cobran aquí especial significado, y el final, sin duda, nos dejará con los pelos de punta, como poco. Magnífica obra que no logró la aprobación de la totalidad de la crítica, pero que maravillará a más de uno si le da una oportunidad.

 

Fotograma de Orígenes 2014, de Mike Cahill

Fotograma de Orígenes (2014), de Mike Cahill

 

Acercándonos más al presente, repasamos una película que sí conocerá la gran mayoría: La Bruja, ópera prima del realizador Robert Eggers, que nos ha dejado bien claro que ha entrado en el panorama cinematográfico americano para quedarse y, posiblemente, para ganarse un hueco de honor entre los grandes. Poquísimas veces presenciamos la llegada de una primera película de una calidad tan intachable como esta, y además en un género tan trillado y explotado –¿cuál no lo está ya hoy en día?– como el terror. Nada de espectacularidad barata, nada de sustos fáciles, no. A Eggers le va más la psicología, las piezas diminutas que poco a poco van conformando un ritmo y una atmósfera que acaban volviéndose irrespirables para el espectador, anclándolo a la butaca para, jugando constantemente con su mente y con unos elementos cinematográficos cuidados de manera casi obsesiva, hacerle sentir una tensión que lo mantendrá alerta desde el inicio hasta el final. Calificada ya como obra maestra, esta es una cinta de visionado obligatorio para todo aquel que se considere mínimamente cinéfilo.

 

Fotograma de La Bruja 2015, de Robert Eggers

Fotograma de La Bruja (2015), de Robert Eggers

 

Quizá en España sea más complicado discernir una superproducción de una película independiente, y esta de una de autor, pues el presupuesto del que disponemos es infinitamente más ajustado. Sin ir más lejos, los 16 millones de Drive –presupuesto muy reducido, recordemos– en este país sería algo desproporcionado. Creo recordar que La Isla Mínima solo contó con unos tres o cuatro millones para ser concebida, algo que fácilmente los americanos pueden pulirse en un solo capítulo de Juego de Tronos o True Detective, pero, en este caso, logró hacer maravillas. Es el ejemplo perfecto de que cuando alguien cuida su producto e intenta contar una historia yendo más allá, ya sea en cuanto a sus personajes, al ritmo o a la fotografía, y se preocupa más por la obra que está llevando a cabo que por la recaudación que después conseguirá, en ocasiones logra parir una obra maestra con cuatro duros. La Isla Mínima, una película brutal, hipnótica y electrizante cuya campaña publicitaria fue muy inferior a la de, por ejemplo, El Niño, cuyo tráiler vimos en televisión hasta la saciedad, y que finalmente fue muy inferior a la que nos ocupa. Suerte que de vez en cuando, también en este país, hay cuatro personas que se olvidan del dinero y nos regalan una película de verdad, con mayúsculas.

 

Fotograma de La Isla Mínima 2014, de Alberto Rodríguez

Fotograma de La Isla Mínima (2014), de Alberto Rodríguez

 

Habrá muchísimas más películas independientes que merezcan especial atención, pero obviamente aquí no podemos repasarlas todas –buena señal, signo de cantidad además de calidad–, y todo espectador debería dejar de vez en cuando los blockbusters veraniegos, el cine de superhéroes que a todos puede entretenernos o, directamente, el cine basura que es más que apto para pasar una tarde sin pensar demasiado, para adentrarse en lo que al final, con bajo presupuesto, acaban siendo las auténticas películas, las dignas representantes del séptimo arte en todo su esplendor.

 

Salva Alberola
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