Una mirada refugiada
El artículo de hoy comienza al oeste de Croacia, en una región serbia llamada Sid. Al llegar allí, algo capta inmediatamente nuestra atención, hay dos campos de refugiados. Uno, situado en Adasevici con una capacidad para albergar a 1100 personas; el otro, en Principovac, con una capacidad para 370.
Este relato de ficción se vuelve totalmente real cuando al entrar en los campos observamos que quien los habita son personas, similares a quien ahora mismo está leyendo este artículo. Sin embargo, algo te diferencia a ti, lector, de ellos. No es el color de la piel, no es la religión, ni tan siquiera es ya el motivo por el que huyen; en realidad es el frío lo que te diferencia. Tú nunca vas a sentir ese frío, el frío que se cuela en una habitación de hotel abandonada que ahora se utiliza como refugio o el frío que vive permanentemente en una tienda de campaña como si fuera uno más. Hay un frío que paraliza a todo aquel que vive en esos campos porque es el frío quien los gobierna.
Ese frío, lector, y yo me incluyo contigo, no vamos a saber nunca qué significa porque huele a soledad, huele a abandono. Cuando no existes, a nadie le importa que pases frío. El reportaje, a cargo del voluntario Ángel Haba Coco, que os ofrecemos hoy, se entiende mucho mejor a través del objetivo de una cámara que a través de las palabras. Queremos dar paso a las miradas de los refugiados para que sean ellos quienes denuncien su situación, pero sin lágrimas; es imposible, estas se han congelado.
La falta de preparación y de motivación en los campos de refugiados de régimen abierto (entran y salen libremente) es una de las losas que más pesa sobre el llamado Comisariat, el órgano que se encarga de administrar el campo, empleado por el gobierno de Serbia. Su trabajo allí ya supone un avance enorme pero ni siquiera ellos son capaces de solucionar los problemas que vienen directamente de la base. Los refugiados no reciben ningún tipo de ayuda económica, por lo que sus movimientos fuera del campo, ya limitados de por sí, resultan prácticamente inútiles. A eso debemos añadirle que no existen actividades de ocio, de forma que la gran mayoría de personas que viven en los campos (especialmente los hombres jóvenes que han llegado solos) no tienen nada que hacer en todo el día. Se reafirma la idea del animal que vive encerrado en lugar de la persona que tiene libertad. Las únicas actividades, muy básicas, que podemos encontrar están dirigidas a los niños, pero debemos tener en cuenta que estos han estado viajando fácilmente tres años seguidos, lo que significa tres años sin ningún tipo de enseñanza educativa.
Con nuestro rechazo al frío los estamos condenando a la marginalidad. Serbia no está en la Unión Europea, así que les estamos dando la espalda con la ilusión de que no está pasando en nuestro propio suelo. A través de estas fotos hemos querido que la cotidianidad de estas personas que viven en los campos ayude a mostrar la preciosa esperanza que aún encuentras. Miremos hacia los campos de refugiados y reconozcamos su existencia, intentemos encontrar un poco de luz dentro de tanta oscuridad.
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