De la censura del arte en un mundo globalmente enfermo

Hace algunos días fui a visitar la actual exposición Cleopatra y la fascinación de Egipto en el Centro de Exposiciones Arte Canal. Una ocasión única para conocer de primera mano el arte fecundo del periodo helenístico. Hasta aquí todo iba bien. La sorpresa llegó cuando en una de las salas del recorrido algunos de nosotros nos encontramos con la representación de un falo de metro y medio de altura. En concreto, se trataba del falo de la villa Lysis.

Mientras unos pasaban de largo ante tan priápica manifestación del arte antiguo, otros mascullaban por la presencia de niños en la sala, y el resto, en actitud casi reverencial, nos acercábamos para apreciar el realismo desproporcional de la pieza. Para los curiosos, el falo en cuestión fue hallado en Delos, posteriormente pasó a formar parte de las colecciones del emperador romano Tiberio hasta que, por avatares del destino, llegó a manos del barón Jacques d’Adelswärd-Fersen para decorar su famosa villa de Capri.

Este tipo de representaciones fálicas eran bien conocidas en el mundo antiguo; estaban dedicadas a Dioniso y se llevaban en procesión durante las phallephória. Cabe suponer que dicho objeto sirvió de tema de conversación habitual en el círculo aristócrata que frecuentaba el estrafalario barón, autor de Lord Lyllian (1905), una sátira de escándalos sexuales muy en la línea de Oscar Wilde.

Admitámoslo, estos dandis decimonónicos no tenían ningún tipo de decoro a la hora de mostrar dichas manifestaciones como tampoco lo tenían los griegos, y mucho menos los romanos, pero sí es cierto que estos aristócratas y artistas solían vanagloriarse en actitud jocosa de tales obras en una esfera privada que tardaría algunos años en abrir su círculo. Y es que las excavaciones en Grecia y en el mundo romano, especialmente durante el XIX, habían sacado a la luz lo que hacía siglos ya se sabía en contextos académicos antes incluso del descubrimiento de las ciudades vesubianas. Buena cuenta de ello tenemos en las fuentes clásicas que venían a corroborar todo lo que se halló en Pompeya y Herculano: Tintinnabullum o amuletos con forma de falo alado que se colgaban en cualquier casa romana para ser movidos por el viento, esculturas de cabras ofreciendo sus cuartos traseros a sátiros itifálicos, pinturas murales con escenas eróticas o citas alusivas al acto o aquellos lugares en donde pocas veces nos da el sol.

De hecho, sólo hay que leer a Catulo para darse cuenta de que estos griegos y romanos eran unos “indecentes”: Mentula moechatur. Moechatur mentula? Certe hoc est quod dicunt: ipsa olera olla leigt. Que vendría a traducirse por: “El Picha anda jodiendo todo el día. ¿Anda jodiendo todo el día El Picha? La verdad es que sí. Si es lo que dicen: cada olla recoge su hortaliza”.

 

Tintinnabullum en forma de gladiador itifálico. Casa de los Vetti (VI, 15, 1), Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

 

Por ello, algunos de los padres de la Arqueología Clásica, al encontrarse cerámicas con escenas eróticas, inmediatamente las iban rompiendo sin encontrar ningún tipo de oposición al respecto, sobre todo si eran de carácter homoerótico, hasta que Kenneth James Dover hiciera un estudio académico en los años 70. Las más llamativas se enviaban a instituciones como el British Museum o el museo del Louvre, donde se encerraban en almacenes para estudio y deleite de unos pocos eruditos. La moral victoriana así lo manifestaba. La sombra de Winckelmann era alargada. Este historiador, considerado el padre de la historiografía del arte, abanderado de la estética neoclasicista, tenía una visión muy particular del arte griego que consideraba superior por su “noble simplicidad y serena grandeza”, criterios hoy en día muy discutidos. Una cosa era que el arte de otras culturas fuera inmoral, como el caso del arte indio de Khajuraho —a cuyo templo iban los británicos a reírse con las mejillas ruborosas por las escenas eróticas que allí tan gratuitamente se ofrecían a sus ojos—, y otra bien distinta era que los padres de la tradición grecolatina fueran unos salidorros que pintaban penes como adolescentes en una pizarra de clase.

Muy a menudo se nos olvida que las pretensiones más elevadas no están reñidas con el arte más popular; el desnudo era símbolo de pureza y divinidad, mientras que la representación grotesca de los genitales derivaba de símbolos de fecundidad física y espiritual. Otros, claro está, por puro placer onanista. Todo sea dicho.

El poder político y religioso cristiano convirtió el desnudo en una manifestación demoníaca como reflejo de un pensamiento dual de raigambre medieval. Lo importante era el alma, como ente inmortal, que encerraba la carne, en continua relación con lo más bajo y pecaminoso del ser humano. Por este motivo, el arte medieval es tan proclive a las representaciones eróticas en contextos sagrados, siempre y cuando fueran muestras aleccionadoras en escenas del Juicio Final, en tímpanos, capiteles o canecillos para que disuadieran del pecado a las clases populares. También el clero en miniaturas e ilustraciones medievales, como el Hortus Deliciarum de la abadesa Herrada de Landsberg del siglo XII, aunque algún chascarrillo visual se les escapaba de vez en cuando como ocurre en algunas ilustraciones medievales del Decamerón.

