Andrés Serrano lo hizo antes que los titiriteros: ‘Piss Christ’ y la censura
Occidente continúa alojando en su ADN cultural la idea cristiana-hegeliana-marxista de que la Historia es una sucesión de progresos (hacia dónde ya es otro tema). Los avances tecnocientíficos, que desde las revoluciones industriales han aumentado exponencialmente, generan una sensación que no parece tan firme cuando nos movemos en el resbaladizo terreno de los derechos, la sociedad y la cultura. No quiero parecer uno de esos profetas culturales del Juicio Final: si naces en un país desarrollado tienes mayores probabilidades de vivir una vida más llevadera que tus antepasados (y presumir de ella en las redes sociales). Pero también es cierto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces (y las que haga falta) con la misma piedra. Y si la Historia nos ha enseñado algo, más allá del camino a la salvación del alma, del burgués o del proletariado, es que nos encanta enzarzarnos con los mismos problemas a lo largo de nuestra existencia. Una y otra vez. La censura es uno de ellos.
Si posamos nuestra mirada en este pintoresco trasunto de país occidental que es España, nos daremos cuenta de que durante los últimos meses se ha avivado la llama del debate sobre la libertad de expresión en la cultura y el arte. Desde vestimentas regias hasta poetisas blasfemas, pasando por titiriteros malvados y tuits injuriosos. Cada detalle es escrutado con lupa y el grito puesto en el cielo mientras la maquinaria mediática se frota las manos. No parece haber término medio (así de intensos somos): o en un bando o en otro. Y a por el cuello del rival. Algunos ya se han dado cuenta de que esta ‘guerra cultural’ no nos es desconocida. Ya tuvimos una buena dosis de batallas campales de este tipo durante la época jocosamente conocida como zapaterismo. Y el déjà vu es aún mayor, ya que en realidad este fenómeno lo importamos de tierras yanquis que en los noventa vivieron su propia Culture War. ¿El responsable? Un solo hombre, una sola obra: Piss Christ de Andrés Serrano.
Andrés Serrano vio la luz del mundo en 1950 en el neoyorquino barrio de Brooklyn. Al poco tiempo de nacer, su padre, un marino mercante nativo de Honduras, lo abandonó a él y a su madre, una afrocubana que no hablaba inglés y que acabaría hospitalizada en varias ocasiones por psicosis. La infancia de Serrano estuvo marcada por la marginalidad y difíciles situaciones emocionales, lo que le llevó a buscar refugio en el Metropolitan Museum of Art y en la Iglesia Católica, de la que más tarde se alejaría a pesar de no perder la fe. De 1967 a 1969 estudió arte en la Brooklyn Museum School, donde pronto cambió la pintura por la fotografía. Sin embargo, abandonaría la cámara por las drogas, una adicción en la que el arte, una vez más, se convertiría en tabla de salvación. Sus primeras obras fueron tomas de escenas urbanas en blanco y negro así como composiciones de estudio deudoras de la estética surrealista y dadá, con fuerte iconografía católica. Su obsesión por la Iglesia (su casa está decorada con objetos más propios de una catedral que de un hogar) se debía a los sentimientos encontrados que le generaba una institución “opresiva cuando tiene que tratar con mujeres, negros, minorías, gays, lesbianas y cualquiera que no entre dentro de su programa”.
La madurez artística de Serrano llegó cinco años después, cuando comenzó a trabajar en lo que sería su serie Body Fluids (1987-1990). En esta, sangre, semen, orina y leche materna intentaban escapar de su concepción escatológica occidental y mostrarse como capaces de producir belleza. A esto se unían alusiones a la violencia implícita en el credo católico y al problema del sida. En un contexto más general, hay que recordar que durante los ochenta creció en la sociedad y en el arte una preocupación por el cuerpo, foco del debate sobre las enfermedades venéreas, las drogas, el aborto y la eutanasia. Así, fluidos corporales que generaban rechazo y miedo eran mostrados con el seductor encanto reservado a la publicidad y a los objetos comerciales. Sin embargo, pronto los críticos de arte y el público en general olvidarían estas cuestiones al enfrentarse a la especial relación que en la obra de Serrano tiene lo sagrado y lo profano (que no lo blasfemo).
