Anthony Gayton: homoerótica ilustrada

El erotismo, deseo terrenal del ente humano, es uno de los pocos instintos primitivos que aún permanecen en el individuo de la era digital, quien ignora que antaño supo orientarse solo con mirar las estrellas. Esa conexión racial con el animal agazapado que espera el momento idóneo para saltar sobre su presa continúa imperante en la construcción del entramado cerebral, carácter felino que florece y desaparece con la frecuencia de la misma hambre. La constante convivencia entre ser y dicho sentimiento carnal ha predestinado al arte a convertirse en una herramienta de desfogue, el cual utiliza lo erótico como inspiración del acto creativo y pone fin al apetito a base de narcóticos. Pero los papeles pueden trocarse, y ser la lubricidad la que acuda al arte para darse por satisfecha, dando pie a la producción de lo que podríamos denominar como erotismo ilustrado, tendencia que se desarrolla plenamente en la edad contemporánea gracias a la revisión de los grandes maestros, los estilos transcurridos y el bagaje de la historia.

 

Foto 1. Pintor de Pentesilea, Zeus cortejando a Ganimedes (detalle de cerámica griega, h.450 a.C.). Museo Arqueológico Nacional, Ferrara (1)

Pintor de Pentesilea, Zeus cortejando a Ganimedes (detalle de cerámica griega, h. 450 a.C.)

 

Puede tratarse de un olor o de la visualización de un trozo de piel ajena, curtida, suave y fresca, que por decoro suele estar oculta. Tal vez de una prenda de vestir que resbala sin querer del lugar para la que fue confeccionada, o de una simple actitud, natural o ficticia, ya que la libido no está dispuesta a perder el tiempo utilizando el raciocinio. Estas situaciones, o cualquiera que transporte a la excitación, son claves para comprender lo que supone el erotismo, una alteración de los sentidos más primarios que no entiende de géneros y/o edades, e incluso a veces ni siquiera aplica el filtro de las especies.

El mito clásico narró con espontaneidad las hoy consideradas aberraciones sexuales, véanse la pederastia o la zoofilia, y del mismo modo se relataban otras escenas eróticas que el posterior cristianismo se encargaría de crucificar. Las relaciones entre dioses, héroes y terrícolas varones no aparecen como algo anecdótico ni minoritario, tratando la homoerótica masculina con la misma vara de medir que la esgrimida para abordar los pasajes heterosexuales. Lamentablemente, los antiguos no eran tan progres con respecto al sexo como se piensa, pues la complicidad entre féminas no gozó de un culto ejemplar, con historias muy breves en la literatura mitológica, y, por lo tanto, bastante escasos en las manifestaciones artísticas. Sin embargo, capítulos como los de Apolo y Jacinto, o Zeus y Ganimedes, fueron un recurso más para escultores, pintores y decoradores de cerámicas, siendo el que emprendía el oficio quien acudía al homoerotismo preconcebido cual pauta para sus creaciones. Pero puede ocurrir lo contrario, y ser la imaginación homoerótica quien parta de la Historia del Arte para iluminar su camino y realizarse en un objeto de dos o más dimensiones imbuido en el fulgor.

La pérdida del influjo religioso y el activismo por los derechos de los homosexuales en la era contemporánea dieron la oportunidad de volver a instaurar la tensión hormonal entre hombres como temática central de la obra de arte, y no como la reproducción visual de una tradición popular, sino cual representación en el plano físico de la personalidad del autor y su libertad como hacedor.

Hablamos de un arte que no se fundamenta en lo social, esto es, en la reivindicación de la homosexualidad como una opción igualmente válida; más bien aborda la intimidad del propio artista y cómo este desarrolla el plano erótico sin trabas y con plenitud, tratando el asunto a partir de la franqueza.

 

Foto 2. Francis Bacon, Dos figuras, 1953. (1)

Dos figuras, 1953. Francis Bacon

 

A dicha sinceridad se le puede agregar un componente de atracción infalible: el disfrute sensorial de percibir lo reconocible, experiencia que ramas como el Pop agradecen a diario. Así, el artífice instruido en la Historia del Arte puede valerse de la colección de miles de imágenes que en su intelecto aguarda para elaborar su genuina pieza artística a través de una estética, como el desgarro sufrido por la carne según la mirada de Francis Bacon, genio de la pintura que recurrió para sus Dos figuras (1953) al dramatismo del dibujo desdibujado que Goya había infundido en sus ya míticas y tormentosas Pinturas Negras. Se trata de una escena de cama entre varones donde el delirio se confunde con el dolor, llevado a cabo el acto en una lúgubre habitación situada en los infiernos del amor obsesivo, pero sumidos los cuerpos en la efímera gloria que proporciona el momento, reclinados ambos personajes, él mismo y su amante, sobre la claridad de unas sábanas que iluminan el centro de la composición a modo de pedestal divino, todo ello emborronado por la sensación onírica de haber consumido líquidos destilados.

