El libro como obra de arte

La palabra escrita ha sido siempre sinónimo de conocimiento, de expresión de sentimientos e imaginación. Gracias a los libros podemos mirar al pasado, reconocer el presente o asomarnos al futuro. A través de la lectura podemos estar en la China de la dinastía Tang, tomando el té con Alicia y el Sombrerero Loco en el País de las Maravillas o viajando con la familia Joad en busca de una vida mejor.

Muchos de los grandes inventos de la humanidad han sido prescindibles. Hoy en día tenemos que esforzarnos por comprender cómo vivía la gente en el pasado. En la América precolombina, por ejemplo, no se hizo uso de la rueda para el transporte, y tampoco tenían escritura, salvo los Mayas. Ninguna de estas cosas eran necesarias para ellos. La escritura se desarrolló para dejar constancia de los hechos pragmáticos de la vida, como la contabilidad, las leyes o los textos sagrados, al contrario que los relatos o la filosofía que se compartían de manera oral, de boca en boca, en cualquier momento y en cualquier lugar.

 

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Grabado de la serie de O. Von Corven, “La biblioteca de Alejandría”. Siglo XIX. Fotografía vía Wikipedia.

 

La recopilación de las actuales humanidades fue vista por muchos como una traición a su naturaleza. Platón traicionó a su maestro Sócrates escribiendo sus palabras. Sobre los males de la escritura tenemos su conocido Diálogo, el Fedro. Aquí, Platón habla del origen mítico de la escritura, invento del dios egipcio Teut, quien ofreció a los hombres su don. Sin embargo, el rey se mostró escéptico: “Ingenioso Teut –respondió el rey– […] entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella sólo producirá el olvido en las almas que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonaran a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida”. Estas palabras, que bien podrían aplicarse a nuestros días, nos hablan de la ilusión de conocimiento. Es más difícil discernir con un libro, o con cualquier otro formato de soporte escriturario, que con una persona. ¿Por qué entonces Platón escribe sobre filosofía cuando la mayoría de sus textos cuestionan todo cuanto creemos saber? ¿No es eso digno en sí mismo de ser preservado?

El conocimiento no lo dan los libros, son las personas quienes dan valor al conocimiento. Muchos personajes de novela se nos hacen reales, como si en cualquier momento pudieran traspasar la barrera del papel y entrar en nuestra realidad tangible. Pero la mayoría de las veces somos nosotros quienes nos introducimos en su mundo, aquel que nos ha revelado su autor como el filósofo a sus discípulos. Desde época sumeria tenemos relatos escritos. Es muy probable que esta civilización mesopotámica inventara el primer libro de la historia ya en el siglo IV a. C.

Los soportes de escritura fueron avanzando durante siglos, en distintas culturas, con el objetivo de preservar las palabras: tablillas de arcilla o cera, planchas de bronce, rollos de papiros, hasta llegar al pergamino, que, como su nombre indica, tenía como principal centro de producción la ciudad de Pérgamo desde el siglo II a. C. Su manufactura era costosa tanto por mano de obra como por material empleado en su fabricación. Pronto se convirtió en un objeto de lujo; un tesoro guardado en bibliotecas. La riqueza de un reino no se medía en oro, sino en libros. La Edad Media se inicia en el siglo V a. C. en Occidente, justo cuando el códice de pergamino se impone frente al rollo de papiro. Sus tapas permitían una mejor conservación y portabilidad. Será en este periodo cuando el libro alcanzará por fin su apariencia actual, pero no así su contenido físico. El papel fue inventando en torno al año 150 a. C., pero Europa no lo conocerá hasta pasados 1.000 años, siendo su principal soporte a partir del siglo XV.

El manuscrito tomará el nombre de libro impreso tras pasar por la imprenta manual, otro invento chino. Pero quien se llevó la fama en Europa fue Johannes Gensfleich Gutenberg por su invento en el año 1440 de la primera imprenta moderna; una imprenta de tipos móviles, cuya paternidad es cuestionable. Sea como fuere, estos libros irían haciéndose más pequeños con el tiempo, desligándose de su modelo manuscrito. Aparece entonces el primer best-seller de la historia. Y no, no se trata de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de 1605, sino del Orlando furioso de Ludovico Ariosto de 1532.

 

Vista de la Bibilioteca del Trinity College de Dublín. Fotografía de Chris Hill/National Geographic Society/Corbis.

 

Pero dejemos tranquilo a Orlando por esta vez. Los libros con la difusión de la imprenta fueron objeto de transmisión de cultura y nuevas ideas. Las bibliotecas particulares aumentaron, y con ellas el disfrute de los libros, si bien solo para aquellos que sabían leer y que gozaban de una buena posición fuera del mundo eclesiástico. Este fue el caso de nuestro querido personaje Don Alonso de Quijano, y es que, habiéndose cumplido este año 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, no he podido resistirme a traer esta cita que viene perfectamente al caso: “[…] se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”.

La democratización del libro llegó con su mecanización en los siglos XIX y XX. El desarrollo de la educación y el periodismo despertaron el interés del pueblo por la lectura. Las famosas novelas por entregas de Alejandro Dumas o Henry James, o incluso los más populares Penny Dreadful del momento, hicieron de la literatura un placer asequible para todos los bolsillos y para todos los gustos.

Un libro es todo esto y mucho más. No es solo el soporte, sino el objeto. Esa combinación entre abstracción y realidad palpable es uno de los campos más tratados en el arte actual por artistas de todo el mundo. A menudo se dice que un libro no debe ser juzgado solo por su portada, porque su razón de ser se encuentra en su interior. Un libro existe para ser leído, pero también para ser visto.

