pintura Estudio para el baño turco, Ingres

De lo mundano y lo divino: Ingres vs. Morales

En “Religión Arte Pornografía”, Ángel González hace una lúcida reflexión acerca de la poca calidad artística de las obras religiosas que mayor fervor despiertan. González dice:

“[…] la mayoría de las imágenes milagrosas o de mayor devoción no son las que prefieren los amigos del arte, sino otras de poco o ningún valor artístico, si es que no horrorosas, como ocurre con la mayoría de las que besuquean las beatas o los toreros se cuelgan del cuello. […] ¿Qué cabe concluir del hecho de que las imágenes más milagrosas o simplemente las más solicitadas sean con tantísima frecuencia las más feas?”.

Con esta lectura daba yo por inaugurado 2015, año que, curiosamente, terminaría con una reflexión en esta misma línea, producida por mi visita a la exposición de Ingres (que aún se puede visitar en el Museo del Prado).

Ahora que ya no resido en Madrid, me veo obligada cada vez que voy a fagocitar exposiciones que sacien mi apetito visual hasta la próxima visita de fechas inciertas, y por ello, tras recorrer las salas dedicadas al pintor francés con más de 70 obras, decidí visitar otra de las exposiciones temporales del museo, la dedicada al pintor español Luis de Morales.

Hay en la experiencia estética una pulsión líquida y extremadamente volátil, susceptible de llevarte del entusiasmo a la náusea en apenas unos segundos. Y esto es lo que me sucedió a mí, cuando mecida todavía por la cálida ensoñación de “El baño turco”, me encontré frente a “La Virgen del huso” del pintor español. Ciertamente, se me puede tachar de injusta para con Luis de Morales puesto que “El baño turco” no es una pintura religiosa, sino estrictamente mundana, pero en cambio sí podemos comparar “La Virgen del huso” con “La Virgen adorando la Sagrada Forma” una de las pinturas más rafaelitas de Ingres.

 

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La Virgen adorando la Sagrada Forma. Ingres, 1854

 

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La Virgen del Huso. Luis de Morales, 1566

 

¿A qué se debe entonces que las imágenes religiosas susceptibles de crear en el fiel sentimientos de devoción sean por norma general de líneas feístas? Es un esquema que se repite incesantemente: la más celebrada de las dos Pietà de Miguel Ángel no es la vaticana, de líneas sinuosas, que presenta a una jovencísima María —casi más joven que su hijo— sosteniendo el cuerpo yacente pero hermoso de Cristo, sino la Piedad Rondanini, un conjunto con el que el artista ha renunciado a la representación de la belleza ideal dejando inconclusa la obra.

 

Pietá Rondanini

Pietà Rondanini. Miguel Ángel, 1552-1564

 

Este sentido se acusa aún más cuando nos enfrentamos a las producciones artísticas derivadas del Concilio de Trento. En este momento, el arte católico se poblará de figuras religiosas que muestran abiertamente sus penurias humanas. Un claro ejemplo lo tenemos en la imaginería española, en la que el verismo se adueña de las representaciones haciéndose particularmente popular la figura del Ecce Homo.

En este momento, se recupera una de las iconografías de Cristo más sorprendentes, por lo abiertamente truculenta que resulta, el llamado Torchio mistico. Es una representación que ya se encuentra en el periodo tardo medieval y que potencia de manera visual la relación entre la figura de Cristo y la eucaristía; nos propone a un Cristo pisando uvas en un lagar de vino, pero la Cruz de la pasión se ha convertido aquí en el tórculo de la prensa, que aprieta el cuerpo y hace manar la sangre que, por obra de la transubstanciación, se convertirá en el vino de la eucaristía.

 

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Torchio mistico. Autor desconocido, s. XVI

 

En este sentido, jamás he comprendido por qué la Historia del Arte ha situado a un artista como Caravaggio como icono del arte de la Contrarreforma; sus personajes religiosos, carnales, verídicos y tiernos se encuentran mucho más cerca de las producciones de Rafael que de los postulados de Trento.  Federico Borromeo, que fue arzobispo de Milán, prescribía la “indecencia de los que pintan al divino niño mamando de manera que muestran desnudos el pecho y la garganta de la Virgen, siendo así que esos miembros no se deben pintar más que con mucha cautela y modestia”.

Curiosamente, y para ser tachado siempre de contrarreformista, las Vírgenes de Caravaggio se suelen mostrar exultantes, voluptuosas y con un sentido de la divinidad tremendamente humano. Emana de ellas una vibrante mundanidad que creo que las hace más cercanas a La bacanal de los Andrios que a obras que buscan conmover nuestra espiritualidad, como las de Morales.

 

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Detalle de Virgen de los Palafreneros. Caravaggio, 1605-1606

 

Por cierto, que esta pequeña reflexión, nacida de la contraposición de dos artistas tan diferentes como Ingres y el Divino Morales, que me llevó a pensar en lo cómodas que estarían las Marías de Caravaggio en la obra de Tiziano, motivó otro alegre descubrimiento de figuras que habitan a su antojo diferentes obras en diferentes momentos de la historia.

 

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La bacanal de los Andrios. Tiziano, 1523-1526

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El baño turco. Ingres, 1862

 

Hay una figura muy poderosa en La bacanal de los Andrios, y es la ninfa dormida en la esquina inferior derecha cuya sensual ensoñación domina toda la composición. Curiosamente se asemeja mucho a la mujer —posible retrato de juventud de la esposa de Ingres— ubicada también en la esquina inferior derecha de El baño turco, la cual parece haber terminado sus días—al menos por el momento—, y nuevamente en el mismo lugar del lienzo de una obra que resume a la perfección de lo que aquí se habla, que es en definitiva la supremacía de los placeres mundanos frente a los divinos, La alegría de vivir de Matisse, en el que la ninfa-esposa por fin se ha reunido en un tierno abrazo con un anónimo amante.

 

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La alegría de vivir. Henri Matisse, 1905-1906

 

En este sentido, doy fe de que yo también prefiero los finitos placeres del mundo material frente a las eternas bondades de la gracia divina.

 

Lorea Rubio

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