Cave Canem. El Perro en el mundo clásico

Hubo un tiempo en que otros dioses caminaban la tierra, tejiendo destinos e imbricando normas y leyes  que nos son completamente ajenas. Incluso a veces, nuestro propio pasado cercano resulta difícil de comprender, como si el bagaje cultural que tenemos no bastase nunca para poder asimilar esa diferencia marcada por los siglos y su extraño devenir. Esta extrañeza con respecto de lo antiguo se diluye hasta desaparecer cuando se visita un lugar como Pompeya. Ubicada en la bahía de Nápoles y dominada por la silueta del Vesubio, Pompeya se muestra cotidiana al visitante. No es difícil caminar sus calles y sentir un nexo de proximidad con quienes la habitaban cuando, el 79 a.C, el volcán la sepultó bajo toneladas de lava y ceniza. Conservada intacta hasta su redescubrimiento en el siglo XVIII, la visita se convierte en un curiosear por casas, bares y prostíbulos, elementos que, pese a la lejanía temporal, continúan siendo una constante en nuestros días. Es quizá esto lo más llamativo de la ciudad y sus ruinas y algo que nos induce a engaño, ¿conocemos realmente la cotidianidad de aquellos habitantes? ¿Hasta qué punto sus actividades básicas eran similares a las nuestras?

Hay algunos elementos de tremenda actualidad en Pompeya, entre ellos los grafitis que pueblan toda la ciudad, pero con especial énfasis en los burdeles y los mensajes de advertencia en las casas. Del mismo modo que hoy en día encontramos carteles a la entrada de chalets y casas grandes que advierten de la presencia de un perro guardián, así también los encontramos en esta ciudad paralizada desde hace casi 2100 años. Realizados bajo la técnica del mosaico, los “Cave Canem” (literalmente “Cuidado con el perro”) llamaban al visitante incauto o al malintencionado a guardarse del animal. Esta presencia de perros domesticados, ya que los mosaicos los representan generalmente con una correa, hace que nos preguntemos hasta qué punto la relación de los romanos con los animales tiene un carácter prosaico y meramente funcional o bien existe una más profunda que queda enmascarada por nuestras propias costumbres. Gombrich sostiene que la función clave en este tipo de representaciones icónicas es que los elementos que las forman cumplan la misma función; es decir, que tanto la representación del perro como la realidad del perro sean intercambiables. Es evidente que el funcionamiento de estos dos elementos funciona de manera equivalente, en ausencia del perro, es el mosaico el que cumple con la amenaza que nos espera puertas adentro y tiene la misma capacidad persuasoria. A esta función vienen a sumarse las implicaciones socio-culturales de las imágenes, siempre cambiantes y concretas. Cada sociedad, sea antigua o moderna, ha construido su propia manera de ver, representar e interpretar las imágenes.

 

Mosaico de la casa del Poeta Trágico

Mosaico de la casa del Poeta Trágico

 

Por ello, es necesario tratar las connotaciones bélicas, religiosas e históricas de la figura de los perros tanto en Roma como en las religiones antiguas. Si bien en cada una de ellas encontramos  interpretaciones particulares, muchas de ellas son universales y no podemos perder de vista que la cultura romana es heredera en muchos aspectos de la griega, por lo que comparten algunos importantes lugares comunes.

 

El psicopompo

Uno de los aspectos más universales del perro en las religiones antiguas es el hecho de que prácticamente todas lo han relacionado con el mundo de los infiernos y con la muerte. Prueba de ello son Anubis, “Señor de la Necrópolis”, representado como un hombre con cabeza de perro o chacal, al que los griegos asociaban con Hermes y al que los latinos adoraban bajo el nombre de Hermanubis; Garm, el gran perro de la mitología nórdica que guarda las puertas del Nifelheim; Xolotl, el dios-perro mesoamericano que acompañó al dios Sol en su viaje por el inframundo; y los famosos gemelos de la mitología griega, Cerbero y Ortro, guardianes respectivamente del Hades y de los bueyes de Geriones.

 

El Dios

Xólotl tal como aparece en el códice Borgia

 

Es por ello que la primera gran función que podemos asignarle al perro en la religión es la de psicopompo o compañero en el viaje de la muerte. Así aparece en innumerables representaciones; en Grecia acompaña a Hécate, la diosa de la hechicería y las encrucijadas, en Egipto los cánidos tenían la misión de guardar la entrada a los lugares sagrados, y en la cultura iraní son los perros los encargados de conducir las almas de los justos hacia los dioses puros cuando cruzan el puente de Schinavat, lugar de disputa entre los dioses del bien y el mal.

Todas estas tradiciones tuvieron un evidente impacto en los ritos funerarios de las distintas culturas. En Grecia se ofrecían a Hécate sacrificios de perros negros y en algunas culturas nórdicas los caballos del difunto eran sacrificados para alimentar a las aves y los perros, animales que debían acompañar el alma del muerto bien hacia los cielos o hacia el inframundo.

 

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El guerrero y el guardián

Otra de las mayores funciones del perro en la antigüedad es su carácter guerrero. Los romanos comparten con las culturas celtas el hecho de tener perros adiestrados para la guerra que en ambas culturas tenían una alta consideración. El más celebrado de los guerreros celtas, Cuchulainn, se había ganado el epíteto de “El perro” teniendo prohibido alimentarse de estos animales. En uno de los episodios mitológicos, la diosa triple Morrigan, señora de la guerra y enemiga de Cuchulainn, aprovechó un descuido del guerrero para matarlo dándole a comer carne de perro cuando se encontraba de camino al combate.

En Roma, los perros son símbolos de Marte, dios de la guerra, y pueden verse grabados en escudos y armas de batalla. Siendo conscientes de la fuerza salvaje y depredadora del animal, Tito Maccio Plauto acuñó una de las locuciones latinas más célebres, Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre.

Como guardianes encontramos dos perfectos ejemplos en Cerbero y Orto. Es en la imagen de Cerbero como celoso guardián de las puertas del Hades en la que se inspiran directamente los mosaicos pompeyanos. Cerbero era el perro tricéfalo propiedad de Hades, que guardaba las puertas del inframundo y prohibía la entrada a los vivos que hubiesen conseguido cruzar la laguna Estigia. Hay tres mitos en los que se narra cómo Heracles y Orfeo fueron capaces de burlar a estos fieros guardianes, Heracles mediante el empleo de la fuerza y Orfeo calmándolo con la música de su lira.

 

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Heracles domando a Cerbero. Cerámica ática de figuras rojas

 

Los mitos clásicos ponen de manifiesto tres aspectos fundamentales que se pueden aplicar a los mosaicos: el empleo de perros para las tareas de guarda, tanto de propiedades como de ganadería, el conocimiento de los antiguos de la doma de perros, como evidencia el hecho de que Orfeo sea capaz de calmar a Cerbero, y el sentido de pertenencia de los animales que queda reforzado por los elementos de las correas que portan los perros al cuello, símbolo de su sumisión al hombre.

 

Mosaico de la casa de

Mosaico de la casa de Próculo. Pompeya

 

¡Por cierto! Si visitáis Pompeya, además de buscar los diferentes mosaicos perrunos que encontraréis en la casa de Próculo  y del Poeta Trágico (recientemente restaurado en el Museo Arqueológico de Nápoles y reubicado en su lugar original), podréis observar que la ciudad continúa hoy en día llena de perros callejeros a quienes se puede apadrinar en el proyecto (c)Ave Canem.

 

Lorea Rubio

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