 

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“Once upon a time” (2015), Su Blackwell. Fotografía de la artista.

 

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“Le Deuxième Sexe” (20o8), Georgia Russell. Fotografía vía Happy Friday.

 

Para la artista británica Su Blackwell y sus esculturas de papel recortado, un libro es un medio de intercesión entre la realidad y la ficción. Un trabajo minucioso que parte de los libros que compra en librerías de segunda mano para darles una nueva vida. Sus esculturas predilectas se basan en cuentos de Lewis Carroll, Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm. Todas sus obras parten de las sugerencias que le inspiran sus títulos o capítulos. Una obra de arte que pasa a ser otro tipo de arte gracias a su formación textil y su viaje por el Sudeste Asiático, donde estuvo en contacto con ceremonias que empleaban el papel como material perecedero en conexión con el ciclo vital del hombre. Una obra que guarda relación con los trabajos de Georgia Russell. Esta artista escocesa no parte de su propia experiencia como lectora, sino de la sugestión que producen los libros en la mente humana. Es un trabajo más conceptual, aunque toma partes figurativas. Sus libros son encerrados en vitrinas como cuerpos taxidermizados y sus páginas conforman collages que envuelven y dan forma a un cuerpo ficticio.

 

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“Altered Book” (2010), Brien Dettmer. Fotografía vía Vector Vice Blog.

 

En esta misma línea tenemos a Brien Dettmer, conocido como el cirujano de los librosMi trabajo es una colaboración entre el material existente y sus antiguos creadores. Las piezas completas exponen nuevas relaciones entre los elementos internos del libro, que se mantienen exactamente en el mismo lugar desde su creación”. Un trabajo que ha sido expuesto en los museos y bibliotecas más importantes del mundo, con presencia en muchas de sus colecciones. Su afán por revelar la vida interior de los libros a través de la apropiación y alteración, sin adición, de sus partes, hace de su obra un complejo mapa tridimensional de variada lectura.

 

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“The Webster Encyclopedic Dictionary of English Language” (2012) Guy Laramée. Fotografía del artista.

 

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Detalle de “Larousse méthodique” (2010) Guy Laramée. Fotografía del artista.

 

Esta variación de la alteración semántica del libro tiene su contrapartida física en la obra de Guy Laramée. Sus libros forman paisajes de un realismo arrollador. Son cuevas, bosques y valles montañosos, en clara conexión con la naturaleza en un proceso de transcendencia contemplativa por medio de metáforas visuales. Un concepto romántico que desafía las actuales nociones postmodernistas. Este artista canadiense, multidisciplinar, músico y etnomusicólogo devuelve a la tierra lo que en cierta medida le fue arrebatada. Otro de los temas relacionados con su obra es la erosión paisajística, pero también cultural: “No me interesa lo más mínimo lo que se encuentra en esos libros. No estoy interesado por el contenido de la conciencia. Estoy interesado en el hecho de la conciencia […]. Se trata de lo que nosotros pensamos. Un libro puede ser un regalo para el hombre, pero también es vehículo de ideas subversivas, como en el caso de Mein Kampf, por ejemplo. Sus obras son metáforas polisémicas; un paisaje emergiendo de la enciclopedia francesa de Diderot y d’Alembert dice mucho de prácticas neocoloniales. En este caso, una imagen vale más que mil palabras.

 

“Biografías” Alicia Martín (2003). Fotografía vía Lettera 43.

 

La idea de libro en Alicia Martin es distinta. Sus esculturas son un torrente desbordante de libros que invaden nuestro espacio. Sus libros nos invitan a reflexionar sobre su capacidad sugestiva, como un recuerdo, algo que permanece en la memoria a través de un objeto efímero de gran simbolismo“como cuando se lee un libro”, cuenta la propia artista. Es muy importante para ella la idea de reciclaje y participación del espectador que pasa a formar parte de la obra, donando sus libros o apropiándose de ellos. Su intervención en el Palacio de Linares en 2003 con su instalación “Biografías” o “Vórtice” de 2010 en el Centro de Arte Alcobendas nos hablan del poder de los libros como continente y contenido.

Por su fuerte carga semántica, un libro es un objeto y un sujeto, de vivencias compartidas, de relatos y conocimiento, cuya historia es la lucha del ser humano por la conservación de sus propias palabras. También es un objeto de reflexión entre la conciencia, la palabra y la plasmación de nuestras ideas para ser transmitidas a otros. Hoy en día se habla mucho de la desaparición del libro físico en detrimento del formato digital. El libro sigue evolucionando, sigue siendo efímero y portátil, pero en la era digital el libro puede ser hipertextual, con múltiples posibilidades creativas. No importa el soporte, lo importante es leer. Un libro sigue siendo un libro a pesar de su apariencia; una apariencia que artistas de todo el mundo manipulan para ofrecernos nuevas ideas a quienes amamos la lectura y cultivamos la palabra. Porque, y permitidme que termine volviendo a Platón:

“[…] Quien siembra sus conocimientos en los jardines de la escritura para divertirse formará un tesoro de recuerdos para sí mismo, para que cuando llegue la edad en que se resienta la memoria –y lo mismo para todos los demás que lleguen a la vejez– pueda regocijarse viendo crecer estas tiernas plantas. Y mientras los demás hombres se entregan a otras diversiones, pasando su vida en orgías y placeres semejantes, él recreará la suya con la ocupación de que acabo de hablar”.

 

Silvia Santillana
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