 

Detalle Hortus delicarum de Herrada de Landsberg. aprox. 1180. (copia del original)

Detalle del Hortus Deliciarum de Herrada de Landsberg (aprox. 1180 d. C.) Copia del original

 

Para los poderosos, el cuerpo desnudo con sus partes íntimas al descubierto, en particular el de la mujer, podían ser representados como licencia artística en escenas no religiosas de carácter mitológico, aunque en más de una ocasión se lo pasaron, como se dice comúnmente, por el forro; es el caso de Susana y los ancianos, la Pietà romana o Betsabé en el baño, entre muchas otras, en donde solo metieron la tijera tras el concilio tridentino que le dio su famoso sobrenombre a Daniele da Volterra. En fin, la lista es larga y los ejemplos variados. De todos es sabido que a los poderosos les gusta censurar lo que ellos mismos consumen y ostentan. Hablo por ejemplo de los Gabinetes Secretos de muchos nobles y príncipes de la Iglesia, como el del actual Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, cuyas colecciones eran originarias del Palacio de Portici del futuro rey Carlos III, procedentes de las excavaciones de Pompeya y Herculano. Piezas que se guardaron como modelos para artistas y que sublimaron el cuerpo humano tan denostado por la Iglesia (para lo que quería…) y que vaticinaría la libertad de las vanguardias encumbrando a Manet y su famoso Almuerzo campestre y su bella —para ojos privilegiados y actuales— Olympia.

En nuestra época podríamos pensar que todo esto nos queda muy lejos. No nos equivoquemos. Bien conocida es la “subida de pantalones” (o bajada, según quien lo mire) que Matteo Renzi junto al papa Francisco hizo ante el primer ministro iraní Hassan Rouhani, tapando los desnudos de los museos capitolinos alegando“una forma de respeto a la cultura y sensibilidad persas” por parte de la delegación iraní. Nada debía impedir que los suculentos acuerdos comerciales firmados durante la visita se fueran al traste. Respeto y sensibilidad, sí, pero también parné. El caso es que Italia dejó claro que sería capaz de atentar contra su rico legado artístico por el vil metal.

 

Estatuas cubierta en los Museos Capitolinos. Giuseppe Lami AP Foto. Vía El País

Esculturas clásicas cubiertas en los Museos Capitolinos. Fecha 25/01/2016. (Giuseppe Lami/AP Foto) Vía El País

 

Hablemos también del arte en la era de su reproductibilidad técnica, como diría Walter Benjamin, en este caso virtual. El tema de los desnudos artísticos es tristemente conocido por los usuarios de las principales redes sociales. Como ejemplo, el juicio de un usuario de Facebook que denunció a la página por haber cerrado su cuenta al haber compartido en su muro El origen del mundo de Courbet y muy recientemente la censura que hace sistemáticamente Twitter de algunos desnudos artísticos calificados como material sensible y que muchos usuarios denunciamos con el hasthag #EstoEsArteNoPorno alentado por la censura de una de las fotos de cabecera de Investigart con motivo de su entrada “Belleza revelada, el amor más allá de convencionalismos”. Una obra de suma belleza y delicadeza de la miniaturista Sarah Goodridge que incendió Twitter —y a muchos de nosotros—, como también recogió @PeioHR en su artículo.

 

Belleza revelada (autorretrato), 1828. Sarah Goodridge. Metropolitan Museum. Vía Investigart

 

Son estas instituciones y empresas quienes convierten la belleza del arte en algo banal y deshonroso, cuya mojigatería llevaría a Goya a juicio por pintar la Maja desnuda —como en su día hicieron—, y que seguramente tratarían de degenerados los desnudos de Lucian Freud.

No lo niego. A menudo nosotros mismos somos nuestros peores enemigos como esos docentes que al dar clase ven “estuchitos fálicos” o “cacharrines” y “genitales femeninos” en lugar de falos (por no llamarlos penes) o vaginas, mientras que otros no ven más que eso (incluso donde no los hay), tratando el desnudo artístico de forma fácil y socarrona ante un auditorio de risa fácil.

Señores, señoras, como dice la canción de Las Bistec, “el falo es tendencia en todos los museos”. Abramos la mente y apreciemos el arte sin mojigaterías ni papanatismos de por medio. Estamos en una época dorada en donde el cuerpo ha pasado de ser el objeto del arte a ser el sujeto. No volvamos atrás. A lo hecho, pecho. Para finalizar os dejo este corto animado en 3D None of that de Anna Hinds PaddockIsabela Littger de PinhoKriti Kaur que espero os arranque unas cuantas risas como broche de oro para esta reflexión sobre un tema tan candente para algunas mentes que no saben distinguir entre pornografía y arte con mayúsculas. ¡El arte al destape!

 

 

Silvia Santillana
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