Giovanna Tornabuoni

Pentimento en la calle: de Ghirlandaio a Scazzosi

Se me aparece el pentimento. Lo veo en todas partes. Imagino a ese hombre que veo ahora por la calle sin brazos, mutilado, para luego descubrir que descruza desde la espalda unas manazas desproporcionadas que borro de nuevo con la imaginación. Aplico capas y construyo de nuevo el fondo, una punta de azul ultramar, bastante blanco, tierra siena oscura, casi nada de negro: el gris sucio de los adoquines, para más tarde superponer y volver a inventar. Otras, redibujo los perfiles de las extremidades y corrijo con la imaginación dejando a la vista múltiples arrepentimientos, construyendo así diversas identidades que conviven en los brazos de ese hombre. ¿Qué es él con otras manos? Es el dulce, el trabajador, el acomplejado, el estrangulador. Empiezo de nuevo y me canso, y lo dejo así, con un borrón donde tocaría ser extremidad.

El arrepentimiento (pentimento en italiano) está definido por la RAE en su segunda acepción como  “Enmienda o corrección que se advierte en la composición y dibujo de los cuadros y pinturas”. Estas rectificaciones o modificaciones del autor podían sucederse desde el dibujo preparatorio hasta las capas más superficiales, y abarcar la posición de una figura principal o la inclinación de un dedo. El autor solía aplicar materia pictórica para ocultar aquello que creía debía remendar.

Veo a Giovanna Tornabuoni, la dulce y recta Giovaninna, a la que Ghirlandaio modificó su perfil, disminuyó pecho y eliminó perlas. El Museo Thyssen Bornemisza me la muestra, a la otra Giovanna. No me contengo al darle al click e irradiarla para comparar las imágenes tomadas bajo los Infrarrojos, Ultravioletas o Rayos X, sobrepasando, seguro, las dosis por año que puede soportar esa criatura. ¿Acaso no era diferente esa otra Giovanna subyacente, más voluptuosa, vanidosa, desenfadada? Sí, menos áurea. ¿Y no expira en vez de contenerse?

A Velázquez también le pasaba. Veía perfiles múltiples en Felipe IV, caballos con más patas de lo que la norma dicta. Su pincelada rápida se arrepentía, y veía cambiar la gordura de los equinos. Cubría con materia que con el tiempo envejece. Aglutinante y pigmento cambian su índice de refracción y veo a su Felipe que, en el mismo cuadro, envejecía mal, descuidaba su bigote, engordaba o henchía pecho al mismo tiempo.

 

índice de refracción

Felipe IV a caballo, 1634. Velázquez.

El Coloso se vió afectado por un día malo de Paco hasta 2008. A partir de ahí fue cosa de Asensio Juliá, ayudante principal en el taller de Goya, al que el Museo del Prado, con Manuela Mena Marqués a la cabeza, atribuyó esta obra llena de dudas superpuestas. En algunos casos los pentimentos sirven para identificar y otorgar la autoría de un cuadro a tal o cual autor a través del trazo y correcciones subyacentes. Si era Asensio quien lo pintaba o no, lo claro es que el gigante se le aparecía al autor de frente en las primeras capas, para poco a poco girar en su deformidad. Tanta era la confusión en su movimiento que a cada pincelada se arrepentía, para dar por terminado un Coloso, más por aburrimiento que por definición. Y así pulula en el 2D, girando sin ton ni son.

Egon Schiele

Girl in black, 1911. Egon Schiele.

Comprendo a Egon Shiele, muy seguro en sus visiones. Fascinado por el cuerpo se arrepiente mientras tanto: esa cadera es poco prominente, esa rodilla poco flexionada, remarco la mueca que aún no es suficiente, y así ora le construyo más gozo, ora más dolor; para al final concretar hasta la saciedad, dejando ese pecho doble o triple sin cubrir e inacabado. Total, esa melena ha quedado clara, ese hueco es más que suficiente. Y así conviven todas esas extremidades y picos y bocas, que no son falsos ni reales.

Ute Rathmann se sirve de él, porque también a ella le pasa. La alemana ve lo que ve él, aunque sea un siglo después. A cada trazo añade y quita volúmen. Para cuando va a vestir a su ser con color ya todo ha cambiado.

Muchos otros hoy retratan sin intención de ocultar sus pentimentos, creando seres de identidad confusa, sin acabar de verlos bien, clarísimamente. Daniel O’Toole los desdobla, Ray Turner los difumina y emborrona, Jesús Leguizamo los pierde parcialmente, Kim Byungkwan está tan harto de ver y no ver que raya y tacha. Christos Tsimaris se vuelve a veces casi cubista, para desistir en su intento de concretar el tórax, el perfil derecho. Todos ellos se suman a esta superposición infinita de dudas, que engendra seres múltiples que conviven en el lienzo.

Paseo por el MEAM y me topo con Doriano Scazzosi. Figurativo hasta la médula, finalmente se arrepiente para subrayar con rojo y azul otras líneas del músculo oblicuo interno del abdomen. Luego busco más, y encuentro que el Cristo se le mueve en la cruz, para ser más de un cristo (ya no es el todo); para dejarlo colgando y sintiendo la primera acepción del arrepentimiento: el pesar de haber hecho algo.

 

Crucifixión

Crocifissione. Panis vitae, 2013. Doriano Scazzosi.

Marina Rodríguez Serrano
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