Sobre la Experiencia de la Arquitectura. La pelota en Santa Maria Maggiore

Muchas veces ocurre, cuando se intenta opinar sobre arquitectura, que parece necesario conocer previamente los tecnicismos de esta disciplina para apreciarla en su justa medida; tecnicismos ligados a un lenguaje visual específico que se presentan entonces como únicamente reservado a arquitectos. Esta situación normalmente supone un cierto distanciamiento de los no profesionales de la vivencia arquitectónica, como si no se sintieran autorizados a expresarse sobre ella y, en última instancia, a entender dicha vivencia como una cuestión académica, algo permanentemente ajeno del día a día. Pero, si lo pensamos bien, la arquitectura es una constante en nuestras vidas, algo mucho más común de lo que en un principio pudiera parecer; es algo que nos rodea, que está siempre ahí, empieza en nuestra propia vivienda, en el entorno inmediato que nos rodea. Actividad humana fundamental, la arquitectura parte de la necesidad básica de habitar un espacio, de manipular artificialmente un lugar para hacerlo más agradable, cómodo y a veces también (por qué no) más bello.

Estas ideas son en gran medida el punto de partida para la invitación que supone el libro de Steen Eiler Rasmussen, La experiencia de la arquitectura: sobre la percepción de nuestro entorno. Esta obra de 1959 es una invitación no solo a ver o a saber ver, como nos decía Bruno Zevi, sino a experimentar la arquitectura. A partir de la apreciación, sensual, vivencial, de los objetos que nos rodean a diario podemos apreciar también las grandes construcciones del pasado, ya que los materiales, formas, colores, sonidos, de una catedral gótica o un palacio renacentista pertenecen al mismo plano de realidad que los objetos con los que habitualmente vivimos. Con claro afán didáctico, Rasmussen nos introduce en los elementos que el arquitecto tiene (o debe de tener) en cuenta a la hora de diseñar una obra, y lo hace siempre en conexión con experiencias cercanas. A ser posible, siempre en conexión con la vida.

 

Niños Jugando a la pelota

Escalinata en Santa Maria Maggiore, Roma, 1952. Niños jugando a la pelota

 

Es interesante en este sentido cómo el autor parte de un momento en el que el ser humano evalúa su entorno de manera plenamente sensorial e intuitiva, las primeras experiencias que los niños tienen con los objetos, los juegos que se llevan a cabo con ellos para intentar comprenderlos. Siempre me gustó en este sentido cuando Rasmussen habla de la escalinata que en Roma salva el desnivel entre el ábside de Santa Maria Maggiore y la inferior Plaza del Esquilino. La trasera de la enorme basílica romana, que alberga la importante Cripta de la Natividad, queda así mediante la escalinata monumentalizada, al presentarse como alzada sobre un podium. Esto que acabamos de decir sería un análisis abstracto de la arquitectura. Lo que ocurre es que la arquitectura se encuentra inmersa en una trama urbana donde además hay personas. Rasmussen se detiene entonces a contemplar cómo unos niños establecen un juego con una pelota en el muro del ábside, prestando atención a que no caiga por la escalinata. La imagen monumental y solemne del espacio se reconvierte a través de un uso inesperado que del mismo hacen unos chavales. Los niños, en la plaza con su obelisco, las escalinatas, el ábside curvo de la basílica, vieron un mundo lleno de posibilidades al interactuar con ese espacio, en lugar de solo admirarlo desde una distancia abstracta como hacen los turistas. El recuerdo de cómo vivíamos los espacios cuando éramos niños, la recuperación de esas sensaciones, el dejar hablar a los objetos y los espacios en relación con nuestro cuerpo, se nos presenta como clave para apreciar las formas y mensajes arquitectónicos.

Con este acercamiento, es posible incluso recrear el proceso que llevó a un arquitecto a elegir ciertos materiales en detrimento de otros, a diseñar con formas preferentemente curvas en lugar de rectas, a trabajar más con vacíos que con llenos, etc., ya que la arquitectura, como creación humana, expresa también ideas y valores de las personas que la crearon. Y es que del mismo modo que el niño va adquiriendo y aplicando conceptos mediante el juego para así relacionarse mejor con el entorno (conceptos como blando opuesto a duro o tensión contra ligereza), el lector del libro va aprehendiendo a su vez conceptos que se suman con los anteriores de manera significativa a medida que avanza el libro. Al dedicársele a cada uno de los conceptos o elementos que Rasmussen entiende como constitutivos de la arquitectura un capítulo propio, para un total de diez, dichos elementos pueden estudiarse también de manera independiente. Siempre en conexión con la vida.

Los ejemplos de arquitectura de los que se vale Rasmussen para comentar estos conceptos y valores arquitectónicos son auténticos hitos de la edificación reconocidos por todo historiador de la arquitectura, si bien no oculta el autor su preferencia por maestros de Movimiento Moderno en su vertiente más organicista, como Frank Lloyd Wright o Le Corbusier, y por algunos grandes arquitectos escandinavos como Aalto o Gunnar Asplund. No obstante, el momento en que se popularizó este libro se corresponde con el reconocimiento internacional del diseño cálido y humanista de muebles e interiores llevado a cabo por artistas y arquitectos de países nórdicos como Dinamarca, de donde es originario el propio Rasmussen. Ese amor y atención por los objetos, por el mobiliario, por las curvas de una taza de té que expresa el autor a lo largo del libro, nos hablan de esa forma de entender la arquitectura de muchos maestros escandinavos de la época. Ese espíritu, en definitiva, impregna todo el libro.

Mediante ejemplos también de artes plásticas, como el fantástico capítulo que dedica a la luz natural, comparando interiores holandeses con escenas de Vermeer, y el uso de objetos cotidianos, desde una raqueta de tenis a un automóvil, Rasmussen nos recuerda en todo momento que las sensaciones que nos despiertan los materiales, texturas, colores, el contraste básico de sólidos y cavidades, pero también elementos normalmente no tan asociados con la arquitectura como son los olores o el sonido (en el último capítulo del libro) son lo más importante a la hora de experimentar y vivir la arquitectura. Nos invita en definitiva no tanto a juzgarla categóricamente como a disfrutarla, a tomarnos nuestro tiempo y, desde el recuerdo de cómo sentíamos los espacios y los objetos cuando éramos niños, sentir de nuevo ese placer. En tanto en cuanto vivimos rodeados de arquitectura, y en tanto en cuanto ésta está hecha por y para las personas, es fundamental su disfrute. 

 

Juan Alberto Romero

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