Los jardines colgantes de Babilonia
En Mesopotamia, cuna de la civilización, es donde se construyó el primer jardín conocido: los jardines colgantes de Babilonia. Las sucesivas guerras que han asolado la zona durante siglos y el carácter perecedero de la vegetación dejan a la arqueología poco espacio para su estudio. Gracias a las excavaciones sabemos que desde el segundo milenio a.C., en los patios de los palacios mesopotámicos se construyeron jardines con estanques y que los reyes disfrutaban de parques de caza con animales exóticos y autóctonos. Así que la mejor forma que tenemos de conocer los jardines colgantes es a través de los testimonios griegos, de los que poseemos abundante documentación. Destacan los textos de Diodoro de Sicilia, Estrabón y Filón de Bizancio. Este último dijo: “Crece allí todo lo que es más placentero a la vista y más grato de gozar”.
Filón fue uno de los primeros en fijar una lista con las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, lista que habían comenzado los griegos en el período helenístico y que incluía las obras humanas más sobresalientes construidas hasta entonces, como la Gran Pirámide de Giza, el Coloso de Rodas y, por supuesto, los jardines Colgantes de Babilonia. El pintor holandés Maarten van Heemskerck fue el que fijó en el siglo XVI la lista definitiva de las Siete Maravillas, de cada una de las cuales pintó una imaginaria reconstrucción.
Según las fuentes griegas, los jardines fueron construidos por el rey Nabucodonosor II en el siglo VI a.C. como regalo para su esposa Amiti. Esta era originaria de Media, una región situada en el actual Irán, que poseía unos paisajes muy diferentes a los de Babilonia, montañosos y con frondosos bosques. Otros documentos dicen que Nabucodonosor se limitó a ampliar lo que ya había construido la antigua (y casi legendaria) reina asiria Semíramis en el siglo XI a.C., la fundadora de la ciudad de Babilonia.
Los jardines colgantes se colocaron junto al palacio y se elevaban de forma espectacular sobre la llanura y el río Éufrates. Ocupaban un área aproximada de 1600 m2 y alcanzaban una altura de 90 m. Se accedía a los jardines colgantes por medio de rampas y su estructura estaba formada por varias terrazas escalonadas que conformaban lo que desde lejos parecía un pequeño bosque sobre una colina. Cada plataforma contaba con una galería o sala abovedada con columnas que sostenían el peso de los cultivos de la terraza superior. Dichas galerías estaban resguardadas del sol directo pero recibían luz suficiente para acoger estancias regias de todo tipo. Los profundos contenedores de tierra sustentados por columnas y perfectamente impermeabilizados permitían el cultivo de grandes árboles y plantas que asomaban y colgaban por los muros. Los jazmines, rosas y narcisos impregnaban el aire con sus maravillosos perfumes, y los árboles frutales proporcionaban un fresco alimento a los afortunados que podían pasar las horas en estos jardines.
Un eficaz sistema hidráulico transportaba el agua desde el río hasta unos estanques situados en la terraza superior desde donde se repartía el agua por todo el jardín, e incluso formaba pequeñas corrientes de agua y cascadas. El agua impregnaba las raíces hasta lo más profundo, mantenía la hierba siempre verde y proporcionaba una humedad ambiental que hacía que las tiernas hojas de los álamos, las acacias, los pinos y las palmeras se cubrieran de rocío.
Se trataba de un extraordinario escenario sensorial, un lugar en el que el hombre podía refugiarse del sol abrasador y del calor seco del desierto. Una de las recreaciones actuales más espectacular y bella es la que se hizo en la película Alejandro Magno, dirigida por Oliver Stone en 2004. En ella se muestra la entrada triunfal del emperador macedonio en la ciudad de Babilonia. Varias escenas presentan unos ricos y verdes jardines inspirados en los jardines colgantes de Nabucodonosor. Alejandro y sus generales debieron quedar asombrados por las maravillas que acababan de conocer, impactados por la exuberancia de esos frondosos jardines colocados en medio del desierto. Los jardines se fueron abandonando en los siglos sucesivos hasta que en el año 126 a.C. la ciudad fue destruida por los partos.
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