 

Foto 4. Anthony Gayton, El sueño (serie Falling Awake). www.anthonygayton.com (1)

Anthony Gayton, El sueño (serie Falling Awake). www.anthonygayton.com

 

Bacon ofrece su particular visión del erotismo bajo unas leyes cromáticas que ya distorsionaron la realidad del célebre aragonés tiempo atrás, aunque no solo de un “modo de empleo” puede nutrirse el arte contemporáneo. El fotógrafo Anthony Gayton (Devon, 1968) opta por echar el lazo a las piezas cumbre de la Historia del Arte, esas que, en su época o con el paso de los años, han llegado a convertirse en símbolos de una edad, fuera cual fuera el motivo de su ascensión y permanencia en las páginas de las enciclopedias ilustradas del arte. El británico versiona tales clichés a su gusto e intereses, produciendo unas instantáneas retocadas hacia la plasticidad en las que, al igual que ocurre con los óleos de Bacon, se reconocen ápices autobiográficos.

Falling Awake es su serie más personal. Esta se crea a partir de un relato escrito por el mismo Gayton cuyo origen se establece en una especie de diario en el que anotaba sus sueños y pesadillas, mezclando la fantasía de los cuentos de hadas y la frustración de un amor platónico. Como en toda tragedia literaria, la muerte ronda cercana.

 

Foto 3. Andrea Mantegna, Cristo muerto, h.1474. Óleo sobre tabla, 68 x 81 cm. Pinacote di Brera. (1)

Andrea Mantegna, Cristo muerto, h.1474. Óleo sobre tabla, 68 x 81 cm. Pinacote di Brera.

 

Anthony Gayton transforma el famoso Cristo yacente (1474) de Andrea Mantegna en un fotograma detenido donde la defunción respira sensualidad. El cuerpo expuesto ante la cámara, al contrario de lo que ocurre con la pintura renacentista, no presenta señales de haber dejado de respirar. Pese a la rigidez en los brazos, la piel se mantiene lozana, permitiendo que la atención del espectador se focalice en la insinuación de la anatomía oculta bajo las sábanas, con el carácter erótico que estas conllevan.

Y si la Ofelia shakesperiana de John Everett Millais (1851-52) es considerada como el paradigma de la desdicha, Gayton desvirtúa el acuoso deceso en su beneficio, apartando toda sensación de catástrofe e implantando una atmósfera de apaciguamiento que a la vez lleva a la excitación. Sabemos que se trata de un tránsito al más allá porque así lo explica el autor y por la clara referencia al famoso lienzo prerrafaelita, pero lo que se contempla no es más que un canto a la figura masculina en estado de relajación.

 

Foto 6. Anthony Gayton, El ahogamiento (serie Falling Awake). www.anthonygayton.com

Anthony Gayton, El ahogamiento (serie Falling Awake). www.anthonygayton.com

 

El artista aplica la inventiva para así cuestionar la supuesta representación de la realidad que la cámara es capaz de capturar, un debate abierto ya en el siglo XIX que le sirve cual punto de partida profesional, tal y como explica en su propia web. El repaso que Anthony Gayton realiza sobre los hitos del arte infunde en parte de su trabajo un carácter histórico y cultural, donde la homoerótica es el hilo conductor matriz, y siendo esta abordada desde la acción del eros.

Un tanto baladí resulta su serie sobre santos (Sinner & Saints), en la que se incluyen personalidades celestiales que el colectivo gay adoptó en su día como ejemplos de una existencia marcada por el martirio de la presión social –y razón no les faltó, ni les falta−. A menor altura, si cabe, se encuentra su trabajo imbuido en el mito pagano homoerótico (Know Your Classics). Su escaso valor se aferra al hoy apreciado revival, pues retoma unos estereotipos algo caducos bajo una estética de videoclip musical año 2000 y unos montajes fotográficos desafortunados.

 

Foto 7. Anthony Gayton, Zeus y Ganimedes (serie Know Your Classics). www.anthonygayton.com

Anthony Gayton, Zeus y Ganimedes (serie Know Your Classics). www.anthonygayton.com

 

Pese a este y otros contratiempos, como el de vincular el acto sexual entre varones a unos baños públicos, Anthony Gayton se sitúa en el panorama artístico actual como un heredero más del fuerte influjo que proyecta la pintura de Caravaggio, ya que de él rescata el canon de belleza masculino, aún vigentes aquellos labios gruesos y cabellos rizados que tantas veces plasmó el italiano en sus efebos.

No es de extrañar que una de las definiciones del erotismo para la RAE sea la de la “exaltación del amor físico en el arte”, pues no hay mejor soporte ni forma de traducir dicho instinto perturbador a la par que placentero.

 

David Febo
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