Los orígenes de la abstracción. ¿Quién teme al arte feroz?

Cada año, con la llegada de la feria de Arte contemporáneo ARCO, se reanuda de nuevo el ya viejo debate sobre la validez del arte abstracto. Sorprende, no obstante, que siendo hijos e hijas del profuso siglo XX y habitantes del XXI, sigamos empeñados en reconocer visualmente todos los elementos de una obra pictórica. ¿Dónde reside ese miedo a lo abstracto? ¿Qué lo alimenta?

 

Los orígenes de la abstracción. El paisajismo del siglo XIX

Si echamos la vista atrás, vemos que la tendencia hacia lo abstracto es más lejana en el tiempo de lo que podemos pensar a simple vista. Se tiende a entender la abstracción como una característica propia del siglo XX, y particularmente a las vanguardias, pero, en este sentido, los pioneros del XX fueron más conservadores que sus compañeros finiseculares.

Durante el siglo XIX, las sirenas entonaban cánticos abstractizantes y fueron muchos los artistas que se dejaron arrastrar por ellos. En realidad, todo el siglo XIX es una frenética búsqueda lumínica; no podemos olvidar que es la centuria en la que nace la fotografía, que en esencia no es más que una luz capturada y fijada a un soporte.

Será el paisaje la categoría pictórica que funcione como punta de lanza en la ruptura con la figuración; así hay que entender las obras de Turner, en las que la energía cromática se despliega violentamente bella y diluye los contornos de las figuras. Un buen indicador de la fuerza con que esta tendencia impregnó las obras de los paisajistas son sus libros de bocetos, en los que un dibujo rápido con grafito o acuarelas suele tratar la figuración como algo meramente anecdótico en favor de una concepción casi abstracta del entorno natural. Los celajes y las composiciones casi estratificadas de la línea terrestre o la violencia de los mares tienden a prescindir tanto de elementos añadidos como de narración y si está presente se reduce a su mínima expresión. Incluso en paisajistas más convencionales que Turner, podemos observar esta deriva hacia lo abstracto. Constable, en sus libros de bocetos, se obsesiona con las formas cambiantes de las nubes y, como en sus óleos y acuarelas, sus celajes están construidos en base a profundos contrastes lumínicos más que en una delimitación dibujística de los elementos.

 

Estudio para nubes, libro de bocetos. J Constable

J. Constable. Estudio para nubes, libro de bocetos

 

Cuaderno para bocetos en acuarela. Turner

Turner. Cuaderno para bocetos en acuarela

 

Es bien sabido que toda la pintura es luz y sombra, así funcionan también nuestros ojos. Necesitamos de ambas para delimitar y reconocer los objetos que tenemos ante nosotros; pero, entonces, ¿dónde radica la extrañeza que sentimos ante la observación de una obra abstracta?

La ruptura se produjo en el momento en que la luz y la sombra dejaron de ser meros elementos constructivos para ser materia artística en sí mismos. Desde el Renacimiento, nuestro acervo cultural occidental nos ha preparado para observar objetos y espacios que se delimitan en base a la relación entre tres artificios: la perspectiva, la luz y la sombra. Con ellos, los artistas creaban entornos reconocibles que actuaban como una representación más o menos fidedigna de los objetos. Un buen ejemplo de esta tríada lo encontramos en las obras del Quattrocento, que suponen una síntesis de los planteamientos brunelleschianos, como los frescos realizados por Masaccio en la Capilla Brancacci y en Santa María Novella, en Florencia. Hay que tener presente que este esquema se mantiene más o menos inmutable hasta el siglo XIX.

 

La Trinidad, Santa María Novella. Masaccio 1425-1428

La Trinidad, Santa María Novella. Masaccio 1425-1428

 

La deriva abstracta del siglo XX

Este momento en que luz y sombra comenzaron a ser protagonistas en sí mismos, en que ya no servían para representar algo sino que eran ellos los representados, coincidió en el tiempo con otro asunto de gran importancia: la decadencia de las instituciones artísticas que hasta entonces habían mediatizado el mundo del arte.

La paulatina pérdida de relevancia de las Academias para el mundo del arte provocó que el gran público ya no tuviese una guía que considerase fidedigna para decidir qué era arte y qué no lo era. Para poder llegar a estas conclusiones era necesario mirar las obras, no sólo las contemporáneas, sino que debíamos echar la vista atrás para comprenderlo todo, puesto que nos habían dicho que algo era arte, pero no nos habían explicado por qué lo era.

Como decíamos, la vanguardia fue bastante más conservadora que los artistas del siglo anterior, puesto que el cubismo recuperó los postulados de Cézanne sobre los objetos y nunca llegó a abandonar por completo la figuración. Sólo encontramos una abstracción pura en Kandinsky y en los cubistas órficos, que decidieron poblar de sinfonías cromáticas sus obras, abriendo de par en par las puertas del arte a la abstracción pura. Hay, además, otro lugar común muy extendido; en general, aceptamos sin reservas que el arte figurativo tiene un trasfondo intelectual o filosófico detrás, cosa que no resulta tan sencilla cuando nos enfrentamos a una obra abstracta. El arte abstracto puede tenerla también, como producción humana que es, pero, ¿por qué no empezar a disfrutar del arte sin necesidad de exigirle ideas continuamente? ¿Por qué no aceptar la propuesta de Matisse, quien reclamaba que el arte fuese un buen sillón en el que descansar después de las jornadas de trabajo?

Toda pintura, en un primer momento, nos ofrece lo mismo —sean Velázquez o Kandinsky a quienes observemos—: formas, colores y una disposición particular dentro de los límites de su soporte. Toda obra de arte plantea un enigma y un reto al observador, y si queremos conocerlas más necesitamos estar dispuestos a observar y a sumergirnos en las reflexiones a las que nos inducen.

 

Círculos en un círculo, W. Kandinsky 1923

Círculos en un círculo, W. Kandinsky 1923

 

Habitando como hacemos el siglo XXI, deberíamos sentir muy cercano el arte abstracto, pero para ello debemos estar dispuestos a detenernos y a contemplar. La vida se ha vuelto tan frenética que hay escasos momentos que podamos dedicar a la contemplación. Si lo hiciésemos, descubriríamos que ese frenetismo que nos acompaña es muy similar a las propuestas abstractas. Pensemos en un viaje en avión y la contemplación de la Tierra desde las alturas y en la similitud con la obra de Klee, o en una placa de Petri en un microscopio a través de la cual observamos una composición de Kandinsky. Observemos cómo la luz modifica nuestra percepción del entorno y comencemos a disfrutar del placer de mirar y dejarnos llevar en una leve ensoñación a través de un mundo de tela y color.

 

Carretera, P. Klee 1930

Carretera, P. Klee 1930

 

Lorea Rubio

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