Piss Christ (1987) es una fotografía con un tamaño próximo a un altar religioso. En ella, un Cristo crucificado flota en una onírica atmósfera rojiza cuajada de una constelación de pequeñas burbujas de aire. ¿El giro dramático de guión? El líquido en el que se nos presenta al mesías del cristianismo es orina del propio artista, almacenada durante varias semanas en un tanque de plexiglás. Aunque había antecedentes para el uso de este líquido en el arte contemporáneo (Jackson Pollock, Robert Smithson o Andy Warhol riéndose del mito del omnipotente genio masculino), las connotaciones religiosas obstruyeron cualquier otra interpretación de la obra. En un primer momento, las reacciones fueron positivas, pero tras su exposición en Carolina del Norte bajo fondos de la National Endowment for the Arts, el torrente de críticas, valga la metáfora, comenzó a fluir. La American Family Association lideró un movimiento contra lo que ellos consideraban una grave ofensa (amenazas de muerte incluidas). El asunto saltó al Senado, donde un catálogo con la obra fue exhibido como prueba del delito. El republicano Jesse Helms llegó a decir: “no es un artista, es un gilipollas”. El escándalo arrastró a muestras contemporáneas de otros artistas, como Robert Mapplethorpe, y los políticos conservadores exigieron que se cortaran las subvenciones públicas a cualquier tipo de arte que ellos consideraran “obsceno” y penalizar a aquellas instituciones que desobedecieran el mandato. Afortunadamente para el arte y para la libertad de expresión, el recorte que la National Endowment for the Arts recibió fue apenas simbólico, a pesar del gran ruido mediático.
Serrano admitió que si no hubiera puesto la palabra piss en el título nadie se hubiera dado cuenta del material empleado para realizar la imagen (lo que implica cierto grado de provocación conceptual). Sus explicaciones siempre estuvieron encaminadas a enfatizar el aspecto estético y el trato reverencial hacia Cristo en el que él, en última instancia, seguía creyendo a pesar de mantener una relación diferente a la canónicamente propuesta por la Iglesia. En otras ocasiones, fue más allá y estableció un paralelismo entre la orina y la propia historia de sufrimiento y salvación del catolicismo, un credo fundado sobre el sudor y la sangre de su salvador, de nuevo una relación muy pertinente para un momento de apogeo del sida. Además, en su figura se aglutinaba una doble naturaleza divina y humana, sagrada y profana, una dualidad que la hibridación entre un icono religioso y la orina pretendía evidenciar. Marcia Tucker, directora del New Museum of Contemporary Art, añadió que el uso de fluidos corporales causaba rechazo no por su presunta blasfemia, sino porque “indicaba la medida en la que no somos capaces de asimilar nuestro propio carácter humano”.
Aunque Serrano no haya podido evitar que Piss Christ se convierta en un imprescindible en cualquier catálogo, artículo o noticia sobre él, consiguió escapar del escándalo y cimentar su carrera sobre otros proyectos fotográficos que le han ganado el reconocimiento internacional y un lugar en la historia del arte y la fotografía contemporáneos. Pero al hombre le encanta tropezar. Durante una retrospectiva de Serrano en 1997 en la National Gallery of Victoria de Melbourne, el arzobispo católico local pidió retirar Piss Christ de su exposición pública y, después de que un individuo intentara arrancarla de la pared y tras ser atacada por dos adolescentes armados con un martillo, la muestra fue cancelada. En 2011, expuesta en la exposición Je croix aux miracles de la Collection Lambert, volvió a levantar una ola de protestas y acabó siendo golpeada hasta el extremo de no poder repararse la copia. El año pasado, la agencia Associated Press retiró la imagen por las presiones tras lo ocurrido con Charlie Hebdo y su exposición fue censurada del Photolux 2015 en la ciudad italiana de Lucca (a pesar de que Serrano ya había expuesto en iglesias de Roma sin ningún problema).
La lista es más larga, y posiblemente seguirá creciendo. Su obra nos ha llegado ya en anteriores ocasiones pero, ¿imagináis qué pasaría si Piss Christ se expusiera ahora en España? Si algo podemos aprender de la historia de Andrés Serrano (y de la de muchos otros) es que las críticas y la censura, aunque vayan y vengan, suelen ser pasajeras y al final, si no te mata, te hace más fuerte. Esperemos que la cifra del recuento de cuerpos en esta y cualquier otra guerra cultural no sea muy elevada. Mientras tanto, el debate está servido.
- ¿Quién soy yo? La identidad en la fotografía - 11 octubre, 2016
- La ensoñación de Kowloon, el nuevo proyecto de LRM Performance - 17 junio, 2016
- Joven, desnudo, chino. La fotografía de Ren Hang - 10 mayo, 2